Fue uno de los más extraños y peligrosos proyectos estadounidenses durante los días de la Guerra Fría. Llegarían a límites insospechados para demostrarle su superioridad a la Unión Soviética.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrascaron en un nuevo conflicto, tal vez la verdadera Tercera Guerra Mundial, conocida como la Guerra Fría. Los campos de batalla, los enfrentamientos cuerpo a cuerpo y las armas sofisticadas en acción dieron paso a una guerra sigilosa, estática, de miradas desconfiadas y de reojo entre los dueños de un mundo claramente bipolar compensado por las fuerzas del capitalismo y el comunismo por partes iguales.
La puja por el poder y la supremacía a nivel global llegó lejos, muy lejos y nunca han faltado, a lo largo de tantos años de guerra silenciosa, momentos de altísima tensión entre las potencias dominantes incluso con ribetes difíciles de aceptar y comprender.
Y tan lejos ha llegado la locura de la Guerra Fría que los Estados Unidos planearon llevarla, ni más ni menos que, a la Luna.
En el año 1958, las carreras aeroespaciales norteamericana y soviética estaban en plena ebullición. Los proyectos megalómanos y (a veces) disparatados eran moneda corriente entre los técnicos, científicos y especialistas de las respectivas agencias espaciales y así las cosas fue precisamente Estados Unidos quien tomó la iniciativa para concretar un plan destinado a exhibir de manera irresponsable su poderío no sólo ante la potencia mundial rival (la U.R.S.S.) sino ante el mundo entero.
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Preludio de la Tercera Guerra Mundial
Se lo conoció entre un reducido círculo de privilegiados como el Proyecto A119 y fue desarrollado desde 1958 por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América. La idea era la de hacer detonar una bomba atómica en la superficie lunar.
Dr. Leonard Reiffel. Foto: Air Research and Development Command.
El líder del proyecto fue el Dr. Leonard Reiffel, un físico que llevó adelante su trabajo desde una fundación investigadora que recibía fondos directamente del Ejército de los Estados Unidos. Pero Reiffel no estaba solo en esa tarea tan particular. Entre los más destacados de su equipo de colaboradores había un genio, un tipo que sobresalía por sobre el resto, quien finalmente se encargó de una parte muy importante del Proyecto A119: ese joven era un tal Carl Sagan y su tarea era la de investigar los efectos de una explosión nuclear en un sitio (como la Luna) con bajo nivel de fuerza de gravedad, como así también los efectos ulteriores que eso provocaría en la Tierra.
Carl Sagan en 1959. Foto: Air Research and Development Command.
Carl Sagan estuvo prácticamente un año encargándose de la infausta tarea junto a Reiffel, hasta que en 1959 reveló inesperadamente su participación en el nefasto Proyecto A119, justo en el preciso momento en que el gobierno de Estados Unidos, envalentonado por los avances de su carrera espacial, decidía dejar de lado la idea. La explosión de una bomba atómica en la superficie de la Luna sería inicialmente un golpe propagandístico y una desmesurada demostración de poder digna de Estados Unidos (celoso y preocupado por los avances rusos en materia aeroespacial). La U.R.S.S. finalmente podría darse cuenta que no se enfrentaba precisamente a un "bebé de pecho" en materia de armamento y poderío y el resto de las naciones del planeta confirmarían sus sospechas de estar entre dos fuegos letales y altamente destructivos encarnados por las potencias opuestas y dominantes dispuestas a cualquier cosa.
Carátula de documento desclasificado sobre el Proyecto A119: el escudo con un hongo nuclear lo dice todo. Foto: Air Research and Development Command.
Para poner blanco sobre negro el Proyecto A119, bein valga tal vez la siguiente explicación: la idea principal consistía en hacer detonar en plenilunio (Luna llena) una bomba atómica, similar en poderío a la arrojada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima al final de la Segunda Guerra Mundial, sobre la superficie lunar. De este modo el Sol iluminaría no sólo la cara visible del satélite natural de la Tierra, sino que además dejaría ver (incluso desde nuestro planeta) el impresionante hongo nuclear, creando una sensación de miedo y terror a propios y a extraños nunca antes vista ni experimentada.
La bomba atómica. Foto: Air Research and Development Command.
Sin embargo, resultaba mucho más aceptable la idea de ver a un hombre (norteamericano) pisar la superficie lunar antes que hacerla estallar en miles de millones de pedazos y así sucedió finalmente, decretándose de ese modo la muerte de un proyecto infernal.
Debieron pasar 45 largos años para que el gobierno norteamericano se dignara a desclasificar los archivos referentes al siniestro Proyecto A119, pese a lo cual (y a pesar de las incontables evidencias) se empeñó en negar su directa participación en semejante locura belicista. George W. Bush (tanto como sus sucesores) hizo lo de siempre, mostrar y no mostrar... "Now you see, now you don't...", desligando corporativamente al gobierno de su país de cualquier responsabilidad.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
Nota: El artículo no expresa ideología política, solo investigación histórica.