La denuncia de un inesperado informante solitario, una organización secreta puesta al descubierto en la Argentina y la aparición de un mapa que encendió todas las alarmas. Los detalles del plan nazi para replicar el expansionismo hitleriano sobre los países sudamericanos.
El plan nazi de dominio sobre Sudamérica.
El 20 de marzo de 1939, Heinrich Jürges, un informante sobre las actividaes de los nazis en Argentina, le entregó en mano al presidente argentino Roberto Marcelino Ortiz, la copia de un documento filtrado desde la embajada alemana en Buenos Aires. Se trataba del plan nazi para establecerse –en lo económico, político y militar- en la Patagonia de Argentina y luego expandirse por toda Sudamérica.
Según información contenida en el documento, se pensaba unificar los territorios de la Patagonia de Argentina y Chile bajo el nombre de “Estados Unidos del Sur” , dejándolos en manos de una administración que respondiera claramente a los intereses de la Alemania nazi del III Reich.
Los influyentes alemanes radicados en el sur eran dueños de facto en esa zona, a la vez que la más confiable fuente de información para las autoridades nazis sobre las condiciones más que favorables de la Patagonia para establecer sus bases y dominarla; informes que incluían detalles sobre la topografía, la infraestructura, el estado de los accesos, el clima y los lugares más propicios para instalarse en poco tiempo más.
Roberto M. Ortíz, Edmund von Thermann y Heinrich Jürgues.
¿Pero querían realmente los nazis quedarse con la Patagonia? Varios argumentos inclinan la balanza hacia una respuesta afirmativa. Viejas leyendas de un tesoro escondido, la posible llegada de los Caballeros Templarios e incluso la curiosa historia sobre la entronización de un “Rey de la Patagonia” eran argumentos muy utilizados para hacer ver al sur argentino como una verdadera tierra de nadie, además de ser un territorio codiciado por sus vastos recursos naturales pero también teniendo en cuenta cuestiones geopolíticas y militares de cara a un conflicto bélico mundial que Adolf Hitler ya planeaba desencadenar.
Sin embargo también había otra cuestión fundamental: Alemania tenía la necesidad de recuperar su vieja tradición colonial negada desde el fin de la “Gran Guerra”, dado lo cual la Patagonia podría convertirse, de facto y secretamente, en la nueva y deseada colonia alemana de ultramar. Muchos negaron los deseos de dominación sobre la Patagonia por parte de Adolf Hitler y en muchos de esos casos –por aquellos años- la insistencia en negar tales intenciones se vio influenciada por los propios interesados y la prensa que llegaron a controlar. Sin embargo el proyecto tuvo la suficiente importancia y hubo tantos elementos verosímiles a mano que captó la atención de tres jefes de Estado: el Presidente argentino Roberto M. Ortíz; su sucesor Ramón Castillo y el norteamericano Franklin D. Roosevelt.
El interés de los nazis por la Patagonia existía y era real, pero no nació en 1939 ni en coincidencia con el viaje de Perón al sur, sino mucho tiempo atrás. La llegada de pioneros alemanes fue la punta de lanza para hacerse con información que tiempo después fue utilizada para definir las zonas más apropiadas con miras a un establecimiento más organizado en la Patagonia. Los viajes de Gunther Plüschow en 1927 y el del 14 de marzo de 1934, con la visita a la Argentina de una delegación avesada en el dominio de modernos planeadores que incluyó a la legendaria piloto Hanna Reitsch (preferida de Hitler y en la única mujer en recibir en dos oportunidades la Cruz de Hierro de primera clase de manos del Führer) fueron punta de lanza.
Pero si entre 1927 y 1934 los alemanes y nazis daban el primer paso encubierto por el sur argentino, no fue sino hasta el 11 de enero de 1937 cuando se redactó un documento secreto con el plan preciso y detallado para dominar el sur de América. Los lineamientos generales fueron trazados desde Buenos Aires en respuesta al pedido de Berlín ordenando alistar a los agentes establecidos en zonas como La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Pero claro que el programa no sólo contemplaba cuestiones militares, políticas y económicas en la Argentina, sino también en toda Sudamérica.
