El presidente de los Estados Unidos Joe Biden se reunió con sus homólogos de Japón y Filipinas para establecer acuerdos de defensa mutua debido al creciente poder de Beijing y su deseo de controlar los mares compartidos. La prioridad establecida por Washington para dicha región se centrará en mantener un “Indo-Pacífico libre y abierto” y defender a sus aliados a toda costa.
En la Antigüedad, quien controlara el Mar Mediterráneo dominaba el comercio marítimo de Europa, África y Medio Oriente. En esas luchas encarnizadas, los atenienses, fenicios y cartagineses aspiraron a señorearse de él, pero solo Roma lo logró. Con el paso de los siglos, fue el dominio de los mares lo que hizo que las naciones colonialistas se convirtieran en potencias. Así fue como Gran Bretaña se convirtió en dueña y señora de los mares durante el siglo XIX; también Estados Unidos logró controlar el Caribe proyectando su poder hacia el Pacífico. El control de las rutas marítimas y la explotación de recursos no han cambiado esta dinámica, y es por ello que Beijing aspira a controlar los mares meridionales y orientales de China.
En la Primera Guerra Mundial, la desmesura del Imperio Alemán propició que los países vecinos se sintieran amenazados, de modo que se alteró el equilibrio de poder en Europa y se formó una alianza en su contra que lo terminó cercando. Hoy se repite la misma dinámica, pues el creciente deseo chino de ser dueño de estos mares ha alertado a los países circundantes, quienes, por miedo, se han visto empujados a acercarse más estrechamente a Washington.
No solo han ocurrido roces diplomáticos entre embarcaciones de otros países –el caso más paradigmático fue que buques de China atacaron con chorros de agua a barcos pesqueros filipinos–, sino que la República Popular ha establecido una serie de islas artificiales en el sur del Mar Meridional, las cuales cuentan con capacidad para disparar tanto misiles tierra-tierra como misiles aire-aire, además de aeródromos y puertos para buques de guerra. Esto ha otorgado a China un control de las rutas comerciales mucho más sólido y la capacidad disuasiva frente a una potencial amenaza.
Ante ello, las tensiones en los mares han aumentado en los últimos años. Entonces, ¿cuál será la clave para mantener el equilibrio de poder en Asia-Pacífico?
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En 1907, tres países dispares con rivalidades sin resolver, Gran Bretaña, Francia y el Imperio Ruso, decidieron dejar de lado sus diferencias y formar lo que se conoció como la Triple Entente. Esta no era una alianza en el sentido formal, más bien era una asociación estratégica en la que se comprometieron a reforzar su seguridad y darse apoyo diplomático.
La cumbre celebrada el 11 de abril de 2024 entre Japón, Filipinas y Estados Unidos ha replicado este mismo esquema: no han formado una alianza, sino una entente. Detrás de esta hay una historia de genocidio cometido por la ocupación japonesa en la Segunda Guerra Mundial en Manila, sin embargo, por ahora, la amenaza china es más importante.
Los tres se comprometieron a reforzar la seguridad de los mares y contener el expansionismo chino, y en un claro mensaje hacia Beijing, Biden declaró que los defenderá a toda costa: “Quiero ser claro en que los compromisos de Defensa de Estados Unidos con Japón y Filipinas son inquebrantables. Son inquebrantables. Cualquier ataque contra barcos, aviones o fuerzas armadas filipinas en el mar del Sur de China invocaría nuestro tratado de defensa mutua”.
Un frente unido de estos países podría dificultar los esfuerzos de China para expandir su presencia en el mar de China Meridional y Oriental. Esto podría traducirse en una mayor resistencia por parte de las naciones vecinas y una posible disminución de la capacidad de China para llevar a cabo actividades de reclamación de tierras y construcción de instalaciones militares en la región.
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Esta nueva entente por ahora tratará de frenar las incursiones chinas en la zona de los mares, pero, como dijimos antes, no es un bloque de alianza rígida. Estados Unidos se ha estado cuidando de no incluir a los países asiáticos en este tipo de organizaciones, ya que este bloque de alianza podría presionar de tal manera a China, que tendría que formar su propio sistema de alianzas, sobre todo si se siente demasiado cercada.
Sin embargo, en lo que respecta al gigante asiático, sus potenciales aliados: ¿Serían Irán y Rusia? ¿Estarían dispuestos los rusos y los iraníes a confrontar con Estados Unidos para ayudar a los chinos a llegar a ser una potencia dominante?
Para evitar este escenario, Washington ha optado por una estrategia más centrada en la formación de asociaciones flexibles con países clave en la región del Indo-Pacífico. Esto permite una respuesta más ágil y adaptativa a los desafíos planteados por China, al tiempo que evita provocar una escalada de tensiones que podría desembocar en un conflicto abierto. El futuro del equilibrio de poder dependerá en última instancia de cómo responderán estos actores en el tablero geopolítico del Asia-Pacífico. ¿Será suficiente la disuasión de Estados Unidos y sus socios empleada para contener las ambiciones del expansionismo chino o veremos una China cada vez más desafiante?
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