Fueron varias jornadas marcadas por la tensión, los rumores y una conspiración palaciega que interrumpió el segundo Gobierno constitucional del Líder Justicialista. Un golpe que marcó la historia argentina para siempre.
La idea no era nueva. Previamente, y en más de una oportunidad; desde varios sectores contreras y sediosos se había hecho carne la imperiosa "necesidad" de dar un golpe contra el presidente Juan Domingo Perón. Eso fue lo que lograron el 16 de septiembre de 1955, una luctuosa jornada de la historia argentina en la que facciones de las Fuerzas Armadas antiperonistas lanzaron violentas y aceitadas acciones en distintos puntos del país. El objetivo era uno y solo uno: cortar de raíz al gobierno Justicialista.
Con la práctica totalidad de los cuadros de la Armada, y con gran y activa participación de algunas importantes unidades del Ejército y la Fuerza Aérea; la operación que derivó en el nuevo quiebre de la normalidad institucional contó también con el fuerte apoyo de los partidos políticos mayoritarios de la oposición y también de la Iglesia, que a esa altura de las circunstancias estaba claramente alejada de los postulados del Líder. Tampoco faltó el accionar de numerosos comandos civiles que actuaron en perfecta armonía y coordinación junto a los militares rebeldes.
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Para los golpistas, lo de septiembre de 1955 fue el " broche de oro" de una larga serie de otros intentos previos por "sacarse de encima" al presidente Perón. Uno de los antecedentes más claros de los planes sediciosos ya se había manifestado en horas de la madrugada del 28 de septiembre de 1951, una oportunidad en la que el -entonces- capitán Alejandro Agustín Lanusse tomó de sorpresa la puerta número 8 de la guarnición militar de Campo de Mayo, por donde ingresaron el general de División Benjamín Menéndez y su Estado Mayor, integrado principalmente por el brigadier Guillermo Zinny, el brigadier mayor Samuel Guaycochea y el capitán de navío Vicente Baroja.
La conspiración antiperonista duró lo que un suspiro y fracasó de inmediato. Tras el golpe fallido de 1951, el Consejo Supremo de la Fuerzas Armadas sentenció a Menéndez a quince años de prisión y a su destitución el 5 de octubre de ese año (1).
El 15 de abril de 1953 llegaba el segundo intento golpista contra el Líder justicialista. Un violento ataque terrorista sacudió a la sociedad toda mediante la detonación de dos bombas mientras se realizaba un acto sindical que había sido organizado por la Confederación General del Trabajo (CGT) en la Plaza de Mayo, a metros de la Casa Rosada, sede del Gobierno. Las consecuencias fueron irreparables: hubo seis muertos y más de 90 heridos de consideración, entre ellos 19 mutilados. También esta "intentona golpista" fue directo al fracaso y los rebeldes sofocados, sin embargo; fue en realidad el primer "ensayo" de lo que más adelante sería el hecho más sanguinario y criminal perpetrado para hacer caer al régimen institucional en la Argentina: el bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 y el posterior golpe de septiembre.
Pero lejos de calmarse las aguas, y tras el rotundo fracaso del golpe, en 1953 se reactivó la idea de conspiración y también -dentro de la Marina- se trazaron varios planes que bajo la cubierta verosímil que les daba su apariencia de ejercicios de guerra tenían, como única finalidad, que los sediciosos estuvieran debidamente preparados para un futuro golpe.
A mediados de 1955, el espectro político poblado de "contreras" que se oponían a las ideas y medidas del Gobierno Justicialista que -de un modo u otro- favorecían a los intereses y necesidades del pueblo argentino supieron que había llegado la hora de derrocar al presidente Juan Domingo Perón, Fue un plan que el fatídico 16 de junio de ese año requirió la activa participación de facciones disidentes las Fuerzas Armadas, a quienes se plegaron elementos del nacionalismo argentino, con un fuerte apoyo desde el exterior. Había que bombardear la Plaza de Mayo y la Casa Rosada. En otras palabras: había que matar a Perón. Entre los conspiradores locales estaba el dirigente nacionalista católico Mario Amadeo, inicialmente seducido por el peronismo y que, luego, se pasó al bando opositor para actuar como cabecilla de partisanos civiles dispuestos a tomar las calles de una vez para ejecutar el plan y sacar de circulación al mandatario.
