El ingreso de Finlandia a la OTAN representa un cambio de paradigma en el escenario europeo post Segunda Guerra Mundial en materia de seguridad. Te contamos por qué.
Ceremonia de izado de bandera para la adhesión de Finlandia a la OTAN. Reuters
El pasado martes, la bandera de Finlandia fue izada por primera vez en Bruselas, donde se encuentra el cuartel general de la OTAN; la alianza militar occidental más importante del mundo. Este evento histórico representa un cambio de paradigma para el estatus de neutralidad que Finlandia mantuvo por décadas, incluso durante la Guerra Fría, bajo la “Finlandización”.
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“Finlandización” fue un término político muy usado durante los años de competencia y rivalidad entre los Estados Unidos y la extinta Unión Soviética. Hacía referencia a todos aquellos países que apostaban por una neutralidad clara y definida en medio de la disputa de dos gigantes geopolíticos como eran los Estados Unidos y la Unión Soviética. Fundamentalmente, esta decisión se debía a razones de supervivencia en medio de un difícil contexto internacional. El término se hizo tan popular que se volvió un emblema nacional finlandés, tan fácilmente reconocible en la política internacional, como la histórica neutralidad de Suiza ante distintos conflictos europeos.
Sin embargo, en aquel momento Finlandia era un Estado soberano europeo que jugaba a ser una especie de balanza entre el bloque oriental/comunista encabezado por Moscú, y el bloque occidental/liberal encabezado por Washington.
Así, Finlandia apostaba con firmeza por no involucrarse en ninguna alianza militar, ni económica, significativa. La decisión era clara: mantenerse lo más neutral posible y esquivar así cualquier posible represalia entre ambos bloques, en caso de una escalada militar, como tanto se especuló durante la Guerra Fría. Sin embargo, un tiempo después, esto empezó a cambiar.
Un ingeniero de combate finlandés retirado Ilkka Lansivaara posa con una bandera de la OTAN. Virolahti, Finlandia. Reuters
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Fue tras la disolución de la Unión Soviética y la reestructuración del espacio post soviético, con una Rusia enfrascada en problemas económicos internos y crisis separatistas propias (como Chechenia) que el bloque occidental buscó sumar nuevos adeptos a su proyecto mediante sus dos brazos principales: la economía (encabezada por la Unión Europea) y el poder militar (encabezado por la OTAN con el claro liderazgo de los Estados Unidos).
La primera “desfinlandización” llegaría en 1995, cuando Finlandia decidió integrarse a la Unión Europea, rompiendo así la neutralidad económica que había mantenido en otro momento. El contexto internacional que arrojaba una Rusia más debilitada y un Estados Unidos con hegemonía sobre todo el mundo, favoreció a que Finlandia realizara ese movimiento de integración económica europea.
Sin embargo, Finlandia mantuvo su neutralidad militar y, pese a varias ofertas de la OTAN para sumarse al bloque a finales de los ’90, el país decidió mantener su estatus de neutralidad. Finlandia comparte más de 1300 kilómetros de frontera con Rusia, lo que siempre condicionó a Helsinki de tomar cualquier decisión que implicara una alianza militar abierta con la OTAN. Esa situación se mantuvo firme hasta el 2022.
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La ofensiva militar emprendida por Rusia sobre Ucrania en febrero de 2022 cambió todos los planes para Finlandia. Todo el arco político del país, sin excepciones, consideró que Rusia había irrumpido militarmente sobre uno de sus vecinos (Ucrania) y que ahora Finlandia corría un riesgo similar. La decisión de ingresar a la OTAN no se sometió a votación popular, como hicieron en otros países, sino que quedó en manos de las fuerzas parlamentarias del país que impulsaron la candidatura de ingreso al bloque, junto a Suecia, otro país que presentaba las mismas preocupaciones.
Rápidamente, en junio del 2022, comenzó el debate por el ingreso de ambos países al bloque aunque ambos se toparon con un mismo muro: la Turquía de Erdogan que, para aceptar a estos nuevos miembros, exigió que ambos países inicien los trámites de extradición de dirigentes kurdos que eran buscados por el gobierno turco y que permanecían como exiliados políticos, tanto en Finlandia, como en Suecia.
El presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan, habla en una conferencia de prensa durante la cumbre de la OTAN en Madrid. Reuters
Suecia denunció que Turquía aplicó una política de chantaje y se negó a negociar las posibles extradiciones. Finlandia, por su parte, no habló públicamente del tema, lo que generó especulaciones de que Helsinki sí aceptó iniciar dicho proceso. El pasado 31 de marzo, el parlamento turco votó a favor del ingreso de Finlandia a la OTAN, no así el ingreso de Suecia.
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El hecho de que Finlandia se sume a la OTAN representa para Rusia un cambio importante en relación a las características de sus fronteras, es decir; a las fronteras que Rusia ya compartía con Estonia y Letonia (que ya son miembros de la OTAN), se suma ahora también Finlandia, pero con el detalle no menor que la importante ciudad rusa de San Petersburgo se encuentra a muy corta distancia de la frontera con Finlandia, que ahora miembro de la OTAN.
El presidente ruso, Vladimir Putin asiste a una reunión del Consejo de Estado Supremo del Estado de la Unión de Rusia y Bielorrusia en el Kremlin en Moscú 2023. Efe
Este hecho, independientemente de si Rusia sabía que podía ocurrir o no cuando invadió Ucrania, representa sin duda un cambio para la doctrina de seguridad rusa en relación a sus fronteras. La primera respuesta del Kremlin llegó pronto; anunció que colocará misiles y aviones con capacidad de respuesta nuclear sobre Bielorrusia, buscando utilizar esto como una persuasión militar ante cualquier movimiento inmediato de la OTAN sobre esa nueva ‘frontera caliente’.
Que la maniobra traerá consecuencias políticas y en materia de seguridad para Rusia, es algo innegable. Pero pensar que el Kremlin no visualizó este escenario de nuevas adhesiones a la OTAN, puede ser un tanto aventurado. Quizá, y viendo los últimos acontecimientos en su vínculo con Oriente, Putin haya decidido “sacrificar” definitivamente cualquier puente hacia Europa, para redirigir su comercio y sus nuevas alianzas, independientemente del curso de la guerra, hacia el continente asiático, o hacia África, donde la presencia de Moscú continúa en aumento.
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