Aplicación de la vacuna Sputnik V en Argentina. Foto: NA.
Por Marcelo García.*
El avance de la pandemia global de coronavirus planteó, desde su mismísimo comienzo, un sin fín de misterios e interrogantes que -a esta altura de las circunstancias- aún no son fáciles de resolver y afrontar. En diciembre de 2019, el mundo se embarcó en un viaje hacia lo desconocido, en el que no solo no hay hoja de ruta prefijada, sino que además llevó al complejo dilema cotidiano de transitar un camino, largo y sinuoso, completamente a ciegas. Frente a la imperiosa -y ciertamente alarmante- necesidad de encontrar rápidas soluciones que pongan freno seguro y efectivo al paso arrollador del virus, la vapuleada humanidad se aferró a la lógica esperanza por la llegada de una vacuna que deje atrás semejante pesadilla, ese mal sueño del que nadie logra despertar.
Con este marco, y tal vez como nunca antes, la gente común se convirtió en espectadora privilegiada de un inédito proceso de investigación y desarrollo en el que el mundo científico abrió las puertas de par en par y, casi como si se tratara de un siniestro reality de televisión, mostró la trastienda signada por la constante de prueba y error. Cada segundo, cada minuto, cada día transcurrido es oro en polvo en la carrera por dar con una mínima señal de posible salvación.
Pero... ¿puede darse este escenario a cualquier costo? Y (dada la llamativa y sugestiva rapidez en la aparición de varias vacunas) otra pregunta, posiblemente más preocupante y aterradora: ¿Se está utilizando al ser humano como banco de pruebas gratuito sin medir las dramáticas consecuencias derivadas?
Los interrogantes vienen al caso, ya que el denominador común es la más absoluta desconfianza. Y hablo puntualmente de lo que atraviesa la Argentina. De un lado, los que aceptan aplicarse la vacuna rusa Sputnik V aún pensando que la misma podría derivar en efectos adversos, y del otro lado, aquellos que justamente por esto, no tienen en sus planes inmediatos aceptar ser -según su punto de vista- "ratas de laboratorio en tiempo real" para allanarles el camino a las multi millonarias empresas químico farmacéuticas internacionales.
Claro que los motivos para la desconfianza no son pocos y... sobran. No solo por la psicosis generalizada en medio de sospechas crecientes de conspiraciones inventadas por quienes están de un lado de la "grieta" (que todo lo invade en la Argentina, también este tema) y defienden fanáticamente todas y cada una de las decisiones gubernamentales; sino justamente por las mismas señales que envían entre líneas quienes supuestamente deben cuidarnos la vida y la salud. Los de afuera y, por supuesto, los de adentro.
Valen algunos ejemplos. Pese a que en un principio Vladimir Putin, presidente de Rusia, había anunciado entre bombos y platillos que sería el primero en recibir la vacuna y posteriormente "entregar" a su hija para que sea ella quien la pruebe, aún no se la ha aplicado y todo indica que no piensa hacerlo. Se esgrimieron cuestiones relativas a la edad, pero eso ahora ha sido desestimado. Otro caso es el del Papa Francisco, un ferviente defensor de la distribución gratuita para todo el mundo y uno de los "voceros" oficiales encargados de inculcar a los fieles los beneficios del placebo. Como fuera, y no precisamente por falta de fe, el Pontífice sigue "amagando" con que en cualquier momento se la aplicará, pero... mejor que empiecen otros.
Y en lo que respecta a la Argentina, lo mismo cabe para el presidente Alberto Fernández. Inicialmente trató de demostrar que sabía más que los investigadores científicos, asegurando a los cuatro vientos que pese a que la vacuna rusa no era apta para personas mayores de 60 años de edad, él se la aplicaría de todos modos. Luego, insistiendo públicamente en recalcar que sería el primero en hacerlo, cosa que tampoco se hizo realidad.
Llegada de la vacuna rusa a la Argentina. Foto: NA.
Luego, las idas y vueltas. Los avances y retrocesos; y todo sin mencionar la inmensa oscuridad que se apoderó de la compra de la vacuna Sputnik V a Rusia, un proceso que todavía queda por conocerse a fondo y que incluyó además un (in)esperado conflicto diplomático en China con el (ahora ex) embajador Luis María Kreckler, apartado de su puesto en confusas circunstancias relacionadas a la adquisición de la vacuna producida en el gigante asiático, en detrimento de la rusa finalmente adquirida.
Pero hubo más. La Secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizotti, llegó a revelar sorpresivamente que el Gobierno Nacional evaluaba la aplicación de una sola inyección de la Sputnik V para tener vacunadas el doble de personas en marzo de 2021. Estas declaraciones surgieron después de que la FDA de los Estados Unidos advirtiera que una sola dosis de cualquiera de las vacunas que necesite otro refuerzo pareciera proteger fuertemente contra el coronavirus. “La decisión sanitaria más importante que nos tenemos que plantear es si queremos tener 10 millones de personas vacunadas a marzo con dos dosis o si preferimos tener 20 millones de personas con una sola”, había manifestado la funcionaria, hasta que el martes 12 de enero (una semana después de los extraños anuncios) se informó que finalmente se optaba por volver a comprar otra tanda de dosis tal como se recomienda mundialmente desde ámbitos científicos. Como si nada hubiera pasado, se informó que la Argentina adquirió 15 millones de vacunas integradas por dos componentes, que llegarán al país antes de esa fecha anunciada. Lo cierto es que ni siquiera la desesperante realidad planteada por millones de muertos como consecuencia del imparable avance del Covid-19, ha logrado "convencer" a muchos argentinos sobre la transparencia del proceso de fases necesario para "sacar" la vacuna rusa al mercado, previo a la llegada al país.
Y otra pregunta: ¿Por qué se compraron solo 300 mil dosis iniciales, en un país con más de 45 millones de habitantes? El interrogante queda flotando en el aire.
Lo alarmante, lo es mucho más cuando los que hablan son reconocidos y prestigiosos investigadores del ámbito de la Salud. Sandra Pitta, farmacéutica, biotecnóloga e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet) dijo durante una entrevista radial el martes 12 de enero de 2021: “No me vacunaría jamás, porque no tengo información. Todo lo que gira en torno a la Sputnik V es muy poco transparente, no hay datos. La bibliografía es escasísima". A buen entendedor, pocas palabras.
Y no ha sido la única. José Gilardi, presidente de la Asociación de Médicos Municipales de Buenos Aires, fue en el mismo sentido y advirtió que el clima que se vive entre los profesionales de salud es de gran incertidumbre: “Estamos desinformados y deberíamos tener una información mayor porque somos el equipo de salud”. Para él, “hoy no hay una gran aceptabilidad” dentro de los profesionales del sector, quienes “dudan por la desinformación” que hay respecto de la Sputnik V.
Y queda claro que no se trata de ser anti vacunas, que no planteo ese dilema. Al contrario.
Ahora las cartas están echadas y eso es lo realmente peligroso: que todo parece dejarse en manos del azar. ¿O es que acaso sucede otra cosa?
*Periodista de Diario26 y escritor.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
Twitter: @mdGarciaOficial
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