A cargo del Ministerio de Hacienda durante la presidencia de Yrigoyen, no soportó ver cómo su nombre quedó manchado por una guerra silenciosa en la política.
Domingo Salaberry, exministro.
Lamentablemente la sociedad argentina ha naturalizado las acusaciones de corrupción de su clase política, ya no es noticia y prácticamente se ha descartado el beneficio de la duda cuando el nombre de un dirigente con un alto cargo se entremezcla con la palabra corrupto. Pero también los medios y la condena social podrían estar cometiendo un error y uno fatal. Eso pasó con Domingo Salaberry.
Mingo fue el ministro de Hacienda de Hipólito Yrigoyen, uno de los pocos que pudo sostenerse en su cargo durante todo el mandato del presidente. Había nacido el 14 de 1879 y logró recibirse de abogado en 1900. Su incursión en la política marcaría su destino.
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Fue elegido diputado en 1916, cargo al que debió renunciar en octubre de ese año para asumir como ministro de Hacienda. Para ese entonces el Gobierno mantenía una deuda de 500 millones de peso, todos sus proyectos para generar divisas fueron rechazados por el Congreso que mantenía una guerra silenciosa con Yrigoyen.
Como nada de sus ideas prosperaban en el Legislativo, propuso crear el impuesto a los réditos para pagar deudas del Estado y por supuesto no se lo dejaron.
Acto de inauguración del hospital Salaberry. Foto: Caras y Caretas.
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Llegaba el cambio de década y con ello el proyecto de ley de expropiación del azúcar. El presidente la envió el 10 de agosto de 1920, remarcando su preocupación por un posible sobreprecio y solicitando autorización para expropiar 20 mil toneladas de azúcar para venderla a bajo costo a los ciudadanos.
A pesar del esfuerzo de radicales antipersonalistas y conservadores por oponerse, el proyecto se convirtió en ley en Diputados y en el Senado. Meses después sería el comienzo del fin para Salaberry.
Publicación de Caras y Caretas sobre la acusación de corrupción.
Rápidamente comenzaron las acusaciones y denuncias contra el ministro, afirmando que la ley beneficiaba a su empresa familiar: la casa Salaberry Bercetche por una distribución arbitraria en los cupos de azúcar.
No solo eso, también cuestionaban los manejos de los frutos de tránsito y maniobras sin aclarar en el cambio de oro de legaciones.
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Para marzo de 1921 el Congreso inició una investigación. Salaberry siempre creyó que era una maniobra de los conservadores y pidió estar presente en el recinto para defenderse. Yrigoyen se lo impidió por creer que no era bueno exponerse.
Lo llamaron ladrón, entre lo más leve de lo que se lo acusó. La Justicia terminó desestimando las denuncias, pero su nombre ya estaba manchado y la condena social muy difícil de revertir.
Cementerio de la Recoleta.
Salaberry no lo resistió, había dejado su vida a la política y exponiendo lo más sagrado: su honor y nombre. Se suicidó el 11 de noviembre a los 44 años.
Sus restos descansan en la Recoleta y jamás se le pidió las disculpas que su alma aún merece.
Por Yasmin Ali
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