Al marcar el reloj las 12:40, un avión de combate Beechcraft rebelde dejó caer la primera bomba sobre la Casa de Gobierno y desató el infierno tan temido. Se dio inicio a los enfrentamientos que convirtieron a Buenos Aires en un impensado escenario de guerra, con violentas batallas aéreas entre los sublevados y escuadrones de jets Gloster Meteor que respondían a Perón. Todo terminaría en tragedia. La lucha dejó más de trescientos muertos civiles inocentes, cerca de setecientos heridos, la muerte de al menos catorce efectivos leales a Perón, treinta militares rebeldes fallecidos y tres aviones derribados por las fuerzas que aún respondían al gobierno, además de cuantiosos daños materiales. Todo producto de la sinrazón de los golpistas. Pero no fue todo. Los golpistas "gorilas" tenían más hilo en el carretel.
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El 15 de septiembre de 1955, un oficial rebelde del Ejército Argentino lanzó una orden con firma falsificada, y permitió que el coronel Ernesto Sánchez Reynafé abandonara -bajo engaño- el destacamento militar de Curuzú Cuatiá y viajara directo a Buenos Aires. Ante ese nuevo escenario, de "zona liberada" en un importantísimo enclave castrense para el Gobierno; el coronel Aldo Señorans, el general Pedro Eugenio Aramburu, el capitán de fragata Aldo Molinari y el coronel Eduardo Arias Duval partían hacia esa localidad para sublevarla junto a todo el Litoral del país. En la Base Naval Río Santiago (cercana a la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires) el almirante Francisco del Ángel Rojas daba aviso del inminente estallido de la nueva revolución a los capitanes de navío Carlos Bourel, director del Liceo Naval, y Luis M. García, comandante de la Base. La idea original consistía en lograr el bloqueo del Río de la Plata e impedir el abastecimiento de combustibles. En la isla Martín García el director de la Escuela de Marinería, capitán de fragata Juan Carlos González Llanos, estableció previamente un entrenamiento extraordinario en "infantería y tiro" desde abril de 1955, que no era otra cosa más que la previa al complot que finalizaría el 16 de septiembre. Ese mismo día 15 se informó sobre la inminencia del golpe y la órden de embarcarse hacia Río Santiago apenas se tomara conocimiento de su inicio. En Córdoba, el general Eduardo Lonardi celebró airadamente su cumpleaños con una camisa y un almuerzo en casa de su cuñado; luego se despidió de su esposa y partió a las afueras de la ciudad mediterránea, como si nada; aguardando la señal de la "hora cero".
Entre tanto, en la ciudad de Bahía Blanca, el capitán de navío Jorge Perren había dejado listos todos y cada uno de los detalles para la rebelión. Solo le faltaban dar los toques finales y así lo hizo: invitó a plegarse a todos aquellos que no estaban al tanto de lo que se había planeado y mandó detener a quienes se negaron a unirse al derrocamiento de Perón. En la vecina Base Aeronaval Comandante Espora su jefe -leal al Gobierno peronista- se había retirado en horas de la tarde, y la guardia quedó a la espera de la llegada de quienes se harían cargo de las operaciones revolucionarias. Sobre la hora del alzamiento militar, el almirante Jorge Perren decidió que era imprudente lanzarse a las operaciones con el personal sin haber podido dormir y determinó que la esperada "hora 0" fueran en realidad las 04:30 de la madrugada. Al escucharse la orden de inicio en las radios de Buenos Aires, se procedería sin dilaciones al alzamiento en otros puntos del país.
