Washington ha mantenido su posición desde la Segunda Guerra Mundial, pero la excepción es justamente el hombre que desde enero volverá a ocupar la presidencia. Qué giros geopolíticos se pueden esperar en la relación de EEUU con Israel, Irán, India o Rusia.
Si hubiera que caracterizar en una sola palabra la política exterior estadounidense, el término correcto sería “continuidad”. Desde la Segunda Guerra Mundial que, a pesar de los cambios de gobierno, Washington ha mantenido siempre una fuerte presencia a nivel mundial. Pero esta regla, como casi todas, tiene una fuerte excepción, y la forma correcta de llamar a esa excepción sería “Donald Trump”.
Ahora bien, esta base intervencionista podría verse modificada si Trump cumple con sus promesas de campaña. Difícil pensar en un discurso de campaña que se cumple una vez en el gobierno, pero el hecho de que se asemejan bastante a lo llevado a cabo durante su primer mandato le otorga suficiente credibilidad.
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Hagamos un poco de memoria: fue en 2020, durante el primer mandato de Trump, que Estados Unidos propició la firma de los “Acuerdos de Abraham”, cuyo objetivo principal era pacificar Medio Oriente, acercando posiciones entre Israel y sus vecinos árabes y generando estructuras de cooperación en materia energética. Al mismo tiempo, este pacto dejaba muy aislado a Irán, cuya retórica fuertemente anti-israelí no le permitía llegar a ningún acuerdo con un Estado que, además, ni siquiera reconoce.
Aquí es posible notar, entonces, un potencial primer giro: la administración Biden fue mucho más cordial con Teherán e incluso se hablaba de reflotar el famoso acuerdo 5+1, el cual justamente había sido dado de baja por el propio Trump, que permitía a la República Islámica desarrollar sus investigaciones nucleares con fines pacíficos. Toda esta situación había generado mucha incomodidad en Israel.
Aparece, entonces, un segundo gran giro posible: no es un secreto que Washington y Tel Aviv tuvieron varios desencuentros por el manejo de la crisis en Gaza y Líbano. Más aún, es sabido que
, incluso con anterioridad a que el primero ocupe la presidencia, arrastran una mala relación. Todo este combo, sumado a la desconfianza que generaba esta especie de “suavidad” con Irán, llevó a que el vínculo entre Estados Unidos e Israel atraviese hoy uno de sus peores momentos.Trump, por el contrario, promete retomar la senda de la protección histórica hacia el Estado hebreo y combatir a Irán, a quien declaró en varias oportunidades como enemigo.
En resumen, a partir de enero, el flamante primer mandatario acercaría posiciones con Netanyahu y volvería a la confrontación con Teherán. Dos cuestiones se abren de esta suposición: ante todo, el primer ministro israelí debería encontrar la manera de sostenerse en el poder en medio de la crisis político-jurídica que asola su administración. Ya parece haber comenzado a ensayar algunos cambios: ¿hay alguna relación entre su decisión de despedir al ministro de Defensa Yoav Gallant, y las elecciones en EEUU?
Por otra parte, un Irán aislado podría no tener otra opción que volcarse a China, que ya de por sí es uno de los pocos que continúa abasteciéndose de energía persa a pesar de las sanciones.
Se abre aquí, la tercera y, quizás, cuestión más importante: ¿pacificar Medio Oriente no podría devenir en una ventaja considerable para que China termine de desarrollar su mega proyecto de Ruta de la Seda? ¿Querrá Trump competir en ese terreno con su rival asiático? ¿Puede hoy Estados Unidos desplegar en esta región un proyecto económico similar que sea más tentador que el propuesto por el gigante asiático? Es importante recordar que la mentada Ruta de la Seda se encuentra interrumpida por una serie de conflictos que impiden su continuidad (Yemen, Irak, Siria, Israel y Líbano), pero que podrían encontrar su fin si desde la Casa Blanca se impulsan iniciativas similares a las de Abraham.
Quedan, finalmente, dos interrogantes, ambos con implicancias globales. El primero: ¿cómo será la relación con Rusia? ¿Trump estará interesado en aplicar el “no más guerras” también a Siria, donde Putin mantiene su base más importante en la región? ¿Desde el Kremlin, querrán también pacificar Siria y dar vía libre al proyecto chino de reconstrucción?
El segundo punto se lo lleva Arabia Saudita. Su líder, el príncipe Mohamed Bin Salman, desistió de ir a la cumbre de los BRICS para reunirse en cambio con el Secretario de Estado de Biden, Anthony Blinken. Fue durante la primera administración de Trump que las inversiones chinas en el reino, potencia regional e histórico protegido de Estados Unidos, aumentaron casi exponencialmente. ¿Qué postura tomará el nuevo anfitrión de la Casa Blanca? ¿Ofrecerá garantizar la seguridad de Riad a cambio de que los Saud se comprometan a disminuir su relación con Beijing? ¿Podría influir positivamente la nueva postura de hostilidad frente a Irán, clásico rival regional de Arabia Saudita?
Lo cierto es que las fichas ya se están moviendo y es probable que veamos, en las próximas semanas, los primeros efectos de estas jugadas.
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