Fue una histórica manifestación, sin precedentes en el gigante asiático. Una dura represión la ahogó por oscuros intereses comerciales de los socios menos pensados.
Entre el 15 de abril y el 4 de junio de 1989, el mundo entero puso su mirada en los históricos acontecimientos que ubicaron a China en el centro de la escena. La más emblemática imagen de los hechos aún está viva en la retina: un joven estudiante parado ante el paso de un tanque de guerra en la Plaza de Tiananmen, en la convulsionada ciudad de Pekín, también conocida como Beijing. Pero, ¿qué sucedió realmente por aquellos días en China? ¿cuál es la verdad tras los sangrientos sucesos que terminaron con una tragedia? Y, finalmente, ¿cuál fue la postura en las sombras de las grandes potencias occidentales, sobre todo de los Estados Unidos, frente a tales circunstancias y qué hicieron en realidad?
Para los más de 1.000 millones de chinos de entonces, las palabras del “liberador” de los años ’50, Mao Zedong (más conocido como Mao Tse-Tung o simplemente Mao); resonaban lejanas y eran tan solo un vago recuerdo de viejos tiempos que no volverían. Todo era, en cambio, un pálido reflejo de los viejos postulados plagados de contradicciones con ese presente chino de fines de los años ’80; con las diferencias entre la utopía comunista y la vida diaria que eran, a todas luces, harto evidentes e incontrastables.
La declamada libertad para el pueblo chino había sido un slogan hábilmente esgrimido para aglutinar a la masa tras el emblema de la hoz y el martillo, pero lejos estaba de ser realidad.
Un ciudadano de Beijing se para frente a un convoy de tanques en la Avenida de la Paz Eterna en la Plaza de Tiananmen, el 5 de junio de 1989. Foto: Reuters.
Las cosas eran diferentes con Deng Xiaoping, el líder supremo de China que en ese momento se aferraba al poder con uñas y dientes tras haber iniciado la reforma económica en 1978. Cuando en abril de 1989 los estudiantes comenzaron a organizarse, Xiaoping supo que habían llegado al límite y, pronto, se los haría saber con la “Masacre de Tiananmen”; una inédita y desmedida demostración de músculo de parte del régimen comunista que -como luego quedará demostrado- contó con el apoyo menos esperado.
Los estudiantes ayudan a un conductor de tanque capturado a ponerse a salvo mientras la multitud lo golpea, el 4 de junio de 1989. Foto: Reuters.
Los preparativos para una auténtica rebelión se gestaron en abril, cuando miles y miles de estudiantes se lanzaron a las calles de Pekín unidos bajo una sola consigna, al vivo grito de democracia y libertad. En un principio se organizaron tibiamente, muchas veces a escondidas, como podían; pero luego la protesta se exteriorizó a la vista de todos hasta llegar a la plaza de Tiananmen y "copar la parada" en ese lugar "sagrado" para el régimen comunista chino, con capacidad para 1 millón de manifestantes, al que ellos pensaban colmar hasta que no entrara ni un alfiler. Pero no solo protestaron los estudiantes. También lo hicieron los trabajadores comunes, el hombre de a pie; en franca lucha contra las "reformas económicas" que no se reflejaban en mejoras para la gente.
El pueblo chino pensó en un plan, pero no tuvo en cuenta un detalle en absoluto menor. La suerte estaba echada: el régimen contaba con el aval y el apoyo en las sombras del Gobierno de los Estados Unidos.
Multitudes de estudiantes atraviesan un cordón policial antes de llegar a la plaza de Tiananmen, el 4 de junio de 1989. Foto: Reuters.
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Pekín y Washington recorrieron un largo y sinuoso camino para estrechar lazos impensados. Pese a que en los primeros tiempos de la posguerra, tras la Segunda Guerra Mundial; Estados Unidos luchó contra la República Popular China (RPC) en la Guerra de Corea, con el paso de los años las cosas comenzaron a verse bajo otro cristal. Mucho más ante el imparable avance de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sobre el mundo occidental. Tras la llegada del presidente estadounidense, Richard Nixon, a China en febrero de 1972, comenzó el proceso de acercamiento entre las dos naciones, un hecho que se reforzó cuando emitieron de manera conjunta el Comunicado de Shangái, con el que se comprometieron a trabajar a la par para normalizar sus relaciones diplomáticas.
Nada de esto llevó a un reconocimiento formal de la RPC, aunque las "relaciones carnales" por conveniencia se consumaron tras bambalinas con el establecimiento bilateral de "oficinas de enlace" en Pekín y en Washington. Los lazos se hicieron más fuertes cuando la Administración norteamericana reconoció la postura china: en sintonía con todos los chinos a los dos lados del Estrecho de Taiwán, se declaró que había solo una China y que Taiwán le pertenecía.
Manifestantes a favor de la democracia y sus carpasde campaña en la Plaza Tiananmen de Beijing, el 3 de junio de 1989. Foto: Reuters.
Así llegó la aperura del comercio y las comunicaciones; un acercamiento beneficioso para China que, de paso, ayudó a reforzar su propia seguridad durante el tiempo que aún quedaba de la Guerra Fría. La colaboración fue incluso más allá, ya que -tanto China como los Estados Unidos- apoyaron a los combatientes africanos contra los movimientos soviéticos, demostrando que pese a las dudas de muchos, también la RPC veía a la URSS como un posible enemigo y una desdibujada amenaza. Los resultados no fueron mágicos, ni mucho menos instantáneos; aunque a la larga se transformaron en beneficios económicos que -tras décadas- permitieron la llegada de los productos estadounidenses al variado mercado chino, y a la inversa.
