Hubo un día en el que un grupo de militares intentó derrocar al gobierno peronista, pero el pueblo y las fuerzas leales se unieron para evitarlo.
En la mañana del 28 de septiembre de 1951, Argentina vivió uno de los momentos más tensos de su historia política cuando un grupo de oficiales militares, con el apoyo de sectores de la Aeronáutica y la Marina, intentaron llevar a cabo un golpe de estado para derrocar al entonces presidente Juan Domingo Perón. El general Benjamín Menéndez lideró esta revuelta que pretendía, entre otras cosas, cambiar el rumbo del país.
Conocido como “el Cachorro, “el Chacal” o “la Hiena”, Menéndez representó a la mente maestra detrás de la búsqueda de la caída de Perón. El complot en cuestión estuvo encabezado por los oficiales Julio Alsogaray, Tomás Sánchez de Bustamante, Alejandro Agustín Lanusse, Larcher, Guglialmelli, Álzaga y el capitán de navío Vicente Baroja, que proponía “darle muerte al tirano en su guarida”.
La idea principal era derrocar a Perón previo a las elecciones presidenciales del mes de noviembre, reimplantar la Constitución de 1853 y anular la de 1949. En búsqueda de apoyo, Menéndez se reunió con su colega Lonardi, pero las diferencias políticas no tardaron en aparecer: mientras Menéndez quería desarmar por completo el Estado peronista y quitar las conquistas sociales a los trabajadores, Lonardi pensaba que debía mantenerse la legislación social vigente y que, lo mejor en este caso, era garantizar los derechos y mejoras alcanzadas por los asalariados.
Ante los desacuerdos, y temiendo que Lonardi le arrebatara la conducción del golpe, Menéndez se lanzó inmediatamente a la ofensiva y se adjudicó la misión de derrocar al General Juan Domingo Perón. La Escuela Superior de Guerra se convirtió en un centro de conspiración para derrocar a Perón previo a su reelección.
"Por lo expuesto, he resuelto asumir hoy ante el pueblo de mi Patria la extraordinaria responsabilidad de encabezar un movimiento cívico-militar, que por sintetizar un sentimiento casi unánime deberá conducirnos, indefectiblemente a dar término a una situación que no puede ya ser sostenida ni defendida", expresó.
"Cuento para ello con el apoyo de las fuerzas de tierra, mar y aire, y el respaldo de la ciudadanía representada por figuras prominentes de los partidos comprometidos a una tregua política que asegure la más amplia obra de conciliación nacional y el retorno a una vida digna, libre y de verdadera democracia"., continuó Menéndez.
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El intento de golpe de estado fue sofocado en pocas horas. Aunque los responsables eran varios efectivos del Ejército, la Marina y la Aeronáutica, la lealtad de la mayoría de los oficiales y la movilización del pueblo argentino jugaron un papel fundamental en su fracaso.
La amenaza, sin embargo, era real: se planeaba que 180 tanques salieran de los cuarteles de Campo de Mayo hacia la Casa Rosada, sede del gobierno, para reprimir cualquier resistencia de las fuerzas leales. Simultáneamente, aviones bombardearían la zona, lo que sembraría el terror entre la población civil. Sin embargo, el pueblo argentino, fiel al peronismo y a los "derechos adquiridos", salió a las calles como un escudo humano y frustró el ataque.
Los aviadores amotinados buscaron refugio en Uruguay, mientras que los oficiales rebeldes del Ejército se rindieron ante la evidente derrota. A pesar de la sugerencia del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas de fusilar al líder de la rebelión, el general Perón optó por no derramar sangre y felicitó y condecoró a las fuerzas armadas, a las que calificó como "el ejército del pueblo".
Este intento de golpe de Estado fue solo el preludio de los futuros desafíos que enfrentaría el Gobierno del General Perón. A medida que se acercaba la posibilidad de su reelección, el clima político se volvía cada vez más tenso para la amplia oposición que esperaba su caída. Incluso se consideró recurrir a métodos extralegales para evitar, de cualquier forma, una nueva presidencia de "el Conductor".
La figura de Eva Duarte de Perón, quien permaneció firme junto a su esposo, también desempeñó un papel importante en este contexto. La Confederación General del Trabajo (CGT) promovía en las calles su candidatura a la vicepresidencia, un accionar que fue parte del malestar entre quienes veían en el peronismo como una amenaza para la democracia.
En su lecho de muerte, Evita se dirigió al país con palabras que resumían el sentimiento de aquel trágico momento: "Yo les doy a todos las gracias en nombre de los humildes, de los descamisados, por quienes he dejado gustosa en mi camino jirones de mi salud, pero no de mi bandera; y les pido con todas las fuerzas de mi alma que sigan siendo felices con Perón, como hoy, hasta la muerte, porque Perón se lo merece, porque se lo ha ganado y porque tenemos que pagarle con nuestro cariño las infamias de sus enemigos que son los enemigos de la patria y del pueblo mismo".
Sin embargo, a pesar de los cientos de desafíos y tensiones existentes en el clima de época, las urnas hablaron por sí mismas y, con el 63,51% de los votos, Juan Domingo Perón fue reelecto para continuar con la presidencia mediante la fórmula Perón-Quijano. Gracias a su pueblo, el cual fue "escudo y trinchera", logró mantenerse en el poder para continuar escribiendo la historia argentina.
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