Un grupo de niños esclavizados en un campo de trabajo del monte brasileño. Paredes con Cruces Esvásticas labradas en los ladrillos y banderas adornadas con símbolos del Tercer Reich alemán. Un equipo de fútbol e incluso ganado marcado con el símbolo del nazismo. Esta es la historia de la estancia nazi de los Rocha Miranda en Brasil.
La estancia nazi de los Rocha Miranda en Brasil.
A finales de los años '30, José Ricardo Rosa Maciel era un jovencito que trabajaba en la "Estancia Santa Albertina", un enorme establecimiento rural enclavado en plena campiña de Cruzeiro do Sul, en el oeste de Acre, a unos 235 kilómetros al sudoeste de la ciudad de San Pablo, en Brasil. Las tareas del campo y el cuidado de los animales a los que se dedicaba no daban la más mínima posibilidad de pensar en el quiebre de la rutina diaria, sin embargo "un día los cerdos rompieron una pared y cuando miré entre los ladrillos caídos pensé que estaba alucinando". Aún sin poder creerlo, Rosa Maciel advirtió que cada ladrillo de ese muro estaba grabado con una Cruz Esvástica, símbolo del Partido Nazi, de cada lado.
Ladrillo con la Cruz Esvástica (arriba) y una vieja fotografía aérea de la estancia nazi (abajo).
Pasaron muchos años antes de que Maciel pudiera sacarse la duda y comprender que -efectivamente- no se trataba de un mal sueño. Gracias a las investigaciones del profesor de historia Sidney Aguilar Filho, supo finalmente que detrás de la aparición de Esvásticas en la granja existían en realidad estrechos lazos de sus propietarios con los fascistas brasileños y-por supuesto- con el Partido Nazi encabezado por Adolf Hitler en Alemania.
José Ricardo Rosa Maciel.
El profesor Filho averiguó que el rancho había pertenecido a Renato Rocha Miranda, cabeza de una familia de importantes e influyentes empresarios industriales de la ciudad de Río de Janeiro. Él y sus hijos, Otavio y Osvaldo, eran además miembros de "Acao Integralista Brasileira", una organización política de extrema derecha que claramente simpatizaba con la causa de los nazis. De hecho, la familia utilizaba la granja como centro de reuniones partidarias, a las que asistían centenares de adherentes al Nacionalsocialismo.
Los Rocha Miranda en su feudo nazi.
Reunión de nazis brasileños en Santa Rita do Sapucay, en Brasil.
Fue también gracias a las investigaciones de Sidney Aguilar Filho, que quienes allí habían pasado tantos años supieron que habían sido parte de un siniestro plan que incluyó a niños abandonados e indígeneas que estarían obligados a cumplir tareas en un campo de trabajo.
"Encontré la historia de 50 niños, de alrededor de 10 años de edad, que fueron recogidos de un orfanato de Río de Janeiro. Llegaron en tres oleadas, la primera de 10 llegó en 1933", dijo Aguilar Filho, mientras que otro joven llamado Osvaldo Rocha Miranda solicitó por su parte -y obtuvo- la autorización para ser el guardián legal de esos huérfanos "rescatados" de diferentes centros de atención y salud.
"Él (por el dueño de la Estancia) mandó a su chófer por nosotros, quien nos dejó en una esquina", recordó en declaraciones ante la prensa brasileña Aloysio da Silva (ya fallecido), uno de los primeros huérfanos reclutados para trabajar en la granja, quien agregó que "Osvaldo (Rocha Miranda) apuntaba con un bastón… 'Trae a ese para acá, a ese también', decía. Y de 20 niños seleccionó a 10". (...) "Nos prometió hasta la Luna. Nos dijo que jugaríamos al fútbol, que iríamos a montar a caballo. Pero era todo un engaño. Repartieron un azadón para cada uno y nos pusieron a limpiar el terreno", continuó el anciano.
