Era 1840 cuando el General, acechado por sus enemigos, comenzaba a analizar las decisiones y circunstancias que lo llevaron hasta allí. ¿La historia lo condenó demasiado?
Los personajes históricos, venerados algunos y otros maltratados, fueron ante todo personas cuyas decisiones tuvieron un innegable impacto en el devenir de Argentina y, por supuesto, en sus vidas.
Algunas de esas elecciones fueron más o menos recordadas a lo largo del tiempo, e incluso, forjaron nuestro pensamiento sobre ellos. Es inevitable el revisionismo y pararnos a pensar si tal vez los historiadores no han sido "un poco duros". Quien probablemente se haya llevado la peor parte fue Juan Galo Lavalle, quien hasta reconoció sus errores cuando el final estaba cerca.
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Con el famoso "diario del lunes" las opiniones y juicios sobre la historia es mucho más sencillo. Para nuestros personajes, y especialmente el protagonista de esta nota, debió ser todo lo contrario en aquel entonces.
Cuando Lavalle toma la decisión de fusilar a Manuel Dorrego, lo hace después de volver de la guerra contra el Imperio de Brasil donde perdió un hermano. Dorrego, quien en ese entonces era gobernador, selló la paz con Brasil y terminó reconociendo, presionado, la independencia de la Banda Oriental que hoy es Uruguay.
Fue así que Lavalle impulsó una revolución para derrocarlo que tuvo lugar el 1 de diciembre de 1828. Dorrego fue capturado, el día 13 del mismo mes, y llevado prisionero a Navarro donde estaba el campamento de su ahora enemigo y autoproclamado gobernador. La orden estaba clara desde el principio: acabar con su vida.
Dorrego fue fusilado ese 13 de diciembre a las 14:30. Lavalle escribió una carta donde se responsabilizó de la muerte del gobernador: “El coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La Historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el señor Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público".
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Félix Frías, su secretario personal, dejó por escrito la culpa con la que cargaba su amo: “Acabo de tener una conversación con el General Lavalle. Hablando del pasado me dijo: ¿quién no ha cometido errores? Yo el mayor, uno inmenso que ha traído todas las calamidades de la Patria, pero le protesto a Ud. que sacrifiqué a Dorrego con la intención más sana; y que este sacrificio me fue tanto más costoso cuanto que yo quería a Dorrego, yo lo quería, y tenía para mí cualidades muy recomendables. Yo lo confieso, yo me arrepiento a la par de mi Patria”.
En vida Lavalle debió cargar con la decisión que condenó su vida y carrera política. Después de estar exiliado en Montevideo decidió volver a enfrentarse a Rosas y uno de los que lo acompañó fue Tomás de Iriarte quien también dejó constancia del pesar del General.
Once años después de la trágica decisión, volvieron a pasar por Navarro e Iriarte contó: "Nos alojamos en la misma habitación en que once años antes había decretado la muerte del desgraciado Dorrego; allí estaba la misma mesa sobre la que escribió la terrible cuanto injusta sentencia”.
En ese mismo cuarto donde oyó la confesión de Lavalle: "Me hicieron cometer un crimen: yo era muy joven entonces, no tenía reflexión, y creí de veras que hacía un servicio a la causa pública". Allí el General prosiguió con una impactante confesión al hablar de su culpa: "Iriarte, yo tengo un cáncer que me devora”.
Lavalle quiso "enmendar su error" haciéndose cargo de las hijas de Dorrego, algo que no pudo hacer en vida porque fue asesinado en 1841. De algo hay que estar seguros, pagó en vida por todos sus errores.
Por Yasmin Ali
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