Amor de pareja. Foto: gentileza Hogarmanía.
El amor, eventualmente, aun cuando las personas se hayan conocido a través de alguna aplicación, acude al encuentro en la vida off line más allá de la pantalla. Curiosamente, a las redes on line se las llama “sociales”, en una especie de trastrocamiento con los lazos del mundo tridimensional. El amor no se presenta en las redes on line. Allí se presentan perfiles que, por lo general con una foto, algún texto y varias publicaciones -más imágenes y más textos- funcionan como autopresentación de la persona, una especie de semblante virtual, no una telenovela sino un tele-velo, en la pantalla y a distancia del cuerpo a cuerpo.
A distancia del cuerpo a cuerpo por lo menos en dos sentidos. Por un lado, a distancia de los cuerpos de goce, esos que, en lo social, se presentan vestidos con significantes hechos de tela y afeites -se le llama moda, cosmética- y de palabras y sentidos -se les suele llamar atributos y roles sociales-. Esos mismos cuerpos que en la intimidad, si los amantes desean, dejan caer sus velos y se desnudan de los significantes que los visten. Por otro lado, a distancia también del cuerpo a cuerpo de significantes que algunas veces, cuando portan un peso de goce diferenciado, singular, debido a la incidencia de lo “éxtimo”, aun cuando constituyan el ropaje social de los sujetos pueden tocar lo más íntimo, como desde dentro. Una palabra caliente, incitante, inteligente, puede ser una caricia sobre la piel, un acceso directo.
Sin embargo, la autopresentación mostrada en las redes licúa el poder de lo simbólico, inhibe su eficacia debido a la pregnancia de lo imaginario y a la puesta en acting del conocido refrán: dime de qué alardeas y te diré de qué careces.
La autopresentación en las redes
¿Acaso parece que planteo una diatriba en contra de las aplicaciones del amor? No, de ninguna manera. Hay personas que probablemente nunca se hubieran encontrado con nadie de no ser por estos medios, e incluso relaciones que han prosperado más allá del enamoramiento. En tales casos, podríamos hablar de aplicaciones del amor a condición de entender que el amor ha surgido luego de haber atravesado el laberinto de espejos -o de pantallas- en los que cada quien se autopresenta con la mentira que le parece más aceptable. A decir verdad, en relación con esto último, las redes sociales, es decir, el mundo off line, no es distinto. Allí, la gente también se autopresenta. De hecho, Erving Goffman, el célebre sociólogo, acuñó en 1956 el término self-presentation no para las redes on line -que aún no existían- sino para el modo en que las personas producían el engaño correlativo de “venderse” para resultar agradables a la mirada de los otros y ser bien tratados y considerados, en contextos específicos .
En la vida fuera de las pantallas digitales -es decir: donde la pantalla denominada realidad no se soporta en gadgets tecnológicos-, si una relación trasciende el enamoramiento inicial y perdura, más allá de las autopresentaciones del caso, tal vez acceda al amor. Éste no se presenta en las redes, ni on ni off line. El amor se aprende, se construye, se banca, después de la autopresentación de cada quien y atravesando las pantallas en juego. Lo que ellas velan, tal vez las cibernéticas con mayor eficacia, es la falta.
El relato que nos contamos acerca de quiénes somos cuando le hablamos a otro sobre nosotros, en la vida off line, también es un velo de Maya que nos resulta tan familiar como imperceptible. O lo que es lo mismo: nosotros también nos creemos nuestra mentira. El amor atraviesa las pantallas y vuelve evidente la falta, la castración, la incompletud, la vulnerabilidad. Si aun así los amantes se siguen eligiendo, si se pueden seguir deseando e incluso queriendo, así fallidos, entonces el amor tiene una chance. Bajo la forma de compañía inesperada y tranquila, de paciencia sorpresiva y generosa, de aceptación no afectada ni exigente; tales suelen ser, entre otros, los rostros del amor. Por eso, decía, el amor no se presenta, sino que adviene al atravesar las pantallas de las redes sociales (las unas y las otras).
El amor y las pantallas. Foto: gentileza Psicoactiva.
