Cada 8 de diciembre se cumple la costumbre de cada año de armarlo, significando la cuenta regresiva para la Navidad. Pero en el Río de la Plata la cosa no siempre fue así, ¿cómo eran los 25 de diciembre?
Los 8 de diciembre no son un día más en el calendario. Además de celebrar a la Inmaculada Concepción de María, es la fecha en la que se arma el arbolito y comienza la cuenta regresiva para la Navidad. Si bien es una costumbre extendida en todo el mundo, ¿así fue siempre en la Buenos Aires de siglo XIX?
En los inicios del Virreinato del Río de la Plata la religión tomó un rol predominante, en parte por la campaña evangelizadora que tuvieron los conquistadores españoles al llegar a estas tierras. Lo cierto es que el calendario de Buenos Aires en sus inicios se basaba en el litúrgico.
La Navidad de aquella época era un poco diferente a la que nosotros imaginamos. Para empezar, el primer árbol llegó en 1828 y fue el irlandés Michel Hines quien lo armó en su casa, siendo esta una tradición de donde venía. Lo armó como pudo: colgó velitas y manzanas en las ramas y lo dejó cerca de la ventana que daba a la calle, despertando la atención de todos.
La rutina era más o menos la misma cada año. Asistir a los oficios del día y en la misa del Gallo se presentaba el "Manuelito" que era la imagen del Niño Dios y fue impulsado por la beata María Antonia de San José quien pasó a la historia como "Mama Antula", primera santa argentina.
Tras finalizar la misa del Gallo, que comenzaba a la medianoche, los primeros porteños se iban a dormir. Al otro día, ya en Navidad, se reunían entre familia y conocidos. Eso sí, nada de regalos, eso quedaría en manos del capitalismo.
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Pasó la independencia, las guerras civiles y Juan Manuel de Rosas llegó a la gobernación de Buenos Aires. Gracias al historiador Omar Freixas pudimos saber cómo era la Navidad en tiempos del rosismo:
"Las “naciones” de africanos y sus descendientes se congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto. En la víspera de las festividades, cada nación enviaba un delegado para tratar con él y su familia. No había música. Rosas luego enviaba su delegación, incluidas a las damas federales, encabezadas por Manuelita. En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar y, también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres bailarines. Más tarde se hacía ver como soldado, engañando y entreteniendo a los negros que al comienzo lo veían desaparecer y, preguntándose dónde estaría, luego lo reencontraban vestido como uno más, tras la pequeña broma. Finalmente, se mostraba ataviado como paisano, y a caballo”.
De a poco esta festividad empezó a tomar otra forma con la llegada de los inmigrantes. Hay que recordar que la gran mayoría de quienes bajaban del barco eran europeos donde sus diciembres son fríos, con ellos trajeron comidas híper-calóricas típicas de la época.
Otra de las cosas que la inmigración europea introdujo en el país fue la del pesebre, aquel adorno que solemos colocar debajo de cada árbol y que se completa el 25 con una figura de Jesús bebé. Lo que se sabe de esto es que fue una creación entre la tradición protestante y católica, de acá también se desprenden los regalos de Navidad como el 6 de enero el día de Reyes.
La misa del Gallo continuó, pero a diferencia de antes, comenzaba a nacer la costumbre de cenar en Nochebuena. La misma podía arrancar de madrugada y extenderse hasta toda la noche.
Por Yasmin Ali
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