Pareja. Foto: Jonathan Borba / Unsplash.com.
Lo contingente es definido por Tomás de Aquino como lo que puede ser y lo que puede no ser. Se trata de un tema que he investigado mucho junto a otros colegas, en la universidad. La cara de lo contingente que más me interesa aquí es la de lo azaroso.
El azar guarda una relación íntima con la capacidad de elección que tenemos las personas. Una de las hipótesis sobre la palabra “azar”, mencionada por Joan Corominas en su diccionario etimológico, la vincula con los dados, pero no con cualquier parte sino con una en particular: la cara legible como efectivamente jugada, el número que sale. Según esta hipótesis filológica, el azar es la producción de una lectura sobre algo accidental, como es la cara de un dado.
Recuerdo también un simpático diálogo extraído del anecdotario de la guerra civil estadounidense que, de algún modo, alude a este fenómeno de lo azaroso, cuando es tomado en complicidad electiva por parte de quien produce la lectura del acontecimiento:
“–Su acelerada decisión de atacar –le dijo cierta vez el general Grant al general Gordon Granger– fue admirable. Usted tuvo solo cinco minutos para decidirse.
–Sí, señor –respondió el victorioso subordinado–, es imprescindible saber lo que debe hacerse en una emergencia. En el momento en que no sé si atacar o retirarme, jamás vacilo: tiro al aire una moneda.
–¿Quiere decir que eso es lo que acaba de hacer?
–Sí, mi general. Pero le ruego no reprenderme. Desobedecí a la moneda”.
(Citado por Ambroise Beirce en “El diccionario del diablo”, 2011).
Las veleidades del deseo y del amor también están hechas de obediencias y de desobediencias a “los designios del corazón”, como suele decirse. ¿Por qué se produce o no se produce un encuentro amoroso entre dos personas? He aquí un misterio insondable desde la reflexión intelectual, filosófica o psicológica. Sí podemos elaborar hipótesis, solo para agregar las nuestras a las muchas existentes. La clínica psicoanalítica, entiendo, puede arrojar luz sobre la cuestión de la elección de objeto amoroso, sobre cuáles son las condiciones eróticas de alguien. Y lo que esa clínica nos enseña es la importancia del elemento contingente, puesta de manifiesto en el rostro de la fortuna -la cara legible- que se imbrica con la complicidad electiva del sujeto.
Cuando se ha producido el encuentro, que no podemos saber aquí por qué ha ocurrido, salvo que los protagonistas nos lo cuenten, suele haber un deseo de perpetuar la unión: los amantes quieren estar siempre juntos, día y noche, no quieren separarse. La atracción erótica es un magnetismo irrefrenable cuando el encuentro se ha producido y los amantes quieren estar juntos. ¿Acaso habría que escribir de modo inverso esta relación de causalidad? Probablemente. Si la relación prospera más allá de la etapa de enamoramiento inicial, tal vez la pareja decida llevar más lejos los destinos de ese encuentro y a lo mejor eso tome la forma de un noviazgo, una convivencia, un matrimonio, una familia.
Bienaventurados los enamorados, ellos conocen el sinsentido de la vida: porque todo lo que no implica estar con la persona amada pierde sentido; bienaventurados los amantes, ellos saben sucumbir a la ilusión del sentido único: estar con el objeto amoroso. El amor, experiencia que pone en juego la vulnerabilidad, la inestabilidad, la vacilación íntima, la angustia, la felicidad, el placer, etc., obedece las reglas de lo contingente. Encorsetar y fijar los aires libertarios que conlleva el amor por medio de la idea de perpetuación, de exclusividad, de noviazgo, de convivencia, de matrimonio, de familia, implica una exigencia desmedida para la llama ardiente pero trémula del deseo. Querer que el encuentro azaroso se transforme en algo necesario, en una institución socialmente consensuada y presentable, eso es lo que solemos hacer en casi todo el mundo.
La cultura, finalmente partidaria de las instituciones que continúan presentándose favorables desde el punto de vista de la conservación de la especie, parece postular que una pareja estable continúa siendo la mejor condición de reproducción de una cadena de ADN, del mismo modo que una gallina representa el modo que tiene un huevo para producir otro huevo. La mirada biologicista y genetista puede ser brutal, por su falta de poesía; tal vez demasiado realista. En este sentido, el intento fuerte de llevar lo contingente a lo obligatorio, a lo exclusivo, al compromiso, a lo necesario y más conveniente para todas y todos, termina siendo un gran problema para la llama del deseo. Problema flagrante para la pareja amorosa.
El amor puede ser y puede no ser, eso depende de que la llama trémula del deseo encienda ambos corazones y mantenga unidos los cuerpos durante un tiempo. Cuando los amantes creen decidir que quieren apostar a un nivel más comprometido en el camino de una pareja estable, acaso ello obedezca a que los cuerpos se reclaman, se invocan, se desean intensamente, al punto de que interponer entre ellos una barrera espacial o algún otro trámite que los des-acerque resulta intolerable. Luego la convivencia, incluso el matrimonio, tal vez hijos. Como sea, indefectiblemente, en algún momento la pareja de amantes tendrá que vérselas con la transgresión lógica de haber pretendido llevar lo contingente a lo necesario. Con esto lidiamos.
Por otra parte, también podemos gozar y penar, si quisiéramos, de no llevar nuestros enamoramientos y nuestros encuentros apasionados más allá de esa etapa inicial. Como ha dicho el genial filósofo danés con irónica lucidez: los unos se arrepentirán... también los otros.
Martín Alomo
Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021);La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).