Pantallas on y off line
Sin embargo, no da lo mismo que la autopresentación sea a través de pantallas virtuales o en la realidad tridimensional. A través de la web y de las distintas aplicaciones para celulares, la gente no sólo se oculta de un modo más eficaz que en la vida off line, sino que el borramiento del otro es mucho más logrado porque está ofertado como condición previa. Yo me comunico con lo que yo quiero, o creo -es lo mismo- del otro, que bien podría ser un troll al otro lado de la línea, programado para responder mis requerimientos virtuales. Se trata de una situación que vibra en la misma sintonía que la abolición de la otredad en la pantalla. Esa es la premisa de las aplicaciones virtuales para conocer personas, que podríamos resumir en la siguiente fórmula: la aplicación me facilita “comunicarme” con vos, porque sé que en realidad hablo conmigo mismo y a lo sumo, si nos gustamos cuando pasemos de una pantalla a la otra -de la virtualidad a la realidad- me darás un polvo, para lo que basta tener un cuerpo.
Mientras tanto, los inicios de las relaciones off line, al contar con la presencia de los cuerpos tridimensionales, las miradas, los perfumes, los alientos, la sonoridad de las voces y otros detalles corporales, están abiertos a que la eficacia incomunicante de la fantasía pueda ser traicionada en cualquier momento. Debido a lo azaroso del roce de una palabra dicha justo al filo de la lengua erotizada, bífida, dispuesta a erosionar la consistencia de los fantasmas en juego de manera que se dejen refutar aun cuando no quieran, y de ese modo dejen que algo del deseo tome cuerpo.
El acto sexual no hace lazo
En ambos casos, los implicados se hablan -se monologan- a través de una pantalla. Pareciera ser que las relaciones que nacen off line tuvieran más chance de traicionar la fijeza del fantasma que deja al sujeto gozando solo con su objeto, dejando al potencial partenaire solo también, como convidado de piedra. En este sentido, el de la reproducción de lo mismo, las aplicaciones para conocer gente pueden resultar cansadoras por propender a cierto uso que repone cada vez la misma escena: no me conocés, no te conozco, ya sé que te gustaron mis fotos, si no lo arruinamos durante la cena podríamos coger hoy mismo. Luego, el acto sexual por sí solo, cada vez, por intenso que sea, da testimonio de que no es suficiente para crear un vínculo. Por eso mismo, las aplicaciones a través de pantallas virtuales propenden al poli-sexo sin amor que, del mismo modo que la sustancia en el caso de las adicciones, produce una satisfacción inmediata de la pulsión ahorrando la tramitación del circuito simbólico que implica entablar un vínculo, lo que produciría otro tipo de experiencia más subjetivada y menos arrojada al pasaje al acto.
Por otro lado, las relaciones de inicio off line, según una queja recurrente que suelo escuchar en el consultorio, proveniente de aquellas personas que no están en una pareja estable, son cada vez menos frecuentes. Interpreto este dato como un indicio de que los gadgets, las pantallas virtuales y las aplicaciones para conocer personas constituirían hoy en día una adicción generalizada. Mientras tanto, el amor puede surgir sorpresivamente, más allá de los inicios, traidor de fantasmas eficaces pero agujereados, finalmente, por la presencia del otro. Tiendo a pensar que las pantallas virtuales, las apps, admitiendo sin dobleces que son muy efectivas para facilitar contactos eventuales y relaciones posibles, refuerzan el problema de la fijeza del fantasma y la soledad correlativa que, en su extremo, prescinde de cualquier partenaire. Entiendo que este fenómeno queda bien ilustrado por esas personas cuya queja es -palabras más, palabras menos-: “son todos iguales, parece que quieren, te mienten, y después no te llaman nunca más”, como si todos los usuarios de apps con quienes se ha seguido la secuencia chat-cita-cama, cada vez con mayor velocidad, ¡fueran una y la misma persona!
La contingencia del amor, en cambio, tiende a advenir en las grietas de las fijezas fantasmáticas. Más allá de las pantallas, ya no importa cuáles, el amor dice en voz calma pero firme, claramente presente y dispuesto a quedarse: acá estoy. Agudicemos los oídos, por si acaso.
Martín Alomo
Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021);La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).