En la ciudad de Buenos Aires el panorama era distinto, ya que ninguna de las unidades del Ejército se encontraba lista y plegada para ser sublevada debido a que el Ministerio de Ejército había seleccionado muy meticulosamente a los oficiales más leales al gobierno para encabezarlas. Los oficiales que querían rebelarse y no tenían destino formaron un grupo, coordinado por el teniente coronel Herbert Kurt Brenner y por Rodolfo Kössler, quienes por estrictas medidas de precaución hablaban entre ellos en alemán en las comunicaciones golpistas. Se habían citado a las 16 en la estación ferroviaria de Constitución, para viajar en tren a La Plata y desde allí reforzar las acciones de la Escuela Naval.
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A las 0:30 el ministro de Ejército, teniente general Franklin Lucero fue despertado por su ayudante, el coronel Díaz, y fue informado sobre la denuncia que había realizado un director de la empresa Mercedes Benz. El directivo de la firma automotriz alemana le había comentado previamente que sabía que el teniente coronel Herbert Kurt Brenner se plegaría a una revolución en las próximas horas. Lucero se movilizó raudamente hacia el ministerio a su cargo y convocó de forma urgente al Comandante en jefe del Ejército, general José Humberto Sosa Molina, al jefe del Estado Mayor General, general Wirth, al subsecretario del Ministerio, general José Embrioni, y al jefe del Servicio de Informaciones, general Sánchez Toranzo. También alistó a la Guarnición Buenos Aires. Acto seguido, el ministro de Ejército, teniente general Franklin Lucero llamó al comandante de la IV División de Ejército, radicada en Córdoba, pero su comandante, general Alberto Morello, contestó con un lacónico "sin novedad", y luego llegó una serie de avisos de la policía a todas las unidades. Allí se indicaba que grupos de civiles armados habían sido vistos en Vicente López, en Palermo, en Ciudadela, en Ramos Mejía, y en cercanías del Hospital Naval. A las 04:00 la Policía Federal emitió un mensaje de carácter urgente: "Alerta general. Esta noche grupos civiles armados van a alterar el orden y tratar de copar a jefes de unidades y autoridades legalmente constituidas. Actuar enérgicamente y reprimir cualquier conato de alteración del orden".(2)
Lucero pensaba que los hechos eran de carácter predominantemente civil; mientras en horas del amanecer; el gobernador de la Provincia de Buenos Aires anunció desde La Plata (que por ese entonces se llamaba "Ciudad Eva Perón") actividades sospechosas en la vecina Base Río Santiago; tras lo cual se informaba de la presencia del general de División Eduardo Lonardi y el teniente general Arturo Ossorio Arana en la provincia de Córdoba. Lucero no dudó un instante, y ante las dramáticas novedades; mandó despertar al general Juan Domingo Perón, quien se trasladó de inmediato a la sede del Ministerio de Guerra.(3)
A las 00:00 del 16 de junio Isaac Rojas estableció su Estado mayor con sus más cercanos colaboradores. A los cadetes de la Escuela Naval se les ofreció la posibilidad de no plegarse al golpe y no embarcarse; sin embargo, todos fueron de la partida golpista. Perren y compañía recibieron las noticias del alzamiento en Río Santiago a las tres de la mañana y procedieron a arrestar a sus superiores.(4)
Entre tanto, en la Ciudad de Buenos Aires, la única acción efectiva y real fue la que tuvo como protagonistas a los comandos civiles antiperonistas, cuya misión era dejar fuera de servicio a las principales antenas de radio y, de ese modo, impedir que se difunda prematuramente la noticia de un alzamiento contra el presidente Perón. El operativo fue exitoso: con las ondas de las principales emisoras radiales caídas, en Buenos Aires pudieron oírse claramente las radios de Córdoba, Uruguay y Puerto Belgrano.(5) En ese clima de creciente tensión, aires enrarecidos y agitación en aumento; fueron justamente esos comandos civiles "gorilas" los que habrían de dar la primera señal de alarma a las autoridades nacionales. El golpe contra Perón era real y ya estaba en marcha.
Finalmente, tras una semana de cruentos y duros combates callejeros, triunfaba el golpe de Estado. El saldo de la refriega fue dramático e irreparable: hubo más de 150 víctimas mortales.
