Hay quienes deslizan que los niveles de tensión entre Rusia y la OTAN son superiores a los alcanzados durante la famosa Crisis de los Misiles, en 1962.
Los recientes acontecimientos en la Guerra en Ucrania hizo reaparecer la pregunta ¿existe la posibilidad de una guerra nuclear? Hay quienes deslizan que los niveles de tensión entre Rusia y la OTAN son superiores a los alcanzados durante la famosa Crisis de los Misiles, en 1962. Quizás sea un poco exagerado. Veamos los intereses en juego y las posiciones que ocupan los actores en cuestión.
Por un lado, Rusia. Putin parece haber obtenido algunos avances considerables en la guerra que sostiene en Ucrania. Pero aquí radica el detalle: en el último tiempo el ejército ruso profundizó sus ofensivas, mientras que el canciller Lavrov, contrario al mensaje ucraniano, aseguraba a distintos medios que el conflicto estaba lejos de finalizar. Esto último esconde dos mensajes: el primero, que Rusia no tiene necesidad de terminar la guerra, es decir, el enfrentamiento no la agobia; el segundo, en consecuencia, es “si quieren terminar la guerra, tendrán que convencernos, porque para nosotros esto es sostenible y redituable”.
Pero quizás haya algo más para considerar. La elección de Trump como presidente de Estados Unidos, primera potencia mundial, viene acompañada de la promesa de poner fin a la guerra en Ucrania. ¿Será que Rusia intenta anticiparse a este escenario y gana terreno para negociar desde una posición favorable en un futuro no tan lejano?
Mientras tanto en el bando contrario, la OTAN parece atravesar momentos de contradicciones. El conflicto ucraniano viene afectando de sobremanera a las principales economías del Viejo Continente –principalmente Alemania-, cuyas industrias fueron castigadas con el cierre casi total del barato gas ruso y, al mismo tiempo, forzadas a comprar el mucho más caro gas norteamericano. Al unísono, Europa ha tenido que sumergirse en una especie de esfuerzo bélico para sostener la defensa de Kiev; provocando, paradójicamente, que se prolongue el conflicto que tanto la perjudica.
Para colmo, hace algunos días, la televisión estatal rusa, en su matutino habitual, hacía gala de la capacidad efectiva del sistema nuclear de Moscú para golpear las principales capitales europeas cuando y como quisiera. Europa, que alguna vez dominó el mundo, se encuentra entre la “amenaza rusa” y la total dependencia de la voluntad norteamericana para defenderla.
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Finalmente, es fundamental valorar las posibilidades reales de que se desate una guerra nuclear. Si Rusia atacara a algún integrante de la OTAN, por lo acordado en la alianza, estaría ofendiendo a todos sus miembros a la vez, lo cual se traduciría en una guerra directa con Estados Unidos. Más allá del análisis militar y de quién tiene más capacidades de ganar, de lo que no hay dudas es que esta hipotética situación desencadenaría una destrucción inimaginable, probablemente para casi todo el planeta.
Teniendo en cuenta esto último, debería existir un hecho de suma gravedad (una agresión directa, o algo similar) para que una catástrofe de estas magnitudes se concrete. Porque, por un lado, no parece haber interés de Rusia y Estados Unidos con una guerra de estas características; por el otro, relacionado con lo anterior, sigue operativa la doctrina de disuasión nuclear, que señala que el resultado de una guerra entre potencias nucleares sería el suicidio mutuo, razón por la cuál un enfrentamiento directo queda (casi) descartado -salvo escenarios extremadamente excepcionales-.
Un enfrentamiento ruso-estadounidense más bien dejaría el terreno libre a China, que ha intentado evitar por todos los medios verse involucrada de algún modo en Ucrania, y que contaría con ventajas extraordinarias al ver destruirse entre sí a las otras dos potencias mundiales. Algo similar pensaron los europeos en tiempos de Guerra Fría: la destrucción mutua entre la URSS y EEUU les permitiría recobrar centralidad en los asuntos mundiales. Sin embargo, soviéticos y estadounidenses no les dieron el gusto, y parece difícil creer que ahora sería diferente.
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