El tiempo que vivimos ha sido caracterizado como “posverdad”, lo cual significa algo así como un abuso de la idea de relatividad. Tal vez nos encontremos ante la hegemonía de una conjura de la estupidez generalizada capaz de producir valor de verdad para sostener como mercancía cualquier idea peregrina.
Tiempos de la "posverdad".
El tiempo que vivimos ha sido caracterizado como “posverdad”, lo cual significa algo así como un abuso de la idea de relatividad. Se trata más bien de un “relativismo”, una inclinación fanática y militante en contra de los modos instituidos de producción de verdad -la academia, la ciencia, los medios de comunicación tradicionales- y, por el contrario, a favor de versiones efectistas producidas por agentes espurios a través de medios alternativos. En particular, este último espacio lo ocupan las redes sociales y las distintas tribus que las habitan con sus consensos parciales -ya sea agrupaciones políticas, sectarias, comerciales, etc.- capaces de imponer versiones independientemente de la verdad científica, académica y/o periodística que las sustente. En este sentido, el valor de verdad generado por los productores de infodemia emerge del consenso más o menos espontáneo, más o menos inducido y fomentado, viralizado a través de las redes. Hemos podido observar esto con la inundación de fake news relativas a cuestiones de salud durante la pandemia por Covid-19 que generaron una epidemia paralela a la del SarsCov2: se servía de las personas para inocular de uno a otros las informaciones falsas y de ese modo viralizarlas.
A partir de la situación mencionada durante la pandemia, las narrativas de la infodemia han merecido un cúmulo de investigaciones científicas, algunas de ellas concluidas y otras aún en curso. Estas investigaciones han detectado que dichas narrativas proceden por medio de la tergiversación producida por la puesta en circulación de versiones radicalmente falsas; o bien, por versiones adulteradas de verdades consensuadas en la comunidad científica, pero que en su alteración trafican el germen falsario. Al reunir cierto consenso, estas versiones aparecen como consistentes y ponen en cuestión al menos tres cosas: la utilización responsable de los nuevos medios de comunicación que, indudablemente, son las denominadas “redes sociales”; las responsabilidades jurídicas y eventualmente penales que les corresponden a las grandes plataformas -Twitter, Facebook, etc.- y otras diferentes que recaen sobre los usuarios particulares (por ejemplo, el usuario que retwittea una fake). Este estado de cosas pone en cuestión también un tercer punto que es el que más me interesa: las condiciones de producción de verdad en nuestros tiempos cibernéticos de redes virales.
Al respecto, no puedo dejar de mencionar a autores como Claude Lévi-Strauss y Jacques Lacan, quienes han sabido detectar cómo opera la verdad en distintos discursos: en la magia, por ejemplo, está en primer plano el efecto; de allí se sigue que la verdad está dada por aquello que haga que la cosa funcione: ensalmos de la palabra, ritos, talismanes, no importa el medio, lo que importa es que se produzca un efecto aun cuando sea fruto de la sugestión y como tal inestable y de corto alcance. La religión obtiene la verdad de su meta declarada: las cosas son verdaderas si en su proyección sirven a la finalidad última del discurso religioso en cuestión (la santidad, en el caso del cristianismo). La ciencia, en cambio, se apoya en una verdad dada por los procedimientos formales consensuados por la comunidad que le es propia: más allá de conocer las causas o de garantizar los efectos, el discurso científico asegura cuáles son los medios por los que se llega de un punto a otro y en la explicación clara y exhaustiva de ellos radica su potencia.
La infodemia en el contexto de posverdad plantea las cosas de un modo parecido a la magia. Ahora, al parecer, determinados consensos particulares motorizados por tribus cibernéticas pueden erigir en verdad cualquier patraña: antivacunas, terraplanistas y negacionistas varios, por ejemplo. Estos consensos virtuales animan sus ritos mediante likes, twitts y retwitts. Algunas veces se trata de perfiles que se corresponden con algún usuario real, otras veces son perfiles falsos creados ad hoc por burócratas en oficinas de trolls a sueldo, y nunca faltan los bots, casos en que los trolls obedecen a softwares automatizados que ni siquiera se corresponden con un usuario humano en particular. Tal vez nos encontremos ante la hegemonía de una conjura de la estupidez generalizada capaz de producir valor de verdad para sostener como mercancía cualquier idea peregrina. Esta “posverdad” aportada por seguidores, likes, trolls, bots, etc., pone patas para arriba el mundo conocido y -entiendo- representa el lado B de unas redes “sociales” que hoy comandan la escena.
Martín Alomo
Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).
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