Aún no sucedía en la Europa de principios de siglo XX; pero en la Argentina era una cotidiana realidad y sirvió de espejo para la barbarie que estaba por llegar.
Dijo alguna vez Eduardo Labougle Carranza, embajador argentino en Alemania entre 1932 y 1939, que “las actividades de los grupos nazis se han podido dar en la Argentina porque es un país donde, en general, cada uno hace lo que quiere”. Es posible que haya tenido algo de razón, pero claro que -pese a que aún faltaba un tiempo para la llegada de los nacionalsocialistas y los fascitas al poder en Alemania e Italia- no todos podían hacer lo que querían. Mucho menos si eran inmigrantes, y muy en especial siendo judíos, quienes, apenas despuntado el siglo XX, y con la Argentina como auténtica "punta de lanza" de la barbarie que luego se iba a replicar en Europa, fueron vistos de reojo por la incipiente derecha vernácula claramente dividida –casi con la misma proporción e intensidad- en dos bandos: el de los conservadores y el de los nacionalistas; ambos con posturas diferentes, aunque ciertamente emparentados.
La tendencia se marcó más en los albores de la década de los años ’30 cuando los primeros (cuyo máximo referente era José Evaristo Uriburu) se resistían -a capa y espada- a abandonar el régimen fraudulento que se les había escapado de las manos con la llegada a la presidencia de la Nación de Hipólito Yrigoyen en 1916 mediante la primera experiencia de voto secreto y universal (sólo para los hombres); mientras que los segundos eran partidarios de cortar de raíz el proceso institucional en el país, al menos por un breve lapso, para encausar las cosas a su modo y luego volver a la vida civil con (si cabe la expresión) absoluta normalidad.
Una barricada corta una calle de Buenos Aires durante la Semana Trágica de 1919. Foto: Centro Marc Turkow de AMIA.
Pese a mostrarse como un idílico crisol de razas, el desprecio y el rechazo a extranjeros, izquierdistas y judíos en la Argentina surgió y se hizo carne en gran parte de la sociedad incluso mucho antes del nacimiento formal del Partido Nazi en Alemania y antes de la llegada del "Duce" Benito Mussolini al poder en la Italia fascista.
Sin embargo, el accionar de grupos de derecha, casi siempre amparados por las máximas autoridades gubernamentales y con la “vista gorda” de la fuerza policial, fue un buen caldo de cultivo y se convirtió en el antecedente más alentador para que, poco después, la infiltración nazi tuviera vía libre y se manejara a entera discreción y voluntad en el medio local. Otras situaciones previas que sirvieron de antesala fueron los pogroms contra judíos de las barriadas porteñas del Once y Villa Crespo en 1910 y los hechos marcados por la violencia desmedida durante la “Semana trágica” de 1919, cuando el Gobierno argentino reprimió con todas sus fuerzas una masiva protesta obrera, sindicada por sectores reaccionarios como la más clara y palpable demostración de lo que era el “trabajo sucio” de inmigrantes, izquierdistas, anarquistas y agitadores manejados desde las sombras por “parásitos” judíos.
Grupo de obreros ataca un tranvía durante los enfrentamientos de la Semana Trágica. Foto: Archivo General de la Nación.
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Un buen argumento utilizado por los intolerantes en la Argentina fue el asesinato de Ramón Lorenzo Falcón, jefe de policía, durante los hechos conocidos como la “Semana Roja”. Falcón cayó muerto el 14 de noviembre de 1909 a manos de Simón Radowitzky, un militante obrero anarquista ucranio-argentino de origen judío. El odio contra el asesinado venía desde el momento en que mandó a encarcelar a más de 3000 obreros, centenares de anarquistas, socialistas y judíos, que luego fueron deportados hacia Europa por orden del Gobierno nacional.
Así se instaló la “cuestión judía” en la Argentina y pasó a estar en la “agenda” de quienes poco después llegarían a los más altos estratos de poder.