Las simpatías nazis de los Rocha Miranda no sólo se limitaban a los ladrillos sino que también quedaban expuestas a la vista de todos cuando llevaban orgullosos los ejemplares bovinos y los cebúes que criaban a las más importantes exposiciones nacionales, marcados en su costado con una Cruz Esvástica a hierro y fuego.
Cruz Esvástica marcada a fuego en el ganado de los Rocha Miranda.
Obligados a hacer el saludo Nazi, los niños eran habitualmente azotados con una palmatoria, que era una paleta de madera con huecos especialmente diseñada para reducir la resistencia al viento y causar más dolor (algo similar a las paletas de Paddle actuales). Entre tanto, la vejación se completaba cuando a los niños no se los llamaba por su propio nombre sino simplemente por números. El de da Silva -de hecho- era el 23, mientras que varios perros guardianes se encargaban de mantenerlos a raya.
"Dijeron que jugaríamos al fútbol, que iríamos a montar a caballo. Todo un engaño. Repartieron una azada y nos pusieron a limpiar la tierra de raíces" (...) "Uno de los perros se llamaba Veneno, el macho. La hembra era Confianza", dijo alguna vez da Silva, quien afirmó que "Tenían fotografías de Hitler y estábamos obligados a saludar cuando pasábamos. Yo no entendía nada".
El "forzado" equipo de fútbol de los Rocha Miranda y la bandera con la Esvástica.
Aloysio da Silva, el niño número 23.
En medio de ese infierno indescriptible, el único momento de respiro para los huérfanos se daba cuando jugaban partidos de fútbol contra equipos de granjeros locales. Lo curioso, sin embargo, es que -tal como ha recordado José Ricardo Rosa Maciel- el equipo de la estancia salía a jugar encabezado por una bandera de lo más peculiar: una enseña que combinaba estrellas como en la bandera brasileña rodeando a una enorme Cruz Esvástica.
La bandera de Brasil junto a la de la estancia con la Esvástica (arriba), y hoja con membrete del establecimiento rural (abajo).
El fútbol era una pieza clave de la ideología de la "Acao Integralista Brasileira" para fomentar trabajo en equipo, órden y disciplina, incluso en el estadio del Vasco de Gama se llevaban a cabo multitudinarios desfiles militares. Esos partidos -dicho sea de paso- también eran utilizados con fines propagandísticos por el gobierno del entonces presidente de facto Getulio Vargas.
"Pegábamos unas patadas al balón durante un rato y luego evolucionó", recordaba Argemiro dos Santos, otro de los niños (hoy un hombre muy mayor) que trabajaban en el lugar. "Luego comenzamos un campeonato. Éramos buenos al fútbol, eso no era un problema". Pero, tras varios años de encierro forzado y sufrimento, Santos sintió que ya había tenido suficiente. "Había una puerta que dejé abierta. Esa noche me escapé por ahí y nadie me vio".
Argemiro dos Santos, su medalla de la Segunda Guerra Mundial y la estancia en épocas actuales.
Santos logró sobrevivir al drama y la tragedia, y cuando finalmente pudo regresar a Río de Janeiro ya tenía 14 años. Durmió a la intemperie y -entre otras cosas- trabajó como vendedor de periódicos. En 1942, cuando Brasil le declaró la guerra a la Alemania Nazi de Adolf Hitler, se enroló decidido en la armada como grumete, sirviendo mesas y limpiando lo que fuera necesario. Había pasado de trabajar para los nazis a luchar contra ellos.
"Solo estaba cumpliendo con lo que Brasil necesitaba hacer", dijo Santos. "No podía albergar odio por Hitler porque no sabía quién era". Santos -como tantos de sus viejos niños compañeros- aseguró con el paso de los años que los recuerdos de la granja son imposibles de olvidar. Motivos no le faltaban. "Cualquiera que te cuente que su vida ha sido todo felicidad miente. Todos tenemos algún mal recuerdo a lo largo de nuestros días".
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
Nota: El artículo no expresa ideología política, solo investigación histórica.
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