Su reinado, uno de los más agitados de la historia de España, sigue siendo un objeto de debate hasta el día de hoy. Gobernando en medio de constantes cambios sociales, Isabel II vivió las dificultades de ser monarca en un momento revolucionario para el país europeo.
Isabel II de España, coronada en su infancia y destronada en su juventud, pasó a la historia como “la reina de los tristes destinos”. Su reinado, que abarcó 35 años, estuvo marcado por conflictos y tensiones políticas, característicos del agitado siglo XIX español. Nacida en un contexto de crisis dinástica y gobernando en medio de constantes cambios sociales, vivió las dificultades de ser monarca en tiempos de revolución y modernización.
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María Isabel Luisa de Borbón nació el 10 de octubre de 1830 en el Palacio Real de Madrid. Hija de Fernando VII y María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, su nacimiento fue un acontecimiento de gran relevancia política. Ante la falta de herederos varones, Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, que anulaba la Ley Sálica (aquella que impedía que una mujer accediera al trono), permitiendo que Isabel pudiera heredar la corona. Esta decisión no fue bien recibida, lo que desató la Primera Guerra Carlista, un conflicto que marcó el destino de la futura reina desde muy temprana edad.
Tras la muerte de su padre en 1833, Isabel ya podía ser reina con apenas tres años. Sin embargo, al no cumplir con la mayoría de edad obligatoria para acceder al trono, su madre debió tomar su lugar hasta entonces. Al cumplir 13 años, finalmente ascendió al trono de España, pero estuvo rodeada de intrigas políticas y militares, con un país dividido entre carlistas y liberales. Las luchas de poder que rodeaban a su entorno no cesaron durante su juventud, lo que limitó su capacidad de gobernar con autonomía.
La disputa entre carlistas y liberales reflejaba una enorme división ideológica sobre cuál sería el futuro de España. Los carlistas eran partidarios de una monarquía tradicional y absolutista, y defendían los derechos de Carlos María Isidro (hermano de Fernando VII), argumentando que la sucesión debía seguir una línea masculina directa, como lo establecía la Ley Sálica. Además, proponían una defensa del absolutismo, es decir, una monarquía con poder centralizado.
Los liberales, por su lado, defendían el reinado de Isabel II, pero más allá de su lealtad dinástica, abogaban por una monarquía constitucional y la instauración de un sistema parlamentario, limitando el poder del rey y abriendo la puerta a una mayor participación política. Su objetivo era crear un Estado moderno y centralizado, basado en los principios del liberalismo político y económico.
Bajo estas ideas, los liberales recibieron apoyo de las zonas urbanas y de la burguesía, que se benefició del proceso de modernización, industrialización y reforma agraria que impulsaban sus políticas. También contaron con el respaldo de los sectores intelectuales y militares que tenían el deseo de modernizar España al estilo de las revoluciones liberales que ya habían ocurrido en otros países europeos.
En medio de este intercambio de ideologías, Isabel II no solo tuvo que enfrentarse a los incesantes conflictos políticos, sino que también fue víctima de varios intentos de secuestro y atentados a lo largo de su vida. Uno de los primeros y más dramáticos intentos ocurrió en 1841, cuando Isabel tenía apenas 11 años.
El general Baldomero Espartero, que entonces ejercía la regencia del reino tras el triunfo de la Revolución de 1840 que puso fin al mando de María Cristina de Borbón, se enfrentó a fuertes presiones políticas. En este contexto, el general Diego de León, un soldado carlista, planeó el secuestro de la joven reina con el objetivo de fortalecer la causa y restaurar la monarquía tradicional.
El plan fue ideado con minuciosos detalles y, el 7 de octubre de 1841, Diego de León lideró una revuelta con la intención de secuestrar a Isabel del Palacio Real. No obstante, el ataque fue frustrado a último momento por las fuerzas leales al gobierno de Espartero. Aunque no se logró concretar el secuestro, el episodio dejó en evidencia la vulnerabilidad a la que estaba sometida Isabel en su niñez. La fallida conspiración culminó con la ejecución de Diego de León, un evento que marcó aún más las tensiones entre los sectores carlistas y liberales.
Años más tarde, ya en su adolescencia, Isabel II sobrevivió a otro episodio violento: un intento de asesinato. En 1847, con tan solo 16 años, la reina fue víctima de un atentado perpetrado por un hombre llamado Ramón Narváez. Durante una aparición pública en Madrid, Narváez se abalanzó hacia la reina con un cuchillo, logrando herirla en un brazo. Aunque el ataque no puso en riesgo su vida, el incidente conmocionó a la corte y aumentó la preocupación sobre su seguridad.
Este episodio reflejó la creciente polarización y el descontento que existía en la sociedad española hacia la monarquía. La figura de Isabel, a pesar de su juventud, ya se encontraba sumida en controversias y cuestionamientos, no solo por su capacidad para gobernar, sino también por los numerosos escándalos que comenzaban a surgir en torno a su vida privada.
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El matrimonio de Isabel II, lejos de ser una elección personal, fue una cuestión de Estado. Obligada a casarse con su primo, Francisco de Asís de Borbón a los 16 años, la unión estuvo marcada desde el principio por la incompatibilidad. Francisco, según rumores, tenía tendencias homosexuales, lo que alimentó las especulaciones sobre la falta de un heredero legítimo. A pesar de ello, la pareja tuvo 12 hijos, aunque muchos nacieron muertos o fallecieron al poco tiempo. Sólo cuatro de ellos llegaron a la edad adulta: Isabel, Alfonso, Pilar y Eulalia.
La vida privada de Isabel se convirtió, rápidamente, en un escándalo público. Se la tildó de "ninfómana" y "enferma mental" por las constantes especulaciones sobre su vida íntima y, como si fuera poco, las caricaturas y burlas en la prensa acrecentaron el desprestigio de la monarquía. De esta manera, la reina fue despojada de gran parte de su autoridad y respeto.
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A lo largo de su reinado, Isabel II fue testigo de levantamientos, revueltas y cambios políticos de gran magnitud. Aunque al principio contó con el apoyo de los sectores liberales, su imagen se desgastó rápidamente. Los continuos escándalos sexuales en la corte y la inestabilidad política del país contribuyeron a su rápida caída.
Uno de los momentos más críticos fue la pérdida de las últimas colonias americanas, lo que debilitó la posición internacional de España y acentuó el declive del país como potencia imperial. Internamente, el descontento crecía, y la figura de Isabel se veía como un obstáculo para el progreso.
En 1868, la Revolución Gloriosa puso fin a su reinado. Para los grupos liberales, la corte de Isabel II era corrupta, con favoritismos marcados, nepotismo en los cargos públicos y otras prácticas deshonestas. Lejos de cumplir con su promesa de modernizar el país y terminar con la crisis económica, la población y la élite política le dieron la espalda.
Ante este panorama, los líderes políticos y militares exigieron de forma urgente un cambio de régimen, y la reina se vio obligada a exiliarse en Francia. En 1870, abdicó en favor de su hijo Alfonso XII, con la esperanza de que la monarquía borbónica fuera restaurada algún día.
Isabel II falleció en 1904 en París, lejos de la política, pero rodeada de su familia. Su reinado, considerado uno de los más agitados y difíciles de la historia de España, sigue siendo objeto de debate entre los historiadores. Mientras algunos la ven como una figura que estuvo atrapada en circunstancias políticas no muy favorables, otros la señalan como una monarca que no estuvo a la altura de los desafíos de su tiempo.
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