La situación se agravó en mayo de 1910, vísperas de los festejos por el Centenario de la República Argentina. Fue el punto de partida de una etapa oscura que se vio enmarcada por la inocultable complicidad entre ciertos sectores del Gobierno, las Fuerzas Armadas, la Policía, la Iglesia e integrantes del Poder Judicial, con grupos armados de derecha integrados mayoritariamente por jóvenes católicos de las clases altas, muchos de ellos socios de la aristocrática “Sociedad Sportiva Argentina”.
Conducidos por el Barón Antonio De Marchi, salieron decididos a cometer todo tipo de atropellos: provocaron destrozos en el barrio judío de las calles Junín y Lavalle, asaltaron violentamente las sedes del “Avangard” (órgano del “Bund” o Agrupación Socialista Judía) e irrumpieron a los golpes en la (por ellos llamada) “Biblioteca Rusa” para quemar todos sus libros en la Plaza del Congreso, un hecho sin precedentes en el país que –varios años después - los nazis imitarían en Alemania.(1) El estallido de la “Gran Guerra” en 1914 y los cuatro años de crisis y hambruna que transcurrieron hasta su final, no contribuyeron precisamente a mejorar las cosas. Tampoco en la inestable Argentina de entonces.
Pogrom contra judíos, familia llevando "a mano" ataúdes de sus muertos y fuerzas estatales de represión. Fotos: Archivo General de la Nación.
Los mercados internacionales se enfrentaban a dramáticas dificultades para importar y exportar y, en consecuencia, las carencias y la estrepitosa caída del poder adquisitivo en el país (el salario se depreció más del 38%) fueron moneda corriente de una crisis que para miles de trabajadores asalariados se transformó en una pesada carga que no estaban en condiciones de sobrellevar. La Revolución Rusa en octubre de 1917 echó más leña al fuego del descontento y estimuló la combatividad de los obreros a nivel mundial. Los bolcheviques también hicieron escuela en la Argentina y de los más de 130 mil obreros que se plegaron a huelgas en el país durante aquel agitado año de 1917 se pasó a la cifra de más de 300 mil en 1919. Un hecho que se sumó a la percepción que tenían la oligarquía y los grandes intereses financieros, económicos e industriales, quienes pensaban erróneamente que, pese a la represión de las protestas, el presidente argentino Hipólito Yrigoyen apañaba a la masa de huelguistas.(2)
Desde 1910, y a lo largo de toda la década, se daría una etapa en permanente evolución que, entrados los años ’30, se profundizaría a límites inimaginables.
Comenzó a tomar cuerpo el concepto de protección de la “raza argentina” y la necesidad de defensa del “ser nacional”. Luego llegaría la urgencia de impedir por todos los medios el ingreso al país de elementos “maximalistas” (El maximalismo era la tendencia a sostener ideas o actitudes extremas, muy especialmente en la arena política) y disolventes, llevando a la práctica una política inmigratoria selectiva, basada en la idea de que los inmigrantes eran un colectivo perturbador para la argentinidad. Así, y pese a que también pesaban duras acusaciones y se tenía prejuicios contra italianos, españoles y otros, el judío pasó a estar en el ojo de la tormenta y fue irremediablemente asociado a la usura y la explotación, además de empezar a ser considerado una “alimaña”, un “parásito”, un ser “despreciable” y un invasor silencioso que manejaba los hilos ocultos de la infiltración comunista.
Fotos: Centro Marc Turkow de AMIA/Archivo General de la Nación.
De hecho, fue a partir de entonces (sobre todo tras el éxito de la Revolución bolchevique y, poco antes, a raíz del escape forzado de miles y miles de judíos barridos de Rusia por el zarismo a finales del siglo XIX) que los intolerantes nacionalistas argentinos –aunque no exclusivamente ellos- comenzaron a referirse de manera despectiva hacia los judíos tildándolos de “rusos”. De ahí a relacionarlos con los movimientos obreros plagados de “zurdos” que protestaban y organizaban huelgas contra el progreso de la Nación, hubo un solo paso. Si el Gobierno no actuaba, o si al menos quedaba a mitad de camino en su intento por controlar la desmadrada situación, la reaccionaria derecha argentina estaba más que lista y dispuesta a salir a las calles y "molerlos a palos". Había llegado la hora de la acción.
