El poder absoluto y total que Estados Unidos desplegó durante décadas parece haber llegado al final. Un bloque compacto de nuevas naciones dominantes reconfiguró la dinámica de la geopolítica mundial como nunca antes en la historia.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y la caída del Muro de Berlín en 1989, se reconfiguró la geopolítica mundial. Con la reunificación de Alemania en 1991 y su inserción en el concierto de las naciones; la bipolaridad se resquebrajó y se puso en peligro. Ya no se trataba de capitalismo o comunismo. La balanza perdió, como nunca antes, su preciado equilibrio.
Luego de años de desbalance por la hegemonía de Estados Unidos que barrió del mapa a la Unión Soviética; las fichas se reacomodaron con la reforma de la arquitectura de las relaciones internacionales y la desconfianza hacia los propósitos estadounidenses.
Se plasmaron las primeras líneas de una multipolaridad para el mundo actual, más plural y justo, plantando cara al dominio de los norteamericanos.
En el caso estadounidense, la unipolaridad se manifestó política, económica y socialmente. En lo político se institucionalizó el modelo de la democracia representativa, con instituciones autónomas y equilibrio de poderes en defensa de un estado de derecho. En lo económico se implementó un modelo neoliberal bajo el yugo del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Y en lo social se aprovechó la gran capacidad de penetración de los medios masivos de comunicación para imponer la cultura occidental y las supuestas bondades de la llamada “american life”.
Por décadas el mundo aceptó el poder de Washington, algo que generó la reacción de un bloque cuyas consecuencias están a la vista. Europa, China, India y Rusia; aunque no solo éstos; sacaron músculo y se postularon como los nuevos dominadores.
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La realidad muestra que Estados Unidos es un imperio en decadencia y agonía, que da paso a nuevas integraciones regionales y otros bloques de poder ideológico, económico y financiero. El fin de la hegemonía estadounidense se potencia por su incapacidad de liderazgo, lo cual fue aprovechado por China, nuevo rector del comercio mundial, con su pragmatismo para entablar fuertes relaciones de cooperación. La sombra sobre Estados Unidos se agiganta cada día.
China produce casi el 10% de la demanda mundial de materias primas y más de la décima parte de la exportación mundial total de bienes manufacturados en tecnología mediana y de punta. Pero la expansión de su economía tiene otro beneficio para las naciones menos poderosas: es el mejor socio comercial por su capacidad financiera y crediticia, y lo logró sin imponer condiciones en lo político e ideológico, algo atractivo para países emergentes que pretenden librarse de los lazos que los ataban a las potencias occidentales. La guerra entre Rusia y Ucrania fue la mejor oportunidad que vio Estados Unidos para -en una suerte de nueva Guerra Fría- tratar de poner a Moscú de rodillas. Las sanciones no dieron resultado y la economía rusa no cayó como se pensaba. En cambio, llevó a una crisis inflacionaria mundial que afectó a los estadounidenses y sus exportaciones.
También fracasó el intento de Estados Unidos por imponer el dólar como moneda única y China es alternativa para nuevas transacciones interbancarias y financieras. Otro mecanismo implementado es el CIPS (Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos) para transacciones en RenMinBi (RMB), la divisa de curso legal en China, y que llegó como sistema de pagos alternativo al SWIFT (de Estados Unidos) o el IBAN (de Europa), con 19 bancos chinos y extranjeros y 176 participantes de 47 países.
Otra traba para Estados Unidos es el sistema de transferencias del Banco Central de Rusia que busca romper su monopolio financiero. El Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS) permite que el dinero circule entre bancos, aunque tiene limitaciones de tiempo y depende de la complejidad de las transacciones. Otro as en la manga es el SWAP, un intercambio de divisas entre dos países como préstamo contingente. Argentina se valió de esta medida cuando su Banco Central le dio pesos al Banco Popular de China y éste le entregó yuanes. No tiene costo mientras esté inactivo, algo imposible con el FMI o el Banco Mundial.
En 2022 la Cumbre Anual de jefes de Estado de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada en Samarcanda, Uzbekistán; surgió como el foro multilateral más relevante por la participación de poderes euroasiáticos como Rusia, China e India, en un contexto marcado por el giro de los centros de poder hacia el este.
El objetivo fue trazar prioridades y definir áreas de influencia y actividad. Representa casi el 25% del PBI global y alberga casi la mitad de la población mundial y las principales economías.
Conformada por Rusia, Kazajstán, Kirguisa, Uzbekistán, Tayikistán, India, Pakistán, China e Irán y cuenta con Estados observadores y otros en calidad de Socios en el Diálogo. Hace foco en una rápida transición del sistema internacional hacia uno multipolar y sigue los principios de la Declaración Conjunta de Rusia y China, firmada por Vladimir Putin y Xi Jinping. La sede también estuvo cargada de simbología: Samarcanda era una de las principales ciudades en la Gran Ruta de la Seda entre oriente y occidente. La OCS es la base de un nuevo formato de interacción que ve al mundo como un todo indivisible y no fragmentado.
El contexto refleja la búsqueda de nuevas instancias y quiebra -como nunca antes en la historia- la hegemonía y la unipolaridad que impuso Estados Unidos desde la caída del Muro de Berlín.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
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