El inseparable compañero del entrerriano causaba terror entre sus enemigos y aliados. La táctica con la que Sarmiento lo "evitaba".
Cuadro de Juan Manuel Blanes sobre la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852.
El perro es comúnmente conocido como el "mejor amigo del hombre", dueño de una fidelidad inquebrantable han logrado hacerse un lugar en la historia al lado de amo. Este fue el caso de Purvis, el temor de cualquier aliado o enemigo de Justo José de Urquiza.
Purvis era un mastín uruguayo ya que el caudillo lo encontró en territorio de la Banda Oriental cuando era un cachorro. Desde ese día y hasta su muerte, solo respondió a él.
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Su nombre se lo debe a John Brett Purvis, un almirante inglés que participó en el bloqueo anglo-francés de los puertos de Montevideo y Buenos Aires en 1843.
Años después el perro pasaría a ser más famoso que su tocayo humano y no precisamente por su simpatía.
Urquiza.
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Domingo Faustino Sarmiento describió en "Campaña en el Ejército Grande" la devoción que el can tenía para con su dueño y el pánico que generaba entre aquellos que se le acercaban.
Domingo Faustino Sarmiento.
Este "enorme perro", así lo presentaba, "muerde horriblemente a todo el que se acerca a la tienda de su amo", comentaba quien llegaría al sillón de Rivadavia. "Esta es la consigna. Si no recibe orden en contrario, el perro muerde”, escribió.
Purvis, como buen perro, solo obedecía a la orden de Urquiza. Si escuchaba un "¡Quieto, Purvis!", el animal dejaba de ser una amenaza de manera casi instantánea.
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La fidelidad de Purvis no solo se ponía a prueba durante las tardes en el Palacio San José, sino que también lo seguía hasta en las batallas. A diferencia de otros perros, que se asustaban con cañones o disparos, nada parecía inmutarlo.
Como ejemplo está el combate de India Muerta, un proyectil de cañón impactó cerca de donde estaba; y si bien lo apartó unos metros, dicen que se incorporó como si nada.
“Un gruñido de tigre anuncia su presencia al que se aproxima”, dejó asentado Sarmiento. “Un ¡Purvis! del general, en que le intima quedarse quieto, la primera señal de bienvenida”, señalaba el Padre del Aula sobre fiereza del animal.
Sarmiento logró obtener un ranking de las víctimas predilectas del animal: a Ángel Elías, secretario de Urquiza, le dejó la marca de sus colmillos; al barón de Grati lo atacó cuatro veces y hasta Pedro Teófilo, hijo del caudillo, tampoco pudo evitar ser mordido.
Purvis, el perro junto a Justo José Urquiza.
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Para la segunda mitad del siglo XIX, desplazarse hacia distancias largas en carruajes podía significar lo más difícil y cansador. Pero cuando había que ir a la carpa o despacho del caudillo, la presencia de su mejor amigo era la mayor amenaza.
Sarmiento, otra vez, lo explica muy bien: “Que se imagine cualquiera las emociones que debía experimentar cada ciudadano argentino al penetrar en aquel antro, con el sombrero en la mano, los ojos fijos en el monstruoso perro, su salvación pendiente de un grito dado un segundo más tarde del momento oportuno, mostrando ante un extraño síntomas de terror que nos presentaban en una luz desfavorable y a veces ridícula”.
El sanjuanino fue la víctima que Purvis nunca pudo "atrapar". La vez que le tocó ir a la tienda de Urquiza, lo hizo con su mano derecha sobre el puño de su sable en una clara señal desafiante para con el perro.
No había que ser muy inteligente para darse cuenta que el presidente de la Confederación Argentina lo utilizaba para dejar en claro a qué personaje le caía simpático o no. Si dejaba que muerda a la persona era porque no era de su simpatía, mientras que al revés era una señal de aprobación.
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La figura de Purvis era tan fuerte que quedó registrada en varios cuadros de los pintores más destacados de la época. Juan Manuel Blanes pintó varios óleos referidos a la batalla de Caseros donde no pudo faltar el gran actor secundario de aquella jornada.
Mural de César Fernández Navarro en 1962 sobre la Batalla de Caseros.
Carlo Penuti, artista italiano, tampoco se olvidó del perro en algunas de sus obras. Purvis ya había muerto cuando su amo fue asesinado en San José. Quizá en el eterno descanso si pudo tomarse revancha de Sarmiento.
Por Yasmin Ali
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