Hanna Reitsch, Günther Pluschow y aviadores en el Aeroclub de Planeadores Cóndor.
Las grandes inversiones alemanas en la Argentina y las condiciones que favorecían la protección de esos intereses en el país, fueron base firme para el financiamiento de campañas políticas, salvaguarda de fortunas de jerarcas nazis enviadas un tiempo después, pago de coimas y propaganda nacionalsocialista, como así también para fomentar la llegada al poder de grupos afines y funcionales al régimen de Hitler. En un principio el plan resultó poco creíble porque Jürges aún no era un informante confiable, sin embargo posteriores investigaciones aliadas de posguerra confirmaron que el documento estuvo “cajoneado” en la Embajada alemana de Buenos Aires y llevaba estampadas las firmas de Alfred Müller, jefe del NSDAP en la Argentina, y Conrad von Schubert, un alto funcionario de la representación alemana en Buenos Aires.
Un artículo periodístico de 1939 firmado por John Whitaker en el “Chicago Daily News” decía que el documento fue puesto en circulación por “traidores desde dentro de la Embajada alemana” y el destinatario habría sido Heinrich Jürges, aunque también cayó en manos de los norteamericanos, siendo utilizado para justificar y condicionar la futura política exterior del Presidente Roosevelt hacia la Argentina en los años por venir. Cuando el asunto llegó a la portada de los periódicos en marzo de 1939, el Presidente Ortíz supo que finalmente había llegado el momento de tomar las debidas precauciones del caso.
El gobierno argentino, alarmado por la publicación de la noticia, recibió la desmentida del régimen nazi a través de un comunicado enviado por Joachim von Ribbentrop (Ministro de Relaciones Exteriores alemán) a Ricardo de Oliveira (embajador argentino en Berlín), mediante el cual el Führer negaba cualquier intención de conquista y dominación. Las excusas no evitaron que Alfred Müller fuera detenido el 31 de marzo, cosa que también le sucedió a Jürges, puesto entre rejas por el Fiscal Dr. Víctor J. Paulucci Cornejo quien lo acusó de posible perjurio ya que había presentado una copia fotográfica y no el documento original.
Miguel Viancarlos, jefe filo nazi de policía federal, se ocupó personalmente del interrogatorio siendo el momento elegido por Jürges para mencionar la participación de Antonio Delfino, propietario de la empresa naviera “A.N. Delfino y Cía.” de la cual también era accionista Gottfried Sandtsede, el encargado de prensa de la embajada alemana en Buenos Aires. El 1º de abril de 1939, el diario “Crítica” alertó sobre el peligro de la infiltración nazi en Sudamérica desde su portada y al mismo tiempo informaba sobre un operativo policial en el bar “Nobel” (de la avenida Corrientes y calle Libertad), en cuyas dependencias se buscaron documentos con los nombres de los colaboradores locales de la organización . Dos días después Jürges seguía detenido, mientras el periódico antinazi “Crítica” decía que el informante solitario estaba “amenazado de muerte por la Gestapo”.
En una nota posterior también se dijo que la Sección de Orden Social de la Policía Federal había requisado su domicilio llevándose unos cuantos ficheros con nombres y que dadas las circunstancias “Temen por la vida de Jürges. El público se pregunta por qué Enrique Jürges, siendo el denunciante de la infiltración Nazi en el país, sigue detenido, o, como se dice en términos policiales, demorado. Estamos en condiciones de informar que el mismo Jürges ha pedido que se le custodie, pues teme que una vez que esté en libertad sea secuestrado por elementos de la Gestapo, como lo fueron varios prominentes antiNazis en Inglaterra y, hace tres años, en Suiza el periodista Jacob, que puso en descubierto las maniobras de espionaje alemán en Francia y otros países”(1).
Tras ser liberado poco después, Jürges le dijo a un expectante periodista que lo aguardaba al salir de prisión: “es evidente que si la carta fuera falsa, yo no estaría aquí hablando con Usted.”(2) Si bien era cierto que la situación no ameritaba tenerlo encerrado, algo sin embargo no fue advertido por muchos: Viancarlos le “soltó la mano” dejándolo a la deriva y sin protección porque su nombre aparecía en la lista de colaboradores de los nazis previamente difundida por Jürges.
