El 13 de diciembre de 1828, en Navarro, el hasta hace poco gobernador de la Provincia de Buenos Aires fue asesinado por orden del General Juan Galo de Lavalle. Una decisión que determinó las próximas décadas de la organización del país y que tiempo después el mismo Lavalle terminaría lamentando.
Retrato del fusilamiento de Dorrego en 1828.
La historia nacional no se cansa de repetir episodios de violencia, sangre, traiciones y muerte. Desde 1810, se toma ese año como fecha gestora de lo que años después se llamaría República Argentina, los enfrentamientos entre los líderes políticos impidió una puesta en marcha real para un país que recién en 1853 tendría su Constitución. A fines de la década de 1820 un fusilamiento inútil, y cuestionado por aquel entonces, se cobró la vida de quien fuera el gobernador de la Provincia de Buenos Aires: Manuel Dorrego por orden del General Juan Galo de Lavalle o Juan Lavalle. La historia de cómo esta decisión cambió el rumbo político del país para siempre.
Manuel Críspulo Bernabé do Rego nació el 11 de junio de 1787 en Buenos Aires, estudió en el Colegio de San Carlos y jurisprudencia en Chile donde participó de la revolución en 1810. Se incorporó al Ejército del Norte donde luchó en Sipe-Sipe, hecho que le valió el ascenso a teniente coronel. Pero su osadía lo llevaría más lejos al recibir otro reconocimiento: el de coronel luego de participar en las batallas de Tucumán y Salta al mando de Manuel Belgrano.
Dorrego, quien cambió el apellido original de su padre, fue marginado de la campaña por el mismo Belgrano debido a sus rebeldías y falta de displicencia. Por su temperamento no pudo formar parte del ejército que cayó derrotado en Vilcapugio y Ayohuma; tiempo después el creador de la bandera diría que se perdió por la ausencia del rebelado. Pero no solo tuvo problemas con un prócer, también lo tuvo con San Martín que cuando se hizo cargo del Ejército del Norte lo mandó a sancionar por burlarse de su antecesor.
Manuel Dorrego.
El tiempo pasó, nuestro desdichado mártir de turno se casó y pasó una temporada en Estados Unidos en condición de desterrado por orden de Juan Martín de Pueyrredón, en ese entonces Director Supremo. Volvió en 1820 y terminó haciéndose cargo de una gobernación interina en un país en una situación caótica. Luego de la renuncia de Bernardino Rivadavia –en 1827- volvió a ocupar la gobernación en plena guerra contra el Imperio de Brasil. Esto último sellaría su destino.
Presionado y con hombres a su lado que aún respondían a Rivadavia, selló la paz con Brasil y reconoció la independencia de la Banda Oriental que hoy conocemos como Uruguay. Esta decisión diplomática le valió el odio de un gran grupo de unitarios que fueron a pelear allí y sintiéndose "traicionados" pusieron en marcha un plan para derrocarlo al mando de Lavalle, apoyado por Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Valentín Alsina, Ignacio Álvarez Thomas y José María Paz, entre otros.
Lavalle en ese entonces tenía 31 años y se lo había apodado "el león de Río Bamba" por sus destacadas actuaciones en el campo de batalla. Esta vez avanzaría, pero contra un gobernador con el fin de derrocarlo en un levantamiento que se llevó a cabo el 1 de diciembre de 1828 y que terminó con una insólita elección de unitarios que proclamó al “león” como sucesor del exiliado Dorrego.
Juan Lavalle.
El derrocado gobernador huyó hacia una de las quintas de su aliado político, Juan Manuel de Rosas, en Cañuelas. Rosas le había aconsejado que lo mejor era irse a Santa Fe, pero decidió hacer caso omiso y así enfrentar a las tropas de Lavalle en Navarro con 2000 hombres, 200 indios pampas y cuatro piezas de artillería. Fue derrotado rápidamente el 9 de diciembre y cuando se estaba escapando fue alcanzado y arrestado en Salto luego de ser traicionado por dos oficiales: Bernardino Escribano y Mariano Acha.
Dorrego fue llevado a Navarro donde se encontraba el campamento de Lavalle, allí el autoproclamado gobernador era presionado con visitas sobre qué hacer con su prisionero. Una misiva de Juan Cruz Varela le dijo: “Este pueblo espera todo de usted, y usted debe darlo todo (…) Cartas como estas se rompen…” Del Carril le enviaría cinco. En una afirmaba que “este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento (…) habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra…”.
Lavalle se negó a recibir a Dorrego quien llegó a eso de la 13 del 13 de diciembre, una hora después le pidió a su edecán -Juan Estanislao Elías- que le comunicara que en una hora sería fusilado por el delito de traición. Cuando el condenado supo de su destino entró en shock y le dijo a Lamadrid, quien intentó impedir en vano el fusilamiento: “A un desertor al frente del enemigo, a un enemigo, a un bandido, se le da más término y no se lo condena sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quién ha dado esa facultad a un general sublevado? Hágase de mi lo que se quiera, pero cuidado con las consecuencias".
Dorrego iba a morir y se le permitió escribir tres cartas. Una para su esposa, Ángela Baudrix: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué; más la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas. Se feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Manuel Dorrego”.
Carta de Dorrego a su esposa.
A sus hijas le dejó el siguiente mensaje: “Mi querida Angelita: te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre”; “Mi querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre”. El último papel firmado fue para Estanislao López, pidiéndole que perdone a los culpables de su fusilamiento para impedir que se siga derramando sangre.
El momento había llegado, se le indicó que camine unos 100 metros hasta un corral detrás de la iglesia de Navarro y se le vendó los ojos con un pañuelo amarillo. Un pelotón de la 5° Línea, al mando del capitán Páez, esperaba la señal para disparar. Dorrego fu fusilado a las 14:30 y luego enterrado por el Padre Juan José Castañer quien era el cura del pueblo, su primo y el que lo confesó por última vez.
Lavalle escribió una carta donde se responsabilizó de la muerte del gobernador: “Participo al Gobierno Delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La Historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el señor Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio.
Saludo al señor ministro con toda consideración, Juan Lavalle.”
Tumba de Dorrego en La Recoleta.
Tumba de Lavalle en La Recoleta.
La noticia se conoció un día después en Buenos Aires, cayó de pésima forma y todos los dedos comenzaron a apuntar a Lavalle. Juan Manuel Beruti escribió en sus Memorias Curiosas que “mientras gobernó, no hizo mal a ninguno; no entró al gobierno por revolución sino por la junta de la provincia que lo nombró” y el cónsul norteamericano escribió que “es difícil describir el pavor y profunda tristeza que esta noticia ha infundido en la ciudad”.
Tiempo después Félix Frías escribiría que Lavalle vivió atormentando por esta decisión el resto de su vida. "Con los años la carga no haría más que incrementarse de una manera insoportable”, reveló. Ordenar el fusilamiento de Dorrego fue el principio del fin de su carrera política ya que esto fue visto por el federal Rosas como una oportunidad que no desaprovechó para escalar políticamente y así lograr que Juan Galo se termine exiliando al norte donde fue asesinado el 9 de octubre de 1841.
Por caprichos de la historia argentina Lavalle y Dorrego se encuentran enterrados en el Cementerio de la Recoleta y con ambas tumbas encontrándose a corta distancia. Lavalle no pudo ni con su propia muerte librarse de ese "tormento" que lo acompañó y acompaña eternamente.
Por Yasmin Ali
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