La estrepitosa derrota del “centro político” europeo, en las legislativas del domingo, ha puesto en jaque a los oficialismos de las dos principales economías de la UE: Alemania y Francia.
El pasado domingo se celebraron importantes elecciones legislativas para definir la conformación del parlamento europeo, cuya última votación había ocurrido en 2019.
La jornada estuvo atravesada por una participación baja en muchos países, sobre todo del centro de Europa, lo que marcó el contexto de cierta “apatía política” de amplios sectores de la sociedad europea. Esa apatía, generada por diversos factores, fue también canalizada (en el caso de quienes fueron a votar), por los partidos del tradicional binomio “izquierda” y “derecha”, desplazando al “centro” hacia una de sus peores elecciones históricas.
Precisamente, Emmanuel Macron en Francia y Olaf Scholz en Alemania han sido dos pilares de esa Unión Europea que, al menos en los papeles, se presentó como parte del “centro” para la “contención” de los extremos: la extrema derecha y la extrema izquierda de sus respectivos países. Macron, reelecto en 2022 como presidente; y Scholz, electo como canciller alemán a fines de 2021, luego de que su partido (el socialdemócrata) se impusiera en las legislativas alemanas.
Ambos supieron presentarse, en sus respectivas elecciones, como la alternativa más “sana”, “democrática” y “dialoguista” para la contención de las fuerzas extremistas. El centro fue siempre una posición bien vista y valorada en Europa, sobre todo desde el período de la posguerra. En ese “centro” se desplazan fuerzas que van desde partidos liberales, hasta partidos socialdemócratas. En las elecciones del domingo, las fuerzas del “centro” fueron aplastadas.
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Como todo en política, no existe un solo factor para explicar una derrota electoral tan contundente. En Francia, Macron intentó robustecer su imagen, desde hace varios meses, como el “gran líder europeo” aunque eso no coincidió con su nivel de popularidad (el más bajo desde que asumió en 2017), ni con los acontecimientos geopolíticos relacionados a Francia.
La retórica de Macron en relación a Ucrania, siendo el único mandatario de Europa Occidental en plantear el despliegue de tropas de la OTAN en Ucrania para enfrentar a Rusia, es algo que no gustó a amplios sectores de la sociedad francesa que ven, en temas como la inmigración o las políticas de apertura total del mercado sin protección de los productores locales, otro tipo de problemas más inmediatos para el interés nacional.
Además, la retirada francesa del Sahel (Burkina Faso, Mali y Níger) -sumada al poco sutil manejo de la crisis en Nueva Caledonia, hace unas semanas- dieron una imagen de “vulnerabilidad” francesa en su política exterior que no se condice con la idea que Macron intentó instalar de que puede “hacer frente” a la Rusia de Putin, por ejemplo, en Ucrania. La escasa credibilidad externa, y los problemas internos, le pasaron factura directa a Macron en estas elecciones y ya no hubo promesas de “contención” de la extrema derecha que le sirvieran.
En su lugar, Marine Le Pen del Frente Nacional – y tildada de encabezar a la extrema derecha –, experimentó un ascenso meteórico superando los 30 puntos, doblegando al oficialismo en crisis. Todo esto precipitó el adelantamiento de las elecciones legislativas en Francia. Pero los problemas para Macron no terminaron allí, porque el lunes, luego de la derrota, la izquierda francesa anunció un “Frente Popular” compuesto por socialistas, comunistas y ecologistas para arrebatarle el segundo lugar al oficialismo y disputarle, mano a mano, el primer lugar al Frente Nacional. Salir tercero, para el oficialismo, sería un acta de defunción política, casi irremontable, para Macron.
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En Alemania, el gobierno de Olaf Scholz experimenta una caída sostenida en su popularidad desde finales de 2022. Los factores que explican la caída de su popularidad se relacionan directamente a la guerra en Ucrania. Alemania pagó, y sigue pagando, los costos de la ruptura con Rusia en materia energética, lo que llevó a una subida en los costos para la industria alemana y a un proceso lento, pero sostenido, de