Peticiones, artículos publicados en periódicos bajo seudónimos, y la influencia del movimiento feminista estadounidense fueron algunas de las herramientas con que estas mujeres marcaron historia.
El 19 de septiembre de 1893 marcó un antes y un después en la historia de los derechos de las mujeres. Ese día, Nueva Zelanda, luego de años de peticiones y campañas llevadas adelante por el movimiento sufragista neozelandés, se convirtió en el primer país del mundo en otorgarle a las mujeres uno de los derechos más importantes de la historia, el voto femenino.
Durante esa jornada, el gobernador de Nueva Zelanda, Lord Glasgow aprobó la Ley Electoral de 1893 que habilitaba a todas las mujeres mayores de 21 años a votar en las elecciones parlamentarias. Tal fue su aceptación que ya en los primeros comicios, luego de la entrada en vigor de la ley, más del 65% de las mujeres ejerció su voto, símbolo de una nueva conquista.
Esto generó un gran efecto en las naciones vecinas que la tomaron como ejemplo a seguir. El primer país en imitar a Nueva Zelanda fue Australia, donde el sufragio femenino se permitió en 1902. Con respecto al viejo continente, siguió Finlandia en 1906, Noruega en 1913, la Unión Soviética en 1917, seguida un año más tarde por Reino Unido. Con respecto a Estados Unidos llegó en 1920, y años más tarde, en Argentina que aprobó el voto femenino en 1951.
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Si bien la petición firmada por más de 32.000 mujeres se aprobó en 1893, esto fue solo una parte del largo recorrido que realizaron las mujeres neozelandesas para llegar a este logro. Primero hay que remontarse al 1860, con la llegada de Kate Sheppard a la colonia neerlandesa para convertirse en la líder del movimiento.
Sheppard tomó esta iniciativa luego de promocionar sin éxito peticiones al Parlamento en la que se buscaba evitar que las mujeres sean empleadas como camareras, como así también prohibir la venta de alcohol en niños, ambas propuestas rechazadas por el Comité de Peticiones del Parlamento. Así fue como Kate Sheppard llegó a la conclusión de que las peticiones continuarían siendo rechazadas mientras las mujeres no pudieran votar.
Fue entonces cuando, en 1885, se estableció en el país una rama de la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (WCTU, su sigla en inglés), una organización feminista surgida en Estados Unidos que exigía los derechos políticos desde un enfoque religioso, con Sheppard como una de las líderes de la unión.
¿Cómo era esto? En ese entonces las mujeres eran valoradas como esposas y madres, pero también se convirtieron en “brújulas” morales. Las mujeres sufragistas buscaban reformar la moral de la sociedad lidiando con el alcoholismo o la prostitución. Esto funcionó como una campaña política que sirvió para conquistar buena parte de los votos conservadores.
La mujer demostró ser una poderosa oradora y una hábil organizadora que poco tiempo logró conseguir ayuda para la causa. Gracias a la organización de reuniones y mítines, se recolectaron una gran cantidad de firmas. En 1891, juntaron más de 9.000 peticiones, en 1892 cerca de 20.000 y en 1893, casi 32.000, lo que representaba a una cuarta parte de la población femenina adulta del país. Incluso el primer sindicato femenino de Nueva Zelanda, la Unión de Sastres de Nueva Zelanda, participó del petitorio.
El hecho de que Nueva Zelanda no fuera un país conservador y que la presión social cada vez se incrementaba cada vez más fueron los factores principales para que el gobernador deshiciera llevar al Parlamento esta propuesta y que la decisión quede en manos de las Cámaras. En la Cámara Baja fue aprobada por una amplia mayoría, sin embargo, en la Cámara Alta la situación fue distinta.
A pesar de la presión de la industria de bebidas alcohólicas y que la mitad de la Cámara se oponía al voto femenino, con 20 votos a favor contra 18 en contra, la petición de estas mujeres quedó aprobada. Días más tarde, precisamente el 19 de septiembre, Lord Glasgow consintió la petición y la Ley Electoral de 1893.
Las otras mujeres que formaron parte de esta lucha
Mary Ann Müller fue otra de las mujeres precursoras de la lucha, que se interesó en el movimiento feminista en 1864 cuando conoció a María Rey, una reformadora social y promotora de emigración de Inglaterra, sobre todo de mujeres jóvenes y niños desprotegidos.
Al interiorizarse en este movimiento feminista que llegaba a Nueva Zelanda, Müller comenzó a escribir artículos sobre los derechos de las mujeres que se publicaban en el Nelson Exaimer, el primer periódico de la Isla del sur neozelandés, donde su amigo, Charles Elliott, era editor. Todas las publicaciones se realizaban bajo el seudónimo de “Fémmina”. Su mayor contribución ocurrió 1869 cuando la mujer escribió sobre el sufragio femenino, titulado "Llamamiento a los hombres de Nueva Zelanda".
Mary Ann argumentó que era necesario que las mujeres obtuvieran este derecho para contribuir plenamente al progreso de la nación y pidió que se derogue la legislación discriminatoria invitando a los hombres, sobre todo a los miembros del parlamento, a que tomaran la causa. Esta publicación tomó gran relevancia tanto en su país como en el extranjero a tal punto que Müller fue invitada a debatir sobre la Ley de propiedad de las Mujeres Casadas de 1870. Siempre bajo el anonimato, ya que su marido se oponía a que se convirtiera en una activista pública. No fue hasta después de la muerte de su esposo que la mujer decidió salir del misterio.
Sin embargo, no fue la única que participó de la conquista del derecho al sufragio. Meri Te Tai Mangakāhia, perteneciente a la comunidad indígena maoríes también lideró la lucha y se unió a las demandas de Sheppard. Gracias a su participación las mujeres extranjeras, como también las reclusas fueron alcanzadas por la Ley Electoral de 1893, garantizado de esta manera la universalidad del sufragio femenino que marcó un precedente de la historia de los derechos de las mujeres.