El 1 de enero 1872 tuvo lugar uno de los hechos más macabros de la historia policial argentina. Cincuenta personas masacraron a niños y adultos por ser extranjeros: vascos, masones y gringos fueron las víctimas en una noche que comenzó siendo una fiesta y terminó en pesadilla.
El Año Nuevo es una fecha asociada a la celebración, un momento de unión con amigos y familiares donde comenzamos una nueva etapa renovando energías. En varias partes del mundo se suelen organizar eventos masivos donde la gente festeja a lo grande, costumbres que vienen de años y que llegan a nuestros días. Lo que pasó el 1 de enero de 1872 en Tandil estuvo lejos de aquel plan ideal, convirtiéndose en una de las peores matanzas de la historia argentina.
"¡Mueran los extranjeros y los masones!", se escuchó en la madrugada de aquel lunes en una macabra antesala que terminó en un mar de sangre con la muerte de 36 personas, entre ellas varios niños, y que escondería una trama de xenofobia, odio y engaño.
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Para tratar de entender tanto salvajismo y odio hay que hablar de Gerónimo G. Solané, o mejor conocido como Tata Dios, un gaucho cuya nacionalidad es motivo de discusión. Se presentaba como un sanador y profeta por lo que Ramón Rufo Gómez, oriundo de Tandil, lo contrató para que pueda tratar los dolores de cabeza de su esposa.
Sus "dotes mágicos" llegaron a boca de todos en aquel pueblo, se había instalado en un rancho donde montó una especie de clínica a la que acudía cada vez más gente al afirmar que tenía poderes tras realizar "un pacto con el diablo". Desde siempre habló muy mal de los extranjeros y masones, argumentando que "vienen a robarnos la tierra y el trabajo". Además, los culpó de la epidemia de fiebre amarilla que azotó Buenos Aires y entre sus seguidores repetía que esa gente "debía ser exterminada".
Se sabe que Tata rondaba los 45 años, era alto, canoso de barba larga y vestía con poncho. Tenía una mano derecha, Jacinto Pérez, que pasó a llamarse "San Francisco" o "San Jacinto El Adivino". Fue su ayudante quien les anticipó a los seguidores que el 1 de enero de 1872 "correría sangre".
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El año 1872 había llegado, en esa madrugada cerca de 50 paisanos a caballo llegaron a la plaza del pueblo. Antes habían liberado a los presos que se sumaron al grupo que acusó a gringos, vascos y masones de ser la encarnación del mal y que debían ser asesinados.
La primera víctima fue un organillero italiano que festejaba en la plaza, minutos después se dirigieron a los límites de Tandil donde degollaron a ocho vascos que conducían una tropa de carretas. Luego entraron a la casa de Guillermo Thompson para matarlo a él, a su esposa y al dependiente. Juan Chapar, su vecino vasco francés, fue también víctima como hombres, mujeres y niños que vivían en la casa.
La última parada fue en la estancia Bella Vista, del español Ramón Santamarina, pero no encontraron a nadie y decidieron comer y dormir. Uno de los primeros vecinos en alertar la violenta escena fue Prudencio Vallejo, que había escuchado a hombres gritando al pasar delante de su casa y el primero en descubrir los cadáveres de los vascos de la caravana. Los vecinos se juntaron, al mando de José Ciriaco Gómez, para buscar a los culpables a quienes encontraron en dicha estancia tomando mates.
Al ingresar intentaron mediar con los asesinos, pidiéndoles que se rindieran, pero estos se dieron a la fuga y desembocando en otra masacre. Murieron en total 10 personas, entre ellas Pérez atravesado por una lanza, y 8 prisioneros. Algunos lograron ser capturados después y otros huyeron. El saldo fue devastador: 36 muertos; 16 franceses, 10 españoles, 3 británicos, 2 italiano y 5 argentinos. En lo que respecta a Solané fue detenido en su rancho, se declaró inocente pero no evitó la presión.
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De aquella noche de sangre y muerte lograron salvarse los italianos Innocente y su hijo Martín Illia, quien tenía 11 años. Eran abuelo y padre del futuro presidente Arturo Illia, habían sido avisados de las matanzas y lograron escapar yendo hacia las sierras.
Después de este episodio, Innocente decidió volver a Italia y allí se quedó. Pero Martín regresó al cumplir 16 años. Empezó a trabajar como peón en la construcción de los ferrocarriles y se compró un campo en Pergamino, ciudad en donde nacería Arturo.
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El supuesto curandero fue puesto en un calabozo y engrillado, intentaron interrogarlo, pero él se negaba. Sus últimas palabras fueron: “Una vez que venga el juez del crimen y me escuche, que es el único a quien prestaré declaración, tenga la seguridad que me sacarán estos fierros que tengo y se los van a poner a otros”. El 6 de enero de 1872 se escuchó un disparo, había sido asesinado, pero nunca se supo quién.
El resto de los detenidos fueron a juicio, 29 implicados fueron acusados por la muerte de 36 personas. Algunos fueron condenados a muerte como Crescencio Montiel, Cruz Gutiérrez y Esteban Lasarte, quien murió en prisión por sus heridas, y Juan Villalba. Habían sido apodados “los apóstoles de Dios”; siete fueron sentenciados a quince años, dos a tres años y otros dos a dos años de cárcel. Los otros quince fueron liberados.
Pasaron 151 años de aquel capítulo negro en la vida de Tandil y jamás pudo comprobarse si Tata Dios fue el verdadero ideólogo de la masacre o usaron su nombre como excusa.
Por Yasmin Ali
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