Si bien Vladimir Putin tuvo algunas acciones a favor de Hamas y en contra de EEUU, no tiene una posición clara en el conflicto. ¿Será que no posee capacidad para intervenir o porque le sienta cómoda la inestabilidad?
Las tensiones crecientes que tienen lugar en Medio Oriente podrían ser consideradas, más allá de las implicancias locales, una etapa más del enfrentamiento global entre Estados Unidos y China. Ambas naciones tienen intereses en la región y a todas luces su presencia e influencia, aunque no en el mismo grado, resulta evidente.
Sin embargo, suelen pasar un tanto desapercibidas las actividades rusas en una zona en la que Moscú tiene una presencia considerable. ¿Qué objetivos persigue el Kremlin en Medio Oriente?
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Primero, el panorama: el punto de apoyo ruso en Medio Oriente es su base en Siria. Es allí donde Putin supo instalar tropas, adquirir una larguísima concesión del puerto mediterráneo de Tartús y, por si fuera poco, sostener al gobierno de Al Assad en el poder a través de una intervención militar que resultó ser decisiva. Pero, huelga aclararlo, no definitiva.
Rusia no terminó con la guerra en Siria, que sigue vigente. Es probable que el fin de la guerra supusiera hacer volver las tropas a casa, por lo que podría haber cierta conveniencia en mantener ese foco de conflicto controlado, pero abierto.
Por otro lado, la posición rusa respecto del conflicto en Gaza es, cuanto menos, poco clara: si bien recibió a personajes importantes del grupo Hamás y se vetaron resoluciones de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, las acciones concretas, de cualquier índole, fueron pocas o ninguna. ¿A qué se debe? ¿Será que Rusia no posee capacidad para intervenir en la conflagración o, por el contrario, le sienta cómoda la inestabilidad?
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En cuanto al Golfo Pérsico, el presidente Putin, que este año fue recibido con honores en Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, está interesado en coordinar una política petrolífera que le permita sostener el precio del barril en niveles que le aseguren seguir creciendo económicamente, tal como viene sucediendo desde el comienzo de la guerra en Ucrania.
Mientras siga la guerra, más allá de algunas fluctuaciones en el precio, en materia energética se benefician los exportadores y se perjudican los importadores. Este es uno de los puntos donde la amistad sin límites entre China y Rusia encuentra justamente eso, algunos límites. ¿Será que Rusia no consideró que la energía a un costo elevado iría en contra de los intereses del mayor comprador global, es decir, China?
Al mismo tiempo, respecto a la relación con Irán, hace escasos días Serguei Shoigú -quien encabeza el Consejo de Seguridad Nacional de Rusia-, se reunió en Teherán con el Jefe del Estado Mayor iraní y aseguró que su país estaba dispuesto a una “cooperación integral en asuntos regionales” con la nación persa. Cabe recordar que hace ya varios años las tropas rusas conviven en Siria con las iraníes sin conflictos entre ambos.
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Una relación más estrecha aún entre Irán y Rusia, ¿sería un factor de estabilización en Medio Oriente? ¿O por el contrario una alianza que sostendría a través de diferentes mecanismos el tipo de acciones que desestabilizan la región? No es un interrogante menor, ya que los ganadores y perdedores en uno u otro escenario son diametralmente opuestos. China tiene en los caminos del antiguo Imperio Persa importantes intereses comerciales, caminos que no pueden desarrollarse en una región convulsionada o en pie de guerra. Para avanzar algunos casilleros, necesita estabilidad, razón que explica sus repetidos intentos -hasta acá infructuosos- por mediar entre los diversos actores de la región.
Casi como un espejo, así como China no pareciera colaborar demasiado con el esfuerzo ruso en la guerra en Ucrania, Rusia no pareciera estar utilizando su influencia en Medio Oriente para calmar las aguas y favorecer los intereses chinos. Ello podría generar ciertas dudas sobre los verdaderos alcances de la amistad sin límites, aunque eso será tema para un nuevo artículo.
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