El 20 de julio de 1858 nacía Juan Vucetich, pionero de una técnica que revolucionó a la criminología a nivel mundial y que hoy en día se sigue utilizando: la revolución de las huellas dactilares. Cómo fue aquel primer crimen que pudo resolverse a través de esta técnica.
Cuando el Día del amigo no era tal, un 20 de julio de 1858, nació en Croacia Juan Vucetich. Para algunos su nombre puede pasar desapercibido; pero es el responsable de la revolución de las huellas dactilares, un mecanismo para poder dar con la identidad de sospechosos en una escena del crimen y ayudar a investigadores con pistas claves. Hoy, en 2024, lo tomamos como algo obvio, pero para fines del siglo XIX resultó ser tan impactante que fue adoptado en todo el mundo.
Cómo comenzó esta fascinante investigación y el primer atroz asesinato que pudo resolverse mediante este método que cambió para siempre los estudios de la criminología a nivel mundial.
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Vucetich llegó a los 24 años a la Argentina junto a su hermano Martín y otros amigos, se radicó en La Plata para trabajar en la oficina de Estadística de la policía provincial. Allí decidió organizar la sección de Identificación Antropométrica que trabajaba bajo los parámetros del método de Alfonso Bertillon, un francés que tomaba en cuenta las dimensiones de determinados huesos: el tamaño del cráneo, el largo del dedo medio, del pie y antebrazo izquierdos constituían su patrón de medida para identificar a las personas.
Vucetich se enviaba cartas con el primo de Charles Darwin, Francis Galton, quien lo incentivó a investigar el tema de las huellas dactilares, desarrollando un novedoso método que se basaba en identificar personas a través de las mismas mediante un sistema antropométrico. De esa forma demostró que las huellas no se modificaban a lo larga de la vida de una persona y brindaba las suficientes herramientas para determinar a quién pertenecían.
A sus 33 años logró identificar 101 rasgos y que separó en cuatro grupos: arcos, presillas internas y externas y verticiclosal que bautizó Icnofalangométrico y comenzó a aplicarse el 1° de septiembre de 1891. Con el tiempo se conocería como Dactiloscopia.
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Era fines de junio de 1892 en Necochea cuando un terrible asesinato conmocionó a los pueblerinos: dos niños de 6 y 4 años, Ponciano y Teresa Caraballo Rojas, fueron brutalmente asesinados en su casa.
La dramática escena fue descubierta por Ramón Velázquez y su amigo y compadre Ponciano Caraballo, padre de las criaturas, quienes debieron derribar la puerta del dormitorio matrimonial que inexplicablemente estaba trabada. Lo que vieron no se lo olvidarían nunca más: en la cama encontraron los cuerpos degollados de los menores y su mamá desmayada con un corte superficial en el cuello rodeado de un lago de sangre.
Cuando Francisca recuperó la consciencia culpó a Velázquez de haberla querida abusar, atacar y de terminar asesinando a los menores. El hombre fue detenido a pesar de jurar y jurar su inocencia y sometido a un trato inhumano: varias de las preguntas realizadas fueron hechas frente al cadáver de los niños mientras era golpeado salvajemente. Además de su palabra, contaba con el apoyo de los vecinos que juraban que era un buen hombre y que "no mataba ni a una mosca".
Las declaraciones de Francisca se contradecían; juraba que el acusado la atacó con una pala, pero no tenía ninguna marca de golpes en el cuerpo y las dudas sobre la veracidad de sus dichos iban en aumento. El comisario a cargo del caso, Eduardo Álvarez, decidió cortar dos pedazos de la puerta de la habitación ya que se encontraron huellas de sangre y se las envió a Vucetich.
Gracias a este método se pudo comprobar que pertenecían a una mujer y no a un hombre. Francisca terminó confesando el macabro crimen, justificando su accionar con que "prefería matar a los chicos antes que dárselos al padre" ya que se estaban separado. Velázquez fue liberado y la asesinada condenada en 1894 a perpetua logrando salvarse de la pena de muerte ya que no aplicaba para las mujeres.
Las huellas dactilares comenzaron a aparecer en las cédulas de identidad en 1899 y para 1903 la policía de Buenos Aires ya contaba en su registro con 600.000 fichas. El descubrimiento de Don Juan fue todo un éxito a nivel internacional y el sistema penitenciario de Nueva York lo adoptó en 1903 y años más tarde la Academia de Ciencias de París informó que era el más exacto.
En cuanto al destino del croata más argentino, murió en 1925 a causa de tuberculosis en Dolores donde se había instalado. La Escuela de Policía y el centro policial de estudios forenses de Zagreg llevan su nombre.
Por Yasmin Ali
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