Un estratégico paso por Roma, el contacto con influyentes personajes del Vaticano y la misión secreta del teniente coronel Gustavo Adolfo Ortíz.
El cadáver de Evita y la organización de su traslado. Foto: Canal26.com
En 1955, el cuerpo sin vida de Evita quemaba en las manos de los cabecillas de la Revolución Libertadora. El cadáver jamás quedaba más de dos o tres días en el mismo lugar y los golpistas -esos mismos que le habían arrebatado el poder al general Juan Domingo Perón- no se atrevían a dar el paso para deshacerse de los despojos mortales de la Abanderada de los humildes. Mientras los dolientes descamisados veían en la difunta a una auténtica santa, varios de los sediciosos se desvelaban por dar con un plan, seguro y efectivo, que les permitiera ocultar el cuerpo y evitar que se convierta en el más preciado objeto de veneración de la nueva religión peronista.
La dictadura militar no sabía qué hacer con el cadáver de la ilustre fallecida, y éste se convirtió de la noche a la mañana en un poderoso e impensado enemigo que ni los inútiles intentos de hacer olvidar, ni tampoco sus balas, podrían doblegar. Tras un sin fin de idas y vueltas, ideas descartadas y planes abortados, se determinó que -tal como había prometido el general Pedro Eugenio Aramburu (presidente de facto) a la familia Duarte- Evita recibiría una "cristiana sepultura".
Pero no sería un entierro más: todo se enmarcaría en una peligrosa misión de la que solo unos pocos estarían al tanto durante años. El objetivo era sepultar el cadáver de María Eva Duarte de Perón sin dañarlo y al mismo tiempo ocultarlo de la vista de todos en algún lugar seguro y cuidadosamente elegido con anterioridad.
Desde el 22 de noviembre de 1955, el teniente coronel Carlos Moori Koenig era el jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (S.I.E.), pero su inocultable desmanejo de la urticante cuestión del ocultamiento y preservación del cuerpo de Evita, rápidamente lo hizo caer en desgracia. Fueron sus subalternos los primeros en elevar las quejas debido al comportamiento "anti cristiano" de su superior con el cadáver de la "Santa Peronista" que deambulaba de aquí para allá. Pretendiendo dejar atrás rumores y sospechas (más que fundadas) de actos vejatorios ordenados e incluso practicados por el propio Moori Koenig contra el cuerpo inerte, el gobierno de facto lo desplazó de su cargo y en junio de 1956 colocó al mando al teniente coronel Héctor Cabanillas quien, junto a un joven oficial llamado Alejandro Agustín Lanusse, debería encargarse de la compleja tarea de organizar la piadosa sepultura de la Abanderada de los humildes.
Tumba en Milán (foto: Evita3.emiliobayona); documentos sobre la misión (en archivo personal del autor).
Notas sobre la misión del teniente coronel Gustavo Adolfo Ortíz (en archivo personal del autor).
Pese a que Cabanillas era la cara visible de ese grupo y llevaba la voz cantante en la coordinación del plan, otro importante actor estaba a punto de entrar a escena. El 20 de noviembre de 1956, el mayor Jorge Tocagni (ayudante de campo del Ministerio de Ejército) envió una nota en la que informaba a las Fuerzas Armadas que desde las 17 de ese día, el teniente coronel Gustavo Adolfo Ortíz se convertía en sub jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército, y que pese a ser un subordinado de Cabanillas, estaba formalmente a cargo. Con ese nombramiento, empezaba otra historia.
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Las medidas concretas no demoraron en llegar. El 4 de febrero de 1957, el capitán de fragata Francisco "Paco" Manrique (jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación) redactaba un memorando secreto que fue enviado a todos los funcionarios del Servicio Exterior de la Nación establecidos en Europa. La nota daba luz verde y la más absoluta libertad de acción a Ortíz para -según su criterio- encontrar el sitio y dar con los contactos adecuados que permitieran llevar adelante con éxito la operación. En la misiva Manrique ordenaba "prestar todo apoyo que requiera y sea necesario" al nuevo agente de inteligencia. Previamente, el día 1° de ese mismo mes, la División "L" (nombre en clave cuyo significado se desconoce) del S.I.E. le había entregado en mano a Ortíz dos importantes sumas de dinero: 1.000 dólares para viáticos por los países de Europa que visitara, y otros 8.350 dólares destinados a la compra de elementos técnicos (para espionaje).
