Elecciones, votación, urna, NA
Santiago es uno de los tantos pastores evangélicos que han surgido en distintos templos del Gran Buenos Aires. En una fría y gris mañana se prepara para recibir en su humilde lugar a un funcionarios del Ministerio de Desarrollo Social de La Nación. Minutos después, se harán entrega de elementos que forman parte del programa “abrigar” para mitigar los efectos del invierno. Mientras saluda a representantes de otras iglesias evangélicas, cuenta que la pandemia profundizó la necesidad de asistencia alimentaria y espiritual. Pero además relató el crecimiento de casos de adiciones en los barrios. La radiografía es preocupante allí donde el gobierno suele tener desplegada su mayor batería de asistencia.
Tan sólo bastó con repasar el trayecto hasta ese sitio donde iba a desarrollarse el acto para observar que, en al menos tres sitios, largas hileras de hombres y mujeres, carritos de compras en mano, esperan en la puerta de alguna entidad su bolsón de comida. Muchos de ellos se encontraron con esa necesidad por primera vez en sus vidas. Esta rápida descripción se da en uno de los tantos distritos del Gran Buenos Aires donde conviven con pocas cuadras de distancia la extrema pobreza y marginalidad con la cada vez más chica porción de una población sin prohibiciones económicas. Es, en definitiva, la radiografía del conurbano bonaerense donde asienta su principal caudal electoral el oficialismo. Allí donde, según recientes sondeos, el malestar habría aumentado justamente en esa porción del electorado.
Son postulados de difícil comprobación. Quizá más reducido a oficinas capitalinas donde se analizan escenarios electorales en base a encuestas. Los trabajos de campo no abundan. Y, sobre todo, no asoma el ánimo en dichas barriadas de pensar en las próximas elecciones. Las urgencias pasan por otro lado. Por ahora, las alquimias y elucubraciones sobre acuerdos o internas forman parte de la sociedad política y aquellos que orbitan a su alrededor. Cualquier sondeo telefónico insume al menos 15 minutos para contestarlo completo. Cuántos son los que se detienen a hacerlo, muy pocos. Por eso, para medir la temperatura social, nadie mejor que los referentes territoriales. Intendentes, curas, pastores, movimientos sociales y hasta jefes narcos tienen la medida más acabada de lo que está sucediendo. El diagnostico es coincidente. Las diferencias aparecen cuando se proyecta la posible reacción. “Si seguimos así, en dos meses la gente no va a querer vera un político cerca”, sostiene un dirigente bonaerense que recorre hace mucho el territorio, e incluso lo gobernó varios años un municipio.
La distancia que se observa entre las urgencias de la política y la sociedad civil son elocuentes. Pero aún no llegarían a los niveles del 2001 donde esa apatía llevó al que se “vayan todos” y la atomización representativa puso a Clemente en las urnas. Paradójicamente, la profundización de la grieta en dos sectores bien marcados oficia, de alguna manera, como una red de contención. No gusta ninguno, pero al final el votante se termina parando de un lado o del otro. De allí que el desafío de construir un camino del medio que pueda quebrar esa dicotomía. Y pasar de optar a elegir.
Una muestra del animo reinante surgió en una encuesta reciente de la consultora Synopsis que dirige Lucas Romero. Allí se consultó: ”Más allá de su posicionamiento, ¿qué cree usted que sería mejor para el país? ¿Que se jubile Cristina? ¿Qué se jubile Macri? ¿Qué se jubilen ambos? Un 86,9% eligió alguna de estas tres opciones, contra sólo un 4,9% que prefirió "que no se jubile ninguno". Completó un 8,1% de "no sabe/no contesta”. Ninguno de los dos está dispuesto a hacerle caso al sondeo. Eso está claro. Al menos por ahora. Juntos se han complementado perfectamente para llegar hasta acá. Y el comienzo de esta campaña los muestra en el mismo camino. El oficialismo, como método, trae de manera permanente a Mauricio Macri a la escena. Hace cuatro años, fue al revés. Aquella vez, Cristina Kirchner fue candidata. Macri no lo termina de descartar para este turno.
Justamente, la figura de Macri y su reciente legado es lo que complica la oferta electoral de Juntos por el Cambio. ¿Cómo hacer campaña en la provincia de Buenos Aires eludiendo ese freso recuerdo?. Muy complejo. En cada alocución de los funcionarios nacionales o provinciales del Frente de Todos se habla de las dos pandemias: La de Macri y la del Covid 19. Será uno de los argumentos pero con el agregado de dar horizonte de futuro. Vacunación, recuperación de la economía y “volver a ser felices” como adelantó Cristina Kirchner la semana pasada. Nada mejor que esa prédica en un templo religioso. Se va a necesitar una cuota importante de fe. Sin dudas, el kirchnerismo y luego el cristinismo se construyó, en parte, a base de dogmas.
“La elección más importante de la historia”, arrojan del otro lado de la orilla. Otra versión más cercana al dogma que a la realidad. ¿Cuántas veces se escuchó lo mismo? Siempre en la próxima elección se juega lo más importante. Lo único certero hasta aquí es que, comicio tras comicio, la Argentina no logra detener su camino de decadencia.
No es un problema de adelantar el 2023 al 2021. La cuestión es más profunda. El sondeo que arroja números altos de cansancio en Macri y Cristina, quizá sea la expresión de algo que ya comenzó a gestarse. Algo así como un trasvasamiento generacional del poder. Cabe cuestionarse si, en definitiva, se ha iniciado la construcción del nuevo el poder en la Argentina y sus actores. De eso deben estar pensando seriamente Horacio Rodriguez Larreta, Sergio Massa, Maria Eugenia Vidal, Diego Santilli, Máximo Kirchner, Martín Lousteau, Cristian Ritondo, Florencio Randazzo y Emilio Monzó, entre otros. ¿Son tan distintos unos de otros? No. Y no sólo los une una cuestión generacional. Sus nexos son mucho más sólidos de lo que suelen salir a la superficie. Hasta comparten los mismos operadores mediáticos, judiciales y empresariales. Hoy la coyuntura los separa. Los objetivos los unen. Que el árbol electoral no tape el bosque.
*Por Sebastián Dumont
Periodista de Canal 26