La autodenominada "Revolución Libertadora", tal el nombre con el que se dieron a conocer los golpistas que nuevamente quebraban el orden institucional en la Argentina, fue la dictadura cívico-militar que gobernó al país a sangre y fuego, con mano dura como pocas veces antes se había visto. Clausuró el Congreso Nacional, depuso a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia, también a las legítimas autoridades provinciales, municipales y universitarias y puso en comisión a todo el Poder Judicial.
El general de división Eduardo Lonardi, líder del golpe militar, asumió el poder de facto el 23 de septiembre de 1955, y se convirtió en el cabecilla de un gobierno de ideología nacionalista católica, pero que -extrañamente para muchos de sus cómplices- se mostró de entrada contrario a la proscripción del justicialismo. Por esto mismo y por su "inoportuna" frase (según los sediciosos) de que en Argentina se abría una nueva etapa "sin vencedores ni vencidos", es que fue derrocado el 13 de noviembre por el general Pedro Eugenio Aramburu, mediante un "golpe al golpe", un acto palaciego, que dio inicio a la resistencia peronista. Aramburu, símbolo inequívoco del antiperonismo, gobernó como autoridad suprema, con la suma de los poderes ejecutivos y legislativos nacionales y provinciales, atribuyéndose ilegítimamente el título de Presidente de la Nación. La dictadura militar formó una Junta Consultiva Nacional, que estuvo integrada por los partidos de la Unión Cívica Radical, Socialista, Demócrata, Demócrata Progresista, Demócrata Cristiano y la Unión Federal. Mediante una proclama militar, Aramburu derogó la Constitución Nacional vigente (redactada en 1949) y reinstauró el texto constitucional del año 1853, con las reformas de 1860, 1866 y 1898. A poco de tomar el poder de facto, el régimen de la "Revolución Libertadora" organizó bajo su control absoluto y total, una Convención Constituyente que convalidó la decisión y agregó el artículo 14 bis.
Y eso no fue todo: también se prohibieron todos y cada uno de los símbolos peronistas, y hasta se llegó a la locura extrema y sin razón de prohibir la ejecución de la "Marcha Peronista" y la solo mención de los nombres de Perón y Evita. De hecho, se prohibió por completo al Peronismo y se activó un oscuro un programa de "desperonización" de la ciudadanía que se extendió durante el lapso de casi dos décadas. Durante la dictadura militar de Aramburu fueron fusilados 16 militares y 13 civiles por directa orden presidencial. Muchos fueron "ajusticiados" de manera clandestina, con motivo del intento de levantamiento encabezado por el general Juan José Valle. Dos años después de perpetrado el golpe militar contra Perón, la nueva dictadura organizó elecciones amañadas e inocultablemente condicionadas que terminaron en un gobierno que fue encabezado por el radical Arturo Frondizi, el 1 de mayo de 1958, quien también fue derrocado en 1962.
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Pasadas las diez de la mañana del día 20 de septiembre de 1955, y tras varias jornadas y horas de auténtica incertidumbre; comenzaba a sellarse el destino de Perón. El depuesto mandatario y algunos colaboradores cercanos llegaron fuertemente custodiados a la Dársena norte del puerto de Buenos Aires. Allí, amarrada por motivos de una repación previa, se encontraba una nave cañonera paraguaya, y en su planchada, lo aguardaba el capitán César Cortese, quien -pese al dramatismo del momento- le dio una muy cálida bienvenida. Perón abordó una modesta lancha a motor que era timoneada por un marinero llamado José Olitte. Al llegar a la cañonera, Juan Domingo Perón fue alojado en la cabina del capitán. Mediante una escueta nota formal, los marinos de Paraguay hicieron saber a la junta militar golpista y a la cancillería argentina que Perón se encontraba protegido y asilado.
El resto, lo que vino después; es otra larga y penosa historia, que duró 18 largos años con Perón en el exilio.
Instagram: @marcelo.garcia.escritor
Nota: El artículo no expresa ideología política, solo investigación histórica.
Referencias:
1
La accidentada primera visita de un presidente estadounidense a la Argentina: espías, una muerte y protestas
2
El túnel nazi de Miramar: espías alemanes en la Costa Atlántica argentina
3
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