La verdad sobre lo sucedido en el reciente ataque terrorista de la capital rusa no es lo más relevante en esta tragedia; lo crucial es la narrativa que adopte Vladimir Putin sobre estos hechos.
Durante años, la amenaza terrorista ha sido una realidad cotidiana en muchos países. No solo en naciones con recursos limitados y estructuras institucionales débiles, sino también como un fenómeno emergente en las principales capitales del mundo. El fatídico 11 de septiembre de 2001 dejó claro que nadie está exento de riesgo ni puede prevenir constantemente todos los planes de los grupos terroristas.
Al Qaeda y su fundador, Osama Bin Laden, captaron la atención de las agencias de inteligencia de todo el mundo. Como en el salvaje oeste, Estados Unidos publicó su fotografía y emitió la orden de "BUSCADO", ofreciendo una recompensa por su captura. La naturaleza transnacional de esta organización y su capacidad demostrada para perpetrar actos atroces dejaron al mundo atónito. Un puñado de terroristas demostró ser capaz de infligir daños comparables a los de ataques aéreos perpetrados por las naciones más poderosas del mundo. Todo fue innovador en el mal sentido: nuevo y profundamente perturbador. La percepción de cómo podría actuar un grupo terrorista se transformó en la mente de aquellos encargados de impedir su éxito.
Incluso nuestra vida cotidiana se vio alterada, al menos por un tiempo. La llamada "lucha contra el terrorismo" fue a menudo utilizada como pretexto para excusas y mentiras, buscando obtener beneficios políticos para algunos países que nada tenían que ver con los fines declarados. El caso de las armas de destrucción masiva en Irak es un ejemplo de cómo la lucha contra organizaciones como Al Qaeda se utilizó con otros propósitos.
En los archivos y en la memoria colectiva permanece la imagen del ex secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, sosteniendo un supuesto frasco con ántrax. En aquel momento, se afirmaba que Saddam Hussein poseía este tipo de armamento y que por ello debía ser derrocado. Esta mentira desencadenó tragedias tan dramáticas como los propios ataques terroristas: un país invadido (Irak), miles de personas asesinadas, un vasto territorio sumido en el caos. Mientras tanto el grupo terrorista que se suponía se buscaba combatir, se establecía y se hacía fuerte en diferentes partes del mundo.
El fracaso en la lucha contra el terrorismo se hizo evidente con el paso de los años, cuando las figuras de los "más buscados" eran constantemente reemplazadas por otros rostros. Este ciclo dejaba en claro que una figura era sustituida por otra, y que incluso el Estado Islámico (ISIS) surgió en Irak como resultado de la lucha de los terroristas contra las tropas estadounidenses. Se afirma que la detención de cientos, si no miles, de sus miembros, quienes compartieron cárceles, sirvió como caldo de cultivo para nuevas ideas que dieron lugar al nacimiento de una nueva organización terrorista transnacional. Esta nueva entidad era más poderosa, sanguinaria y experta en comunicación y propaganda, al punto de competir con las grandes cadenas televisivas.
ISIS logró lo impensable: controlar vastos territorios de otras naciones sumidas en crisis internas y administrar ciudades con millones de habitantes durante años, refiriéndose a su dominio sobre estas zonas como "califato".
Esta nueva realidad se convirtió en un reto para varios países, incluidas las principales potencias mundiales. Este desafío global condujo a una unión para combatirlo, y después de años de guerra el califato se desmoronó, pero no así la ideología ni el fanatismo que engendró el Estado Islámico. Aunque perdieron territorio y redujeron la intensidad de sus ataques, los yihadistas no desaparecieron del todo.
Recientemente, la mano de este grupo terrorista volvió a golpear en una gran ciudad, esta vez durante un concierto en Moscú, donde miles de personas se congregaban. ISIS difundió videos y pruebas de su acción, reivindicando el ataque contra Rusia en respuesta a los bombardeos de sus campamentos en Siria, y amenazando con más ataques.
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La verdad es la primera víctima de toda guerra, y en medio de un conflicto global como el que se desarrolla en Europa entre las fuerzas rusas y ucranianas -cada vez más respaldadas por la OTAN- este atentado, que en otras circunstancias sería atribuido a un grupo terrorista, adquiere nuevos matices y peligros.
El ataque afectó a los rusos -sobre todo políticamente- y puso en el centro de la escena a un hombre: Vladimir Putin, recientemente reelecto presidente y decidido a intensificar la guerra contra la OTAN, amenazando con una confrontación total en Europa e incluso con el uso de armas nucleares.
En medio de esta nueva realidad global, ISIS logró infiltrarse y causar un impacto tal que el país quedó conmocionado.
Ante semejante desafío, el gobierno ruso podría haber optado por reconocer la autoría de ISIS y emprender represalias, a pesar del costo político que eso conllevaría, o bien optar por imponer su propia versión de los hechos, como lo hizo Estados Unidos antes de la guerra en Irak.
Días después del terrible ataque, Putin decidió afirmar en televisión que ISIS había perpetrado el atentado, pero acusó a Ucrania de estar detrás de él. Posteriormente, sus servicios de inteligencia sostuvieron que Ucrania había planeado el ataque junto con ISIS en algún lugar de Oriente Medio, e incluso implicaron a países como Estados Unidos y Gran Bretaña. Sin embargo, estas afirmaciones no contaban con pruebas concretas.
El mundo ya no es como cuando una organización terrorista transnacional como ISIS establecía califatos y perpetraba ataques en todo el mundo. Ahora es mucho más complejo: estamos inmersos en una guerra mundial centrada en Ucrania, que enfrenta cada vez de manera más abierta a superpotencias como Rusia y los países miembros de la OTAN.
Por eso nos vemos obligados a preguntarnos: ¿qué busca Putin con estas acusaciones, aún sin pruebas? ¿Está tratando de ocultar un error de seguridad interna al desviar la atención hacia este atentado? ¿O está capitalizando políticamente y militarmente este evento en el frente ucraniano? ¿Podría este ataque ser lo que se conoce como una "bandera falsa" para justificar un golpe militar más contundente contra Ucrania, similar a lo que hemos visto en los últimos dos años de conflicto?
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En 1999, un joven Vladimir Putin, convertido en el sucesor político del entonces presidente Boris Yeltsin, enfrentó una ola de ataques terroristas en Rusia, principalmente en Moscú. Se le encomendó la misión de encontrar a los responsables. En aquellos tiempos, el enemigo eran los chechenos. Putin, ya como candidato a la presidencia, decidió erradicar a quienes se creía estaban detrás de los ataques, lo que resultó en una guerra sangrienta en Chechenia que lo catapultó a la presidencia. Sin embargo, años después, un ex agente de los servicios secretos rusos desde Londres denunció que los autores de las bombas no eran chechenos, sino agentes de la propia inteligencia rusa.
La verdad sobre lo sucedido en el reciente ataque terrorista de Moscú no es lo más relevante en esta tragedia; lo crucial es la narrativa que adopte Vladimir Putin sobre estos hechos. Es según esa narrativa que decidirá sus próximos movimientos, en un tablero global cada vez más complejo y sangriento.
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