En ese momento se determinó que las firmas de Müller y von Schubert en el documento eran auténticas, algo que el jefe del NSDAP local terminó reconociendo no sin dejar de aclarar que la idea no había sido suya. Tal vez Conrad von Schubert –el otro firmante- tuviera algo más para explicar, pero eso no sería posible ya que el gobierno de Hitler lo había puesto a resguardo convocándolo anticipadamente a la ciudad de Berlín. Desde Alemania se acusó a la inteligencia aliada de inventar el plan, argumento también utilizado para desacreditar a quienes recibían la información que Jürges les confiaba, entre ellos el diputado Silvano Santander, un antifascista de la Unión Cívica Radical, impulsor de la “Comisión Especial Investigadora de Actividades Antiargentinas” que luego funcionó en el Congreso Nacional. El legislador manejaba todo tipo de documentos para desbaratar a los nazis en el país y enfrentó gallardamente los golpes bajos que éstos propinaban, pero los nombres y hechos mencionados en sus denuncias reflejaban la más pura realidad.
En 1939 Jürges también contactó a funcionarios de la Embajada británica en Buenos Aires pasándoles la misma información que previamente había entregado a los legisladores argentinos y entre los denunciados estaba Heinrich Volberg, un nazi que llegó a representar los intereses de la “I.G. Farben” y la “Química Bayer” en Sudamérica, además de ser jefe de la Oficina Económica de la “Auslands-Organisation der NSDAP” (Organización en el Exterior del Partido Nazi) y cabeza visible del “Winterhilfe” (Socorro de invierno) desde donde recaudaba compulsivamente dinero para financiar las actividades del Partido en la Argentina. Tras uno de sus tantos viajes a Berlín, Volberg retornó a Buenos Aires en febrero de 1939 asignado a una nueva misión: hacer espionaje en beneficio de la “Asociación para la Industria del Reich”.
Entre tantas ocupaciones, Volverg también se encargó de ayudar a agentes nazis puestos en apuro ocultándolos en la Estancia “Funke” ubicada en Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires para que luego desde allí pudieran escapar. La importancia de Volverg quedó en evidencia durante una reunión llevada a cabo en la embajada alemana, cuando tomó la palabra informando a la superioridad que los socios locales “ya han penetrado en todos los más altos círculos del poder en la Argentina. La penetración entre los oficiales militares más jóvenes también ha resultado exitosa. (…) Un secreto grupo de argentinos ya han sido debidamente entrenados y pronto se convertirán en las máximas autoridades del país”.(3)
Jürges seguía de cerca los movimientos de Volverg, aunque de todos modos éste continuó manejándose con relativa normalidad hasta que sus jefes le recomendaron establecer su base operativa en Rumipal; provincia de Córdoba; situación que se mantuvo hasta la llegada del G.O.U. al poder en Junio de 1943 tras lo cual regresó a Buenos Aires con la protección de Perón y sus apoyos que prácticamente le garantizaban inmunidad. A modo de cubierta para confundir a los aliados, en enero de 1944 los militares filo nazis que copaban el poder simularon detenerlo, liberándolo poco después para que pudiera escapar hacia Portugal, donde cayó en manos de los británicos. Situaciones como ésta envalentonaron a Jürges tanto como para enviarle un mensaje al embajador alemán Edmund von Thermann advirtiéndole que con sus denuncias lograría que la Argentina fuera el primer país sudamericano en romper relaciones con la Alemania nazi. En eso se equivocó, aunque ya amenazaba con quebrar una sociedad que ni alemanes ni argentinos pretendían abandonar.
Como fuera, en marzo de 1940, Jürges sufrió las primeras consecuencias de su molesto accionar salvándose de un puntazo de arma blanca que casi termina con su vida en una perdida callecita de la ciudad. ¿Habrá sido el atentado consecuencia de sus denuncias?