Sin embargo, fue hasta después de enero de 1979 que el gobierno de los Estados Unidos cambió el reconocimiento de Taipéi (la capital de Taiwan) a Pekín, como también sus relaciones diplomáticas. Fue el preciso momento en que surgieron las ya mencionadas reformas económicas que, para el pueblo chino, habían sobrepasado los límites de su tolerancia: para ellos el hambre, la miseria generalizada, la falta de libertad y la represión. Para los popes del régimen: la burocracia estatal, una corrupción galopante y los acuerdos comerciales con los norteamericanos, a quienes la práctica mayoría consideraba lisa y llanamente como el mismísimo enemigo sobre la Tierra.
La policía china supervisa una marcha de decenas de miles de manifestantes a favor de la democracia en la zona económica especial de Shenzhen, en el sur de China, el 22 de mayo de 1989. Foto: Reuters.
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Si el “chino promedio” creyó que la relación íntima con los norteamericanos iba a llevarlos a vivir en un “mundo normal”, se equivocó de cabo a rabo. A pesar de las diferencias ideológicas entre Washington y Pekín, los fuertes intereses comerciales estaban por sobre todas las cosas; una situación que se complicó aún más cuando, el 20 de enero de 1989, asumió George Herbert Walker Bush como 41º presidente de los Estados Unidos. Desde sus días como embajador estadounidense en Pekín (por un corto lapso de tiempo, entre el 26 de septiembre y el 21 de octubre de 1974), y mucho más desde cuando se desempeñó como director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), cargo que ocupó entre el 30 de enero de 1976 y el 20 de enero de 1977, China era una auténtica obsesión para la política exterior de Bush.
Los líderes estudiantiles (de izquierda a derecha) Chai Ling, Wang Dan, Feng Congde y Li Lu juran permanecer en la Plaza de Tiananmen de Beijing hasta junio de 1989. Foto: Reuters.
Así, en 1989 el recién electo mandatario estadounidense sostenía que, pese a su sistema político, prefería una China estable antes que aislada. Y razones no le faltaban: más de un centenar de firmas de los Estados Unidos enviaban sus productos al mercado chino, mientras que -en contrapartida- otras tantas empresas yanquis se beneficiaban con la "mano de obra barata" de los millones de trabajadores chinos que producían día y noche para satisfacer las necesidades consumistas de los habitantes de la "Tierra de la libertad y las oportunidades".
Manifestantes intentan cubrir el retrato de Mao Zedong, en la plaza de Tiananmen, el 23 de mayo de 1989. Foto: Reuters.
Esta política no le saldría barata al republicano Bush, quien tiempo después llegó a pagar el precio de un enfrentamiento permanente con la mayoría demócrata del Congreso, desde donde se afirmaba que el mandatario debía mostrarse más beligerante contra el régimen imperante en Pekín.
Bush no solo buscaba preservar los intereses de las firmas comerciales e industriales de su país en el gigante asiático, sino que además procuraba fortalecer a los chinos para que le hicieran sombra al verdadero enemigo: la URSS.
Decenas de estudiantes que manifestaban en Tiananmen, atropellados por los tanques del régimen chino. Foto: Reuters.
Quiso la mala fortuna que los estudiantes de China, encabezados en las manifestaciones por Chai Ling, Wang Dan, Feng Congde y Li Lu, entre otros; creyeran que había llegado la hora señalada para, finalmente, ser libres. Pero el reloj de la historia marcaba una cosa, y otra muy distinta marcaba la sucia geopolítica. Los influyentes contactos de Bush en la embajada estadounidense en Pekín y las viejas relaciones con agentes de la CIA, le permitieron estar previamente al tanto de la movida. Mientras se preparaban las masivas manifestaciones en la Plaza de Tiananmen, llegaba -clara y concreta- la orden: Estados Unidos no movería ni un pelo para defender los angustiantes y desesperados reclamos de democracia y libertad en China.
Manifestantes tratan de escapar y esconderse ante el paso de los tanques enviados para reprimir. Foto: Reuters.
Los estudiantes estaban solos en el mundo y su reclamo se convirtió en "un grano en el trasero" de las potencias ocidentales. El gobierno chino advirtió la veña norteamericana: vía libre para actuar de acuerdo a su criterio y necesidades. Una tibia división se insinuó en el Politburó chino, tras la cual todo decantó hacia lo previsible e inevitable: represión absoluta y total ante la "vista gorda" de Estados Unidos, junto a Gran Bretaña y otros socios europeos, también con grandes lazos comerciales con China. Se decretó la Ley Marcial el 20 de mayo de 1989 y el 3 de junio por la noche se enviaron las tropas para reprimir con una violencia pocas veces vista.
El número de muertos varía según la fuente. La CIA norteamericana habló de entre 400 y 800 estudiantes fallecidos, mientras la Cruz Roja China daba cuenta de 2600 muertos. Otros, en cambio, hablaban de “solo” 1000. Tras los hechos, el régimen de Deng Xiaoping encarceló a miles de estudiantes y expulsó a la prensa extranjera. Nunca antes hubo semejante muestra de rebelión política y social en China, con una tremenda disparidad de fuerzas sobre un impensado campo de batalla; desde los lejanos días de la Revolución Cultural. Tras siete semanas de manifestaciones y huelgas de hambre de estudiantes y obreros, la “Masacre de Tianamen” estaba consumada. Las manifestaciones estudiantiles a favor de la democracia y la libertad quedaban para otra oportunidad. Importaban más los negocios.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
El artículo no expresa ideología política, solo investigación histórica.