Detrás de aquella masacre, donde el Tigre de los Llanos perdió su vida, se esconde una historia de amor entre una mascota y su amo. Cómo el combate de La Tablada selló el destino del caudillo riojano y qué rol tenía su adorado corcel.
Esta es una historia que reúne superstición, costumbres de una época y personajes que con el tiempo se fueron construyendo un aura de héroes y villanos que es prácticamente imposible de quitar cuando hablamos de ellos. Esto sucedió con Facundo Quiroga, quizá el caudillo federal del interior más reconocido y temido a quien el gran amor de su vida le costó la suya: su caballo.
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La leyenda comenzó de la boca de Güemes Campero, un prisionero del unitario José María Paz. El cordobés y Quiroga eran acérrimos enemigos por sus diferentes ideologías. El riojano parecía imbatible hasta que le llegó su hora en la batalla de La Tablada de junio de 1829.
El combate fue sangriento y cansador porque comenzó el día 22 y siguió hasta el amanecer del siguiente cuando, en vano, Quiroga atacó por sorpresa pero debió retirarse del campo de batalla. Fue una derrota durísima, tanto es así que el riojano se fue "apurado" y dejando a Moro quien quedó en manos de los victoriosos.
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Cuenta Campero que el caballo no quiso ser montado por nadie y brindó detalles de la especial relación con Don Facundo. Al parecer le atribuía poderes especiales, descrito como "adivino y confidente".
Quiroga, antes de cada combate, le consultaba al animal sobre el futuro de la batalla. Bastaba un movimiento del caballo para predecir lo que vendría. Es más, según el mismo relato, antes de La Tablada Moro agitaba y movía la cabeza en una clara muestra de que nada saldría bien.
Se supo que su amado caballo quedó a manos de Gregorio Aráoz de Lamadrid, dando inicio a una novela eterna para poder recuperarlo.
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Cuando Paz fue derrotado por el federal Estanislao López, el caballo terminó en su poder. Lo usó un tiempo y lo llevó a su provincia, Santa Fe, que fue cuando Quiroga se enteró y estalló de furia. Pese a ser aliados federales, entre el riojano y el santafecino no había una buena relación, lo que explica la decisión de no devolverle a su tesoro más preciado.
Cuando Quiroga derrotó a Lamadrid en La Ciudadela en 1831, le escribió a Juan Manuel de Rosas para informarle que dejaba la lucha y citó el conflicto con el corcel como una de las máximas causas. Como respuesta, Rosas le escribía a Facundo que López estaba "muy lejos de agraviarle" y que le daría el caballo "en la ocasión que creyese conveniente hacerlo". Lo cierto es que mediar no sirvió de nada porque Estanislao le decía al Restaurador que el reclamo por ese "maldito caballo" era "injusto", "extravagante" e "infame" y que era un animal tan ordinario que "doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera".
Rosas buscó otras formas para que Quiroga entre en razón y le pidió a su primo, Tomás de Anchorena, que interceda. Como opción le ofreció dinero por el caballo y darle el mejor que encontrara, pero su respuesta fue que pasarían "muchos siglos de años para que salga en la República otro caballo igual" y que no era "capaz de recibir a cambio de ese caballo ni todo el valor de la República Argentina".
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El tiempo pasó y el caballo seguía sin ser devuelto a su dueño. Era el año 1834 y en el norte estalló la guerra entre los gobernadores Pablo Latorre, Salta, y el de Tucumán, Alejandro Heredia; por lo que a Quiroga se le encomendó la tarea de mediador para impedir que el conflicto escalara.
Para 1835 Latorre fue asesinado por lo que Don Facundo vio pertinente volver. Hace mucho tiempo que su cabeza tenía precio, pero las constantes advertencias sobre un posible asesinato no le importaron. El 16 de febrero fue asesinado en Barranco Yaco.
Quién sabe cuál fue el destino de Moro, lo cierto es que aquel ansiado encuentro tuvo lugar en la eternidad.
Por Yasmin Ali
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