Viejas películas sacan a la luz cómo vivían los berlineses mientras el régimen comunista desplegaba todo tipo de controles para evitar que escaparan desde el sector oriental al occidental. Así se vivía a un lado y otro del muro de Berlín.
En un viaje hacia atrás en el tiempo, 26 Historia te lleva hasta la Alemania dividida por el Muro de Berlín. Así, nos transformamos en testigos privilegiados para saber de qué modo se vivía a un lado y otro de la infame separación impuesta de facto por el régimen comunista. ¿Cómo eran los controles? ¿Qué hacía la gente para poder tener contacto con el el otro lado? ¿Qué diferencias había entre el lado oriental y el occidental? Filmaciones de la época inmediatamente anterior a la caída, dan la respuesta a esos interrogantes.
Desde el 13 de agosto de 1961 la Unión Soviética pretendió frenar la imparable escalada de escapes hacia el lado capitalista de Alemania levantando el Muro de Berlín.
La separación impuesta de facto por los rusos con la demarcación formal de la zona de la ciudad berlinesa encuadrada en el espacio económico de la República Federal de Alemania, Berlín Oeste, y de la capital de la República Democrática Alemana, Berlín Este; no impedía sin embargo que los intentos por pasarse al lado occidental continuaran cada día. Los alemanes bajo el yugo de las fuerzas soviéticas, buscarían, inexorablemente, el modo de escapar.
Desde el bloque comunista se afirmaba que el infame muro fue levantado para protegerse de los elementos fascistas que conspiraban para impedir la voluntad popular de construir un Estado socialista en la Alemania del Este.
Así, los 150 kilómetros de piedra y alambrados se transformaron en una auténtica obsesión y solo cabía una posibilidad: pasar al otro lado y salvarse. Con el tiempo, los controles se incrementaron y reforzaron como nunca antes en la historia. Para 1988, cuando aún faltaba un año para la estrepitosa caída; los intentos de escape eran moneda corriente pese a que los límites entre los dos sectores estaban más y más lejanos.
Desde la parte occidental también se buscaba que los connacionales llegaran a su lado. Mientras desde el sector comunista todo parecía una quimera imposible, en occidente la realidad se veía como una oscura película de intriga y espionaje. Los berlineses occidentales, bajo las fuerzas de ocupación de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, contaban con altas tarimas desde donde podían tener un mínimo y lejano contacto con parientes, amigos o viejos conocidos. La desconfianza desde la vereda de enfrente iba, permanentemente, en aumento.
Y así quedaba demostrado con los estrictos controles rutinarios que eran desplegados por la STASI y sus agentes del Ministerio para la Seguridad del Estado policía comunista. Con la intensificación de la Guerra Fría y el embargo comercial contra el Bloque del Este, recrudecieron el enfrentamiento diplomático y la amenaza bilateral de manera creciente y evidente.
Los fugitivos debían sortear cercos con alarmas, torres de vigilancia, búnkers, alambre de púa, perros adiestrados y campos minados.
No era fácil: en casi tres décadas, unas 240 personas murieron en el intento. El extenso contorno era vigilado por militares, policías y voluntarios civiles para dar por tierra con cualquier ansia de libertad. Los intentos en busca de dignidad y en procura de la caída del Muro de Berlín se manifestaban de muchas diferentes maneras. Los berlineses occidentales, que claramente no tenían ninguna intención de cruzar las vallas impuestas durante décadas por el comunismo, lanzaban su protesta incluso con expresiones de arte callejero.
Sin embargo, los controles policiales no solo que se mantenían sino que también se reforzaban cada día. Nada parecía torcer el brazo de las autoridades locales que respondían ciegamente órdenes directas del poder central de Moscú, pese a que ya se había activado la cuenta regresiva.
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El río Spree, que -con su longitud de más de 400 kilómetros- atraviesa varias importante regiones de Alemania, también supo ser uno de los puntos neurálgicos de los permanentes y diarios controles que llevaba adelante la policía comunista en los duros tiempos de la Guerra Fría. Las lanchas de la temible STASI recorrían, una y otra vez, casi toda su extensión patrullando las costas que marcaban el límite y la división entre oriente y occidente. Del lado capitalista de la ciudad alemana no era extraño ver a la gente caminar en libertad asistiendo al triste espectáculo.
Del otro lado, a unos pocos metros de distancia, se daba la presencia casi nula de berlineses en las calles y las infaltables torres de vigilancia con policías munidos de largavistas, quienes muchas veces tomaban fotografías de sus indeseados vecinos y enemigos.
Pese a lo que muchos llegaran a pensar, nadie escapaba a la estrica vigilancia del bando comunista, ni había lugares seguros. Tampoco quedaban al margen -y eran permanentemente observados- quienes transitaban por zonas de exparcimiento o concurrían a lugares para despejarse, entre éstos bares y restaurantes. La desconfianza del sector occidental no solo se centraba en el otro lado de las vallas. Los problemas también podían venir desde su mismo bando y era por esto que los agentes aliados apostados en puestos de vigilancia, como el legendario Check Point Charlie, miraban siempre hacia todos lados.
Hoy, poco y nada queda del viejo muro. Solo fragmentos, vestigios engalanados con arte en los suburbios de Berlín. El mudo testigo de un tiempo en el que era imposible atreverse a soñar con la libertad.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
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