Genealogía de un malentendido generalizado.
Familia. Foto: Aciprensa.
Una vez más se acerca el tercer domingo de junio y en nuestro país se celebra el día del padre. Eso me lleva a la siguiente reflexión: “Sostener al padre”, ¿qué significa esa especie de máxima que tantas veces hemos escuchado en el ámbito “psi” repetida como un mantra?
Pienso que ese desiderátum suele funcionar como mandato, muchas veces disfrazado de intervenciones supuestamente psicoanalíticas. “Hay que sostener al padre” es un malentendido generalizado que implica una interpretación sospechosamente sesgada por prejuicios patriarcales.
Ese malentendido generalizado suele ser invocado como razón suficiente para que: a) muchas madres sostengan a su lado a cualquier tonto, con la esperanza de estar haciendo lo mejor para sus hijos; b) muchas/os profesionales de la salud mental orienten (por medio de sugerencias, indicaciones, etc.) los tratamientos de algunas madres hacia la conveniencia de “sostener al padre” de sus hijas/os, aun cuando se trate de un hombre hostil, abusivo, cuando no francamente violento, acaso simplemente no querido.
Se trata de un malentendido que hunde sus raíces lejos en el tiempo y se imbrica necesariamente con los debates actuales ampliamente abiertos y polifónicos sobre el patriarcado, con la voz principal de Rita Segato a la cabeza. Kretschmer caracteriza, en los inicios del siglo XX, el “delirio de la solterona”, para referirse a un cuadro de hipersensibilidad, extrema timidez y desconfianza. Este mismo autor alude a las familias conformadas solo por mujeres, sin “elemento masculino”, como causante de patologías severas.
Abundan los ejemplos provenientes de la psiquiatría clásica que abonan esta idea. Sobre todo, en quienes más trabajan la noción de autorreferencia patológica o “significación personal mórbida”: Neisser, Kraepelin, Wernicke junto al mencionado Kretschmer, en Alemania; Falret (h), Laségue, Capgras, Serieux y de Clerambault, en Francia, solo por citar a algunos de los principales referentes.
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Jacques Lacan, por su parte, en su extenso y temprano artículo “La familia” (1938), introduce la idea de una característica de época signada por la degradación “del elemento viril”. En este sentido, la debilitación de la transmisión inherente a la vida familiar resulta patógena toda vez que, en una institución paternal, la declinación de su autoridad identificada con el hombre progenitor arroja como producto resultados indeseables, todos ellos “patológicos”.
Los temas abordados por aquel Lacan jovencísimo, para quienes nos interese hacerlo, convienen ser revisitados desde desarrollos posteriores del mismo autor, tal como aconseja Oscar Masotta desde el prólogo a la edición en castellano.
En el seminario Las relaciones de objeto (1956) Lacan revisa la noción freudiana de Edipo. Allí establece puntos fuertes de su teoría, que sentarán las bases para desarrollos importantísimos por venir. De las muchas elaboraciones teóricas del seminario, señalo particularmente dos: por un lado, la matriz edípica considerada como cuaternaria en lugar de la clásica tríada freudiana; por otro, los lugares de dicha configuración considerados como funciones, más allá de la persona que las desempeñe.
Lógicamente, al poner en diálogo los desarrollos de 1956 con aquellos más tempranos, se entiende que “sostener al padre” no significa sostener a tal o cual persona sino, en todo caso, si es que habría que “sostener” algo, esto sería la función en juego y no el personaje, siempre contingente. En ese mismo seminario, Lacan introduce lo que ha funcionado como elemento capital del equívoco que, en la interpretación sesgada que comentaba más arriba, deja a las mujeres la parte principal del asunto. ¡De ellas depende que la función paterna pueda operar! Dicho de otra manera, que la autoridad paterna sea eficaz dependerá de que la madre habilite dicha posibilidad. Por lo tanto, queda dicho que ella también puede funcionar como obstáculo o impedimento.
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Esta explicación teórica es muy compleja y prosigue con muchísimas vueltas, en las que podríamos ver hasta qué punto “la culpa” no puede ser siempre toda de la madre. Aclaro que cuando digo “madre” me refiero también a la función -materna en este caso- y no a la persona que desempeña el rol. Al tratarse de una “coproducción” -evidentemente me refiero aquí a proyectos coparentales- el deseo y la sexualidad en la pareja de progenitores son decisivos en la determinación de si la función paterna logra o no pasar a través del desfiladero materno. De este modo, dicha función podría incidir sobre la descendencia que, en tal caso, además de eso -prole- se constituiría como filiación simbólica.
Me parece que, en algunos casos, vaya uno a saber por qué misterios de la transmisión, este último paso que acabo de comentar queda soslayado, olvidado o reprimido. Creo que este es el punto más problemático: al olvidar el aspecto de coproducción que tienen la coparentalidad y la familia apoyadas en la vida sexual de la pareja, una “solución” frecuente derivada de una lógica espontánea pero fallida, zanja simplemente la cuestión señalándola a ella como la culpable de todo. Falacia reduccionista. La madre, finalmente -por lo general quien desempeña la función y además soporta el rol- termina siendo la culpable: o bien de no darle a sus hijas/os un padre “como la gente”; o bien de que la función paterna “no opere” y, consecuentemente, lxs hijxs estén como desregulados, medio “sueltos”, con muchos problemas ante las figuras de autoridad.
¿Cuál suele ser el resultado desastrosamente generalizado de esta configuración? El siguiente: madres por aquí y acullá sosteniendo imbéciles, vagos, violentos y canallas varios. Lo empeora todo el hecho de que muchas veces esto mismo hasta puede ser sugerido, indicado o favorecido por alguna intervención “terapéutica”. Por eso, aun cuando pudiera parecer antipático por la proximidad del domingo destinado para homenajear al padre, insisto en la conveniencia de sostener la pregunta del título: ¿Sostener al padre? ¿Qué padre? ¿Qué es “padre”?
Por último, una salutación anticipada: ojalá que todas aquellas personas que cumplen la función paterna puedan ser agasajadas este domingo, mimadas por sus partenaires y por las personas a quienes prohíjan. Como supongo habrá quedado claro ya a esta altura, el alcance del saludo es independiente de la consanguineidad con lxs hijxs y de la combinación subjetiva entre anatomía, orientación sexual y expresión de género del padre en cuestión, porque se trata de una función y, como tal, puede ser desempeñada por cualquiera que esté a la altura.
Martín Alomo
Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021);La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).