Es posible, sobre todo porque el 19 de febrero de 1940 (gracias a sus aportes) la inteligencia aliada interceptó un mensaje enviado a agentes en el sur argentino por Dietrich Niebuhr (Agregado Naval de la embajada alemana) en el cual informaba que estaba en condiciones de enviar “una propuesta por parte de un hombre de confianza alemán, conocido sólo como “Robert”, para crear una base secreta de submarinos clase U en la costa patagónica a 44º15’ de latitud sur (Bahía Vera, al norte de Cabo Raso)” indicando que la base “debía disfrazarse como una fábrica para el procesamiento de grasa, aceite, pieles y harina de pescado derivada de la caza de lobos marinos. La ubicación para la cual “Robert” tenía una concesión estaba alejada de los buenos caminos y podía ocultarse fácilmente. La instalación sería construída sobre el modelo de una empresa noruega de Comodoro Rivadavia. Los depósitos de lubricantes y combustible no despertarían sospechas”.
Gracias a este mensaje captado por los norteamericanos también se supo que “en mayo de 1941, una fuente habitualmente confiable describió dos bases alemanas, una en Península de Valdés entre Lobería y Punta Delgada y la otra en el extremo sur en el territorio de Santa Cruz, 8 kilómetros al norte de la desembocadura del Río Deseado, un área de numerosas cuevas” -indicando además que- “numerosos reabastecimientos de combustible habían sido llevados a cabo por los buques cisterna propiedad de la firma Astra. La figura central en esos asuntos clandestinos fue un empleado de la Casa Lahusen, un tal “Schulz” (un alias), cuya base de operaciones estaba en el pueblo de Nueva Lubecka. El 18 de diciembre de 1941 llegó un informe similar con respecto a Lobería”. El paper finalizaba indicando que “había otra base secreta de los alemanes en Caleta Olivia que estaba disfrazada como Compañía de Extracción de Aceites y Grasas (la misma a la que hacía referencia el agente encubierto “Robert”), una sucursal de la firma Lahusen de capitales alemanes. Una vez más se informó que el buque cisterna Astra, de la compañía petrolera del mismo nombre, había reabastecido de combustible a submarinos”.(4)
El mapa del plan nazi para dominar Sudamérica.
En 1941, con tanta información disponible sumada a las investigaciones de los agentes del FBI, el Presidente norteamericano Roosevelt exhibió un mapa de Sudamérica con los nuevos límites propuestos por los nazis, que era una copia fiel del plan denunciado en 1939 por Jürges ante Ortíz. El rediseño de las fronteras mostraba a la Argentina extendiendo su superficie sobre Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia; a Brasil avanzando sobre esos países; a Guyana; a Chile anexando Ecuador y Perú y finalmente a Nueva España anexando Venezuela, Colombia y parte de Panamá.
Cuando el primer mandatario mostró el mapa en una reunión ante diputados, senadores y funcionarios de su administración, Estados Unidos no había ingresado a la guerra y las reacciones contrarias no se hicieron esperar. Muchos pensaron que era un atajo para vencer la resistencia del Congreso al ingreso del país a la contienda y según algunos legisladores, Roosevelt presionaba o (en el peor de los casos) se dejaba arrastrar por los británicos que buscaban la entrada de Estados Unidos al conflicto como aliado militar. Pero Roosevelt no pretendía entrar por la ventana a la guerra y se basó en información confiable y fidedigna que sus agentes establecidos en la Argentina le habían hecho llegar. Pese al repentino crédito del que ya gozaban sus denuncias, las cosas no serían fáciles para Jürges, quien en 1942 debió ocultarse en Uruguay en busca de mayor protección y seguridad, momento elegido por von Thermann para irse de la Argentina, mientras el filonazi Manuel Fresco (ex gobernador de Buenos Aires) reorganizaba la clandestinidad alemana junto a Ludwig Feude instalando un potente transmisor en la “Estancia Monasterio” de su propiedad.
En 1943 Jürges recibió su ansiado reconocimiento pasando a ser considerado por los servicios de inteligencia aliados, el FBI y la embajada de Estados Unidos en la Argentina como informante de máxima confianza y credibilidad. Pese a los embates, aún tenía más información que pensaba revelar.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
Nota: El artículo no expresa ideología política, solo investigación histórica.
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