El empresario Thomas Watson pasó a la historia por ser el presidente de la empresa IBM y fue uno de los magnates más poderosos de su tiempo. Pero detrás suyo, se esconde una historia muy oscura.
Adolf Hitler en la cabecera de la mesa. A su izquierda, Thomas Watson. Foto: archivo Google.
Thomas Watson comenzó a hacer sus primeras armas en el mundo de los negocios como un modesto vendedor ambulante de máquinas de coser y pianos. Sabor a poco para alguien que, años después, esgrimiría como frase de cabecera que "si uno quiere ser mañana una gran empresa, debe empezar hoy mismo a actuar como si lo fuera". El camino ascendente de Watson, comenzó concretamente en 1895, cuando con 21 años de edad, se unió a una de las compañías más rapaces de entonces, la NCR (National Cash Register), una empresa fabricante de máquinas registradoras. Durante más de 17 años Watson hizo de todo para convertirse en el vendedor estrella de la firma, sin dudar a la hora de utilizar los métodos más bajos y viles para eliminar a la competencia, tales como incendios de locales, sobornos, utilización de patotas para intimidar, etc. En 1912, Watson y los suyos fueron acusados formalmente por el gobierno de los Estados Unidos por conspiración criminal para restringir el comercio y establecer un monopolio. El monstruo se estaba gestando.
Tiempo más tarde, Watson renunció a su cargo en NCR y se unió a Charles Flint, presidente de la CTR (Compañía Tabuladora Registradora). Flint era otro inescrupuloso que (además de haber sido uno de los primeros norteamericanos en tener un auto) se dedicaba al tráfico de armas entre países que eran enemigos entre sí, como por ejemplo Japón y Rusia, o Chile y Perú entre otros. Lo que se dice, sacar rédito por estar "bien con dios y con el diablo".
Junto a Flint, Watson, también aprendió a perfeccionar el sistema de "Trust", por medio del cual mediante combinaciones empresarias y oscuras maniobras destruían literalmente a la competencia. Thomas Watson era paternalista y fundamentlmente autoritario, incluso llegando a indicar a sus empleados el modo en que debían vestirse (con trajes negros y camisa blanca) y también ordenando que se componga una canción en su nombre para recibirlo en la empresa. El monstruo seguía creciendo.
Desde el año 1924, el nombre de CTR cambió por el de IBM (International Business Machines) y desde entonces ya nada sería igual. Poco después, Watson la dirigiría.
Entrada ya la década de los años '30, Watson comenzó a viajar asiduamente a Alemania, cosa que hizo de manera regular y sistemática entre 1933 y 1939. La amistad y admiración mutuas entre Watson y los principales jerarcas del Partido Nazi, Hitler a la cabeza, hizo que, entre otras colaboraciones, Watson y la IBM llevaran adelante el censo de Alemania en 1933. Los datos arrojados por el censo y el pormenorizado trabajo de IBM le permitieron a Hitler contar con el primer listado completo de todos y cada uno de los judíos de Alemania. IBM siempre había sido presentada por Watson como "una compañía de soluciones". Hitler, por supuesto buscaba esas "soluciones" (finales) y Watson -muy predispuesto- estaba empezando a dárselas.
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La eficacia de Watson hizo que Hitler lo condecorara por intermedio de Hermann Göering -jefe de la poderosa Luftwaffe alemana (la Fuerza Aérea)-, premiándolo con la Cruz al Mérito del Aguila Germana, la máxima distinción del Tercer Reich para personalidades extranjeras (como Henry Ford, otro antisemita que también la llegó a recibir). Pero ese entusiasmo mutuo no se detuvo allí, sino que fue el comienzo de la puesta en marcha de una infernal y siniestra maquinaria en la que los dos, Thomas Watson y Adolf Hitler, eran los principales engranajes.
Máquina de la IBM y Thomas Watson. Fotos: archivo Google.
Apenas comenzada la Segunda Guerra Mundial, Watson buscó a través de intermediarios, que las más avanzadas máquinas de tabulación de tarjetas perforadas Hollerith llegaran al Tercer Reich y de ese modo ofreció otras "soluciones" deseadas por Hitler. Desde entonces, la filial alemana de IBM, la "Deustche Hollerith Maschinen Gesellshaft" (Dehomag), diseñó y perfeccionó un complicado sistema de entrecruzamiento de datos, direcciones, cuentas bancarias, orígen, etc., de los judíos de Alemania gracias al uso de las mencionadas tarjetas perforadas, pero adaptadas a sus nuevas necesidades. De este modo es que Hitler comenzó a "automatizar" la persecución de judíos, gitanos, religiosos y otros "inadaptados sociales" o "bocas inútiles" (según su punto de vista), para luego confiscar sus bienes, deportarlos, utilizarlos como mano de obra esclava, o bien confinarlos en los campos de concentración, trabajo y exterminio, de manera mucho más sencilla y efectiva.
Esas mismas tarjetas perforadas se utilizaban en los campos de la muerte del régimen nazi. Al ingresar, cada prisionero recibía un número de identificación Hollerith. Las tarjetas eran rectangulares, de trece centímetros de largo y ocho de alto, y estaban divididas en columnas numeradas con perforaciones en cada hilera. Había en total 16 diferentes categorías de tarjetas según la ubicación de las perforaciones, estando asignados números según el tipo de prisioneros. Así, los judíos tenían el número 8, los homosexuales el 3, los gitanos el 12 y los "antisociales" en general el 9, sólo por nombrar a algunos casos. Dado ésto, podemos decir que estas tarjetas eran, ni más ni menos que, códigos de barras para seres humanos.
Al respecto el escritor Edwin Black, autor del libro "IBM y el Holocausto" dijo de manera magistral que: "Cuando Alemania quiso una lista de los judíos, IBM le mostró cómo hacerla".
Watson, sin embargo, seguiría mostrando la hilacha. Ni bien ingresados los Estados Unidos a la segunda guerra mundial, devolvió la condecoración entregada por Hitler, intentando limpiar su cuestionable prontuario.
Tarjeta perforada Hollerith, de la IBM para los nazis. Foto: archivo Google.
Ningún ejecutivo de la IBM fue llevado por los Aliados al banquillo de los acusados en los juicios de Nuremberg. Watson, tras finalizar la guerra, descubrió no con poca satisfacción que la fábrica de IBM en Alemania no había recibido ni un rasguño, ni de parte de los bombardeos alemanes, ni del lado de los ganadores en el conflicto bélico. Era zona protegida.
El magnate empresario norteamericano también encontró una muy buena manera de demostrar su cinismo al finalizar la contienda, ofreciendo sus servicios y "soluciones" a los Aliados para participar con IBM en la sistematización de la reconstrucción de las zonas devastadas por la guerra.
Finalmente, un curioso dato final: el sistema de las tarjetas Hollerith, aunque con las sensibles modificaciones, fue el mismo utilizado en las controvertidas -y aparentemente fraudulentas- elecciones presidenciales de los Estados Unidos del año 2000, en las que resultó triunfador (en medio de polémicas y denuncias de fraude) George W. Bush. Pero esa es otra historia.
Instagram: @marcelo_garcia_escritor
Nota: el artículo no expresa ideología política, solo investigación histórica.
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