*Por Martín Alomo
Hace unos años, durante un enero casi tan caluroso como este, departiendo relajadamente con un grupo de colegas, jugábamos a decir oxímoros graciosos a modo de chascarrillos. “Viejas noticias” dijo alguien y otro respondió “opción única”. Entonces a alguien se le ocurrió “vacaciones familiares” y todos reímos con ese tipo de risa que desemboca en una especie de sabor amargo para nada gracioso. Familiares o no, hoy quiero hablar sobre las vacaciones.
Hay un tipo de trabajador/a que tiene características de eficiencia máxima, la optimización de la proeza puesta al servicio del trabajo. Ese detalle hace que en todos los asuntos laborales ellas/os puedan canalizar gran parte de sus inquietudes: sus anhelos, angustias, ansiedades, temores, deseos, satisfacciones, etc. En este sentido, los grandes trabajadores hiperadaptados al sistema que se sirve de ellos como insumo necesario, en algún momento detienen su marcha para hacer la experiencia de las vacaciones: ese descanso esporádico, casi siempre anual cuando se trata del período más extenso, que se presenta como una ruptura con el estilo habitual de la vida cotidiana -por lo general una superficie monótona- del trabajador responsable y esforzado.
Allí, en ese punto de cruce entre las vacaciones que inician y la rutina habitual que cesa -solo un poco, simplemente para poder recomenzar- suelen darse una serie de fenómenos complicados, aparentemente inmotivados aunque, por lo general, reúnen ciertas características propias de los prolegómenos angustiosos.
Que los aprontes para un viaje resultan estresantes no es novedad. En cambio, a veces no queda tan claro un fenómeno sin embargo muy frecuente: la insistencia en el malestar y más aún, la producción de fuentes de molestias e incomodidades para todos los implicados -familiares, parejas, amigos y demás víctimas ocasionales- en los momentos de inicio. Aunque para ser justos no deberíamos referirnos solo a ellos: los grandes maestros en estropear el disfrute pueden hacerlo incluso durante una estadía de vacaciones en el mismísimo paraíso.
Malograr las vacaciones, transformar el momento del descanso anual en una tortura para uno y para otros suele ser un modo habitual de lidiar con la dificultad de salirse de la rutina finalmente protectora, sobre todo para aquellos sujetos que caracterizaba al principio: los más oficiosos, los más responsables y esforzados, a quienes algunas veces les cuesta mucho salirse del yugo que, según parece, no solo puede ser agobiante sino también tranquilizador.
¿Cuál será la variable que comanda esta dificultad? Que los psicoanalistas hablemos de neurosis y que eso sea un término que funcione como código que caracteriza adecuadamente el tipo de comportamiento que acabo de describir no alcanza para que el lector y la lectora que no comparten la jerga entiendan la dinámica involucrada, lo cual es lógico ya que un nombre no la explica.
Para ser claro, diría que me refiero a un tipo de configuración en el que participan tres elementos principales que paso a explicar paso a paso: a) el deseo; b) el temor a que se cumpla; c) entonces, por las dudas, el arruinamiento del mismo.
No es original el nexo causal que supongo entre los tres términos mencionados: me refiero a la hipótesis freudiana de autopunición por sentimiento de culpabilidad, diariamente comprobada en los consultorios de los analistas. Aquellos que se arruinan la vida, particularmente los buenos momentos, por medio de tácticas de autoboicot, suelen poner a su partenaire en situación de no saber qué hacer al respecto. Algunas veces, incluso, llegan a convencerlos de que no se merecen ser amados. En el momento del clímax sexual o en la fase posterior, de relajación, una persona que he conocido tenía el hábito de equivocar el nombre de su pareja, a quien amaba profundamente y deseaba ardientemente. El equívoco no era la sustitución por cualquier otro nombre, sino justamente por el de una mujer que había tenido algo con el sujeto anteriormente, conocida también por la pareja actual. Resultado: momento feliz = dedos en el enchufe.
Otra persona me comentaba la alegría con que había recibido la visita de su novia en su departamento de soltero. Ella fue a visitarlo con una comida preparada por ella misma para agasajarlo y, además, le llevó de regalo una camisa que a él le gustaba. Cenaron, hicieron el amor, y en el momento posterior, entre palabras despreocupadas y caricias distendidas, el caballero insistió en reprocharle, una y otra vez, que esa misma tarde ella había demorado mucho más de lo que él hubiera querido en responderle sus mensajes de Whatsapp. Momento feliz = dedos en el enchufe.
Los ejemplos abundan. Tal vez haya uno paradigmático. Caribe, playa, sol, tragos, dos amantes. Sexo ardiente, apasionado, en el contexto de un viaje de descanso de una semana, para estos amantes que empezaron una relación hace unos pocos meses. Él, sesentón y de buen pasar, que encuentra en ella, además de una mujer caliente y hermosa, la vitalidad de sus cuarenta, que lo rejuvenecen. En un rincón alejado de los demás, entre palmeras, se besan, ella mete su mano bajo el short, “me manoteó”, explicaría él. Iban a tener sexo allí, al aire libre, jugando a esconderse de los posibles mirones, en un arrebato de excitación que ninguno de los dos quiso refrenar. Avanzada la acción, el epitalamio caliente desde la voz de ella susurra al oído de él, mientras le muerde levemente el lóbulo: “esta es mi oreja”. Por alguna razón, él escucha en ese susurro el apellido del exmarido de ella, que apenas guardaba una semejanza homofónica con la palabra “oreja”. Allí terminó esa escena, malograda por una interpretación que, traducida a un sentido que podamos entender, decía más o menos así: ella coge conmigo porque la traigo de paseo al Caribe, pero en realidad, para calentarse, piensa en su ex. Este caballero costeó el pasaje de ambos y la estadía durante una semana en un exclusivo all inclusive y, asombrosamente, no se privó de encontrar reiteradamente, como en el ejemplo que acabo de narrar, varios enchufes disponibles entre las palmeras, las sombrillas y la arena caliente, en los cuales meter los dedos hasta el fondo. Nunca tuve oportunidad de conocerla a ella más que a través de los relatos de él. Desde allí, se adivinaba una mujer amorosa, vital, enamorada y caliente que ya no entendía cómo el mundo entero se había convertido en “Peligro - Alta Tensión” y vuelta al punto de partida, más allá del escenario placentero y de la coreografía deseante que ella propusiera… o justamente por eso.
*Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).