Muchas de ellas fueron fundamentales en el devenir de los hombres más importantes del país. Vida y obra de las mujeres que cambiaron la historia.
Este 20 de octubre se celebra el Día de la Madre en Argentina, fecha en la que se conmemora a una figura trascendental en la vida de un ser humano y que lo marca en sus años venideros. Sabemos que, su ausencia o presencia, determina aspectos que definen la personalidad y muchas veces explican acciones en la adultez. Entonces, ¿qué tanto peso tuvo en la vida de algunos de los próceres argentinos más importantes?
Ya sea por tener un carácter difícil de llevar, luchar para que sus hijos progresen o incentivarlos a tener una formación académica que los definirá de por vida. Lo cierto es que estas figuras femeninas tuvieron irremediablemente incidencia en lo que fueron los hombres de la Patria, incluso si de leyendas y de misterios sobre su origen se trata.
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Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, hijo de Domenico Belgrano Peri y Doña Josefa quien se convertiría en figura clave para la formación moral y religiosa de sus doce hijos.
El año 1788 fue terrible para la familia Belgrano: el patriarca había sido acusado por un manejo fraudulento en la Aduana y fue detenido con arresto domiciliario a la espera de un juicio. Josefa no tuvo más remedio que asumir el manejo de la economía familiar, enviándose cartas con Manuel, quien se encontraba en Europa, que mostraban el grado de afecto que tenían y la preocupación por el momento delicado.
Para 1793, Domingo fue sobreseído y pudo volver a sus funciones. El hecho de que su madre se haya vuelto el sostén de la familia por esos años, inspiraría a Belgrano en el futuro para la formación de las mujeres en las escuelas que crearía. Josefa falleció el 01 de agosto de 1799, aniversario de la aparición de la Virgen María de la Merced, bajo cuya protección Belgrano puso su ejército el 24 de Septiembre de 1812 al dar inicio la Batalla de Tucumán.
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José de San Martín nació el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, Corrientes. Oficialmente sus padres fueron Juan de San Martín y Gregoria, esta última llegó a Buenos Aires con 29 años. Se conocieron en los viajes que su futuro esposo realizaba a estas tierras para luego casarse y trasladarse a la estancia Las Caleras de Vacas, hoy Colonia del Uruguay, que tenía a su cargo. Allí nacieron los tres primeros hijos.
Luego San Martín padre pasó a estar a cargo de las tierras conocidas como Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú donde nacieron los hijos menores: Justo Rufino y José Francisco. Pocos después se trasladaron a Buenos Aires, pero durarían poco ya que en 1783 emprendieron su vuelta a España.
Se sabe que San Martín no tuvo mucho contacto con su familia después. Solo mantuvo una estrecha relación con Justo Rufino quien acompañó en su exilio en Bruselas hasta su muerte en Madrid en 1832. Su madre pasó sus últimos años con María Elena en España, la mayor, al fallecer su esposo y murió en 1813 al poco tiempo del combate de San Lorenzo.
Pero lo que verdaderamente atrae de San Martín y sus orígenes es un mito que ha llegado hasta nuestros días. Algunos historiadores mencionan que Diego de Alvear y Ponce de León, un notable militar y político español que hizo fortuna en Buenos Aires, era en realidad su padre.
Aquella historia menciona que este Alvear tuvo un hijo natural con una indígena guaraní, Rosa Guarú, y que habría sido adoptado por los San Martín. Además, la apariencia física de San Martín siempre fue motivo de debate puesto que tenía piel oscura y ojos y cabellos negros y Juan, su padre, era castaño y de ojos claros. Lo cierto es que esta leyenda quedó en eso, un mito.
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Madre de Juan Manuel de Rosas, nacido el 30 de marzo de 1793, podría decirse que no fue una relación maternal que quedó registrada para la posteridad. Más bien, todo lo contrario.
A los 14 años quedó huérfana, haciéndose cargo de la administración del "Rincón de López", la estancia familiar y una de las más grandes de la Provincia de Buenos Aires. Con su hijo, el futuro gobernador, tuvieron más de un encontronazo. De hecho fue ella quien decidió sacarle la administración de los bienes familiares considerándolo ineficiente y luego de una de esas peleas, Juan Manuel decidió dejar de hacerse llamar "Ortiz de Rozas y López de Osornio" a simplemente "Rosas". El fruto no cae lejos del árbol.
Como Agustina no quería saber nada con que su hijo se casara con Encarnación de Ezcurra, a los enamorados se les ocurrió fingir un embarazo ya que era la única forma de que su difícil madre aceptara la unión. Para 1828, Juan Galo de Lavalle tomó Buenos Aires y exigió a las familias ricas de la ciudad que le entregaran sus caballos. Agustina se resistió por lo que horas después, hombres de Lavalle entraron por la fuerza a su caballeriza pero todos los caballos habían sido degollados por orden de la mujer.
En 1837, en pleno segundo período de gobernación de Rosas, Agustina dictó su testamento violando la ley. Terminó beneficiado más a sus nietos que a sus hijos al redactar: “Sé que lo que dispongo es contrario a las leyes, pero también sé que he criado hijos obedientes y subordinados que sabrán cumplir mi voluntad”. Murió en 1845 y vivió como quiso.
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Faustino Valentín Quiroga Sarmiento nació el 15 de febrero de 1815, por la devoción de su madre Paula por Santo Domingo es que le quedaría ese nombre.
La progenitora del Padre del aula era una adelantada para la época, a los 23 años estaba soltera y decidió tener su casa propia, algo que logró con la ayuda de dos esclavos que le prestaron sus hermanas. Había quedado huérfana muy niña, quedando a cargo de la crianza de sus hermanos. Además pudo aprender a leer y a escribir, todo un logro para la época.
Se casó en 1802 con José Clemente Cecilio Quiroga Sarmiento, la economía del matrimonio dependió de los esfuerzos de Doña Paula. Su hijo Domingo comenzó a asistir a la escuela a los 5, ya sabía leer, y su madre se encargaba de que sus parientes y amigos lo supieran llevándolo a lecturas en voz alta.
La madre de Sarmiento se encargó de que nunca faltara a la escuela, algo que seguramente debe haber marcado al niño que se convertiría en Presidente. Con los años pudo forjar una envidiable formación académica, producto en gran parte del esfuerzo de su madre.
En medio de varios exilios de su ilustre hijo, Paula murió en 1861 sin poderse despedir de aquel hombre que haría historia. “Madre, partiste sin poder despedirme”, dirá el Sarmiento al conocer la noticia.
Por Yasmin Ali
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