Esa mixtura de impaciencia, intolerancia y racismo llevó a que las clases dominantes, que veían a sus propios intereses en peligro, dieran rienda suelta a la creación de una fuerza represora paralela a la estatal que se encargaría de “poner en vereda” a anarquistas, judíos, comunistas y huelguistas agitadores con métodos más efectivos que los de la fuerza regular. Eran “niños bien”, muchachos de la alta sociedad, cuyos primeros éxitos alentaron la formación de dos grupos civiles destinados a infundir el terror: “Orden Social”, luego devenido en la “Liga Patriótica Argentina” durante 1919 y “Guardia Blanca” que poco después mutó en el “Comité Pro Argentinidad”. Ambas eran unas bandas de choque que recibían fuertes inyecciones de dinero que les pasaba la “Asociación Nacional del Trabajo”, una entidad presidida por Joaquín S. Anchorena que representaba -sin la más mínima intención de ocultarlo- al sector patronal. Estos grupos tuvieron éxitos circunstanciales traducidos en ataques a varias organizaciones obreras. El más notorio fue el asalto a un local de la “F.O.R.A.” (Federación Obrera Regional Argentina) en el barrio porteño de Once que dejó el saldo de dos muertos y heridos; aunque en adelante los nacionalistas recordarían que el verdadero climax de su escalada violenta se dio durante los días de la “Semana Trágica”, entre el 7 y el 14 de enero de 1919. Los huelguistas reunidos en protesta frente a la fábrica metalúrgica de “Vassena e hijos”, en el cruce de las calles Cochabamba y La Rioja (3), se convirtieron en víctimas de una feroz represión que no fue comandada por las fuerzas policiales sino por el jefe de la Segunda División del Ejército, el general Luis Dellepiane.
Comité Patriota de la Juventud recorriendo las calles junto a policías, efectivos policiales en trichera y un alto en la represión. Fotos: Archivo General de la Nación.
Una de las primeras medidas adoptadas por el militar puesto al frente de la ofensiva contra los trabajadores en huelga, fue la de convocar a esos mismos grupos civiles armados, de muchachos “pitucos” a bordo de cochazos de familias poderosas de la alta sociedad (así eran los “mejores” exponentes de la “Liga Patriótica Argentina”), formados en el odio hacia el inmigrante y con un antisemitismo galopante, muy bien visto y aceptado entre las clases dominantes de entonces, deseosos de dar pelea contra lo que, desde su punto de vista, era una conspiración judeo-maximalista que pretendía clavarle un puñal por la espalda a la Argentina y atentar contra la nacionalidad y su integridad.
A ese combo explosivo se le sumó un peligroso ingrediente más: su coincidencia con el sustento teórico-filosófico que venía de la mano de los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica con monseñor Miguel de Andrea como uno de sus máximos referentes, quien sostenía que el verdadero peligro estaba representado por el hecho de que la masa trabajadora había “dejado de creer en Dios, en la Iglesia y en el régimen”. Claro que los violentos, los intolerantes, los antisemitas y los xenófobos –fueran hombres de armas o los que hablaban con sotana desde el púlpito señalando con su dedo acusador a los demás- no estaban solos en su cruzada. También había ciertos sectores políticos que apoyaban la causa, como el de ciertos sectores de la Unión Cívica Radical, y por supuesto un importante aparato de prensa y propaganda anti extranjera -en muchos casos anti judía- que no dejaba de fogonear el odio. Páginas de diarios como La Nación y La Prensa poco menos que "chorreaban sangre", e incluso en una edición del New York Evening Mail se llegó a publicar en las lejanas latitudes del norte de América que “la mano roja de bolcheviquismo se ha alargado hasta el otro lado del Atlántico, empuñando (en la Argentina) la tea, la bomba y el cuchillo”.(4)
El largo y sinuoso camino del odio, ya estaba siendo sembrado.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
Referencias:
1
Preludio de la Tercera Guerra Mundial
2
Rusia y Ucrania: entender la guerra desde la historia
3
Una mujer, un baile y el misterio de una bala en el pulmón de Carlos Gardel
4
Francisco es el Papa Negro, según la profecía de Nostradamus
5
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