En un primer momento se pensó un itinerario que, tras la llegada a Europa del transatlántico "Conte Biancomano" (en el que viajó Ortíz), fue modificado. El periplo original era el siguiente: Madrid (España), Roma (Italia), Bruselas (Bélgica), Rotterdam (Países Bajos), nuevamente Bruselas, Frankfurt (Alemania), Ginebra (Suiza), París (Francia), otra vez Madrid y, desde allí, el regreso a Buenos Aires. Sin embargo, y tal como surge de la nota redactada por Ortíz el 11 de marzo de 1957 a su vuelta de Europa, hubo un cambio de planes y se determinó que desde Roma no viajara directamente a Bruselas, sino que hiciera una curiosa parada en Milán.
El detalle no es menor: a la postre esa era la ciudad de Italia en la que finalmente se sepultaría a Evita. Así surge la evidencia de algo que -hasta ahora- era un secreto a voces. Ortíz se valió de los contactos que le habían recomendado "tocar" antes de su salida de la Argentina, cuando Cabanillas le presentó a Francisco Rotger, un sacerdote de la Compañía San Pablo, que tenía muy buenas relaciones no solo con militares locales sino -lo que era aún más determinante- con el mismísimo Papa Pío XII.
El cementerio Maggiore de Milán y el sector del entierro. Fotos: gentileza CrónicasDeMilán.com.
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Con estas credenciales, el agente de inteligencia pudo reunirse en la capital italiana con personajes de peso dentro del Vaticano. De éstos, el más importante fue el padre Giovanni Penco (de la misma orden religiosa de Rotger), quien activó la confección de los oficios secretos para concretar el plan. Penco fue el ideólogo de todo lo que estaba por llegar. Al cadáver de Evita había que "inventarle una vida previa", y darle un nombre y un apellido, todo bajo una falsa ciudadanía italiana. La idea cerraba perfecto: se pensaba hacer creer que esa mujer italiana había muerto en Buenos Aires y que su familia reclamaba el cuerpo para sepultarlo en Milán. Así fue como, tiempo después, en efecto sucedió.
Los documentos presentados por Canal26.com sacan a la luz el comienzo del viaje del teniente coronel Gustavo Adolfo Ortíz, pero también demuestran cómo se varió el itinerario original con claras intenciones de confundir y despistar. Tan secreto fue ese viaje a Milán que el agente de inteligencia no lo llevó a cabo de manera oficial, sino que lo hizo a título personal y pagando (según consta en su nota del 11 de marzo de 1957) "de su peculio" el pasaje de ida y vuelta en tren. Había que dejar el menor rastro posible. Fue ese el instante en el que "nacía" María Maggi de Magistris, la nueva identidad de Evita; para que de inmediato... volviera a morir. Se hicieron los papeles y se confeccionaron los documentos necesarios, que eran auténticos y válidos, aunque con el nombre y el resto de los datos completamente falsos.
La "Operación traslado" acababa de comenzar. Pero esa es otra historia.
La parcela en la que fue enterrada Evita en secreto, vista en la actualidad. Foto: gentileza CrónicasDeMilán.com.
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El coronel Hamilton Alberto Díaz (que inicialmente iba a acompañar a Ortíz en su viaje preparatorio para colaborar en la planificación y que luego no lo hizo); personificó a "Giorgio Magistris", el viudo. Giuseppina Airoldi, una monja de la Compañía San Pablo, se convirtió en la encargada legal del entierro de "esa italiana" nacida en 1910 y fallecida en febrero de 1951, en la localidad de San Vicente, en la provincia de Buenos Aires, en Argentina.
La inhumación se concretó el 13 de mayo de 1957 en la sepultura N°41, del sector 86, en el cementerio Maggiore de Milán. La lápida rezaba el nombre de María Maggi de Magistris, pero en realidad se trataba de María Eva Duarte de Perón. Tras 16 años de misterio, se supo el paradero del ataúd con el cuerpo de la Abanderada de los humildes cuando, el 3 de septiembre de 1971, fue devuelto al general Juan Domingo Perón mientras este se encontraba exiliado en España.
Fuentes/Documentación (en archivo personal del autor):
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
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