Pobreza e indigencia, personas en situación de calle. Foto: NA.
Fueron horas de angustia, incertidumbre y desesperación. Durante varios días, el pasado mes de marzo, la Argentina toda puso su mirada en un caso que -lamentablemente- no fue ni será el único. Tampoco es el primero, ni el último. La niña M había desaparecido. Como si nunca antes hubiera sucedido algo similar, esa pequeña de apenas siete años de edad puso en primera plana de los medios periodísticos la miseria, el hambre, la desnutrición, la falta de cuidados, el maltrato, el siempre negado derecho a la salud y la educación, y el drama de quienes viven (si así puede decirse) en situación de calle.
Se activó la "Alerta Sofía" y, tras haberla encontrado (viva de milagro) se publicaron medidas legales y judiciales con el objetivo de impedir que se vuelva a ver su rostro y para que ya no se escriba nunca más su nombre.
Todo para "protegerla". ¿Será?
Como suele suceder, al menos en esta Argentina, no se habló más el tema. Ni su caso, ni el de tantas otras (y otros) M, ni el de miles, millones, de personas para quienes la vida diaria es sinónimo de supervivencia a la intemperie, sin nada para comer y sin poder trabajar.
Tal vez sea esta la idea: que no se muestre, que no se vea, que no se hable. Y con esto, tal vez, muchos llegarán a creer que ya tuvieron suficiente; que "ya fue".
Si no se ve, si no se menciona: no existe. No está. Así funciona esta sociedad, y suma a la niña M a la larga y patética lista de las noticias (y personas) olvidadas.
La reciente cifra de pobreza e indigencia en la Argentina asusta, pero lo hace como si solo estuviéramos viendo una película de terror, y eso es porque "la vemos de afuera", "tocamos de oído", aferrándonos a la cuestionable tranquilidad que nos da el hecho de saber que... esa pesadilla es de otros.
Casi como si sucediera en otro país.
El 42% de los argentinos es pobre y, de esa alarmante cifra, el 60% son niños y niñas. Y más: 1 millón y medio de jóvenes pertenece a la generación "Ni": ni estudia, ni trabaja. Todos, todas, son individualmente y en conjunto, casos como el de la niña M, pero seguimos empecinados en mirar para otro lado.
Han pasado semanas desde que M gritó desesperada. Pero ahora advertimos que -ante el atronador silencio- ese grito fue silencioso. No se dejó oír como debía. Es el grito de los que no tienen voz y fue dirigido a quienes no saben, no pueden o no quieren escuchar.
¿Qué hizo el Estado desde la aparición de M? ¿Qué cosas cambiaron en la vida diaria para ella, su madre y sus hermanos? ¿Dónde está ahora? ¿Dónde duerme? ¿Qué come? ¿Come? ¿Quién le cuida la salud? ¿Qué medidas se tomaron para sacarla del infierno?
Preguntas. Solo preguntas, sin respuesta alguna.
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