El 14 de agosto se conmemora el día en que, tras décadas de silenciar las agresiones, las mujeres sometidas rompieron el silencio sobre lo vivido durante la guerra imperialista de Japón.
El 14 de agosto de 1991, Kim Hak-Soon, rodeada de periodistas, contaba por primera vez frente a las cámaras de televisión que a sus 17 años, durante la guerra de avance de Japón en Asia, había sido llevada por los soldados japoneses en contra de su voluntad. La habían encerrado, golpeado y ultrajado sistemáticamente hasta 1945.
"Los soldados me violaron uno tras otro. Me mordí los labios, traté de resistir y escapar, pero me atraparon. Me llevaron arrastrando y me volvieron a violar una y otra vez. Estaba tan horrorizada y desconsolada que no quería decir ni una palabra. Me digo a mí misma todo el tiempo “no pienses en eso”. Pero luego, cuando lo hago, no sé qué hacer. (…) Tengo miedo de que no haya nadie que diga la verdad después de que muera".
El día que Kim Hak-Soon, una de las víctimas de la esclavitud sexual de la Armada Imperial de Japón, se animó hablar, cambió para siempre la historia de las “mujeres de consuelo” o "comfort women", término utilizado por el ejército japonés para encubrir a las mujeres esclavizadas sexualmente durante la guerra.
Se calcula que entre 200.000 y 400.000 mujeres de Corea, China continental, Taiwán, Japón, Filipinas, Indonesia, Tailandia, Malasia, Timor oriental, Vietnam y Países Bajos (hijas de los colonos de las Indias Orientales Neerlandesas), fueron esclavizadas sexualmente por este sistema de trata de personas; el más grande que haya existido en el marco de un conflicto armado contemporáneo.
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Las mujeres esclavizadas eran muy jóvenes, en general vírgenes, provenían en su mayoría de sectores sociales muy marginales y habían recibido poca o ninguna educación formal. Dependiendo del origen, habían sido secuestradas en la calle, raptadas de sus casas, engañadas con falsas promesas laborales o vendidas por vecinos o parientes. En todos los casos fueron llevadas en contra de su voluntad y estuvieron esclavizadas sexualmente en lugares de rapto llamados “estaciones de consuelo”.
En las estaciones las obligaban a recibir hasta 30 hombres por día. Los abusadores eran militares y no sólo las ultrajaban sexualmente, sino que también les pegaban, las humillaban y las torturaban. El sistema era tan perverso que solían pasar médicos a revisar a las víctimas, enseñarles a usar condones, y de paso también las violaban. La Armada Imperial creía que era importante mantener la salud y moral de los solados para que rindieran mejor el campo de batalla, y ellas eran sólo un instrumento de satisfacción al servicio de la guerra.
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La violencia contra las mujeres en contextos de guerra ha existido desde tiempos inmemoriales. Esto favoreció a la invisibilización de esas prácticas aberrantes. Prácticas que se llevaron a cabo en sociedades patriarcales confucianas en las cuales las injusticias y abusos cotidianos hacia las mujeres estaban normalizados.
Signadas por la vergüenza, el dolor y el trauma de haber sido sistemáticamente violentadas sexualmente, torturadas e insultadas, las víctimas no pudieron dar a conocer lo ocurrido. La sociedad no estaba dispuesta a escucharlas. Se esperaba de ellas que fueran buenas hijas, buenas esposas y buenas madres. Vulneradas, traumadas y heridas físicamente, trataron de sobrevivir al calvario del silenciamiento forzado.
La derrota de Japón no implicó una verdadera liberación para las “mujeres de consuelo”, pero romper el silencio sí. No fue una tarea sencilla ni meramente individual. Pero un día, cuando ya muchos habían olvidado lo ocurrido, las víctimas hablaron. De golpe, empezaron a aparecer testimonios de mujeres que, alentadas por la conferencia de prensa de Kim Hak-Soon, contaron su verdad. Las víctimas pertenecían a todos los territorios ocupados por Japón, incluyendo mujeres japonesas y holandesas (hijas de los colonos de las Indias Orientales Holandesas – actual Indonesia). No se conocían entre sí, a veces no hablaban el mismo idioma ni tenían la misma cultura, pero eran todas hermanas en el dolor y en la lucha política por el reconocimiento y la emancipación.
Cuando Kim Hak-Soon habló, no sólo la sociedad coreana había cambiado, también los marcos normativos internacionales. Los derechos humanos de las mujeres habían conquistado las agendas de organismos internacionales, las redes feministas se habían legitimado con campañas contra la trata de mujeres en Asia y las feministas coreanas ya no creían que la violencia sexual fuera un tema del ámbito privado. Había que denunciar el machismo y hacerles entender a los negacionistas que la violencia contra las mujeres transcendía los partidos políticos y las relaciones entre estados. Fue así que se iniciaron acciones legales, protestas y campañas de concientización.
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La justicia nunca llegó, pero la lucha incasable logró que, en 2018, el gobierno de Corea del Sur designara el 14 de agosto como el día nacional de las “mujeres de consuelo”. En la actualidad, la mayoría de las víctimas han fallecido, pero sus memorias siguen presentes en el activismo de las nuevas generaciones que no están dispuestos a abandonar los reclamos de las víctimas. Mientas haya mujeres que sufren violencia sexual en sus cuerpos, las “mujeres de consuelo” seguirán vivas.
A treinta y tres años del primer testimonio público, desde las antípodas geográficas, también la recordamos, porque su lucha es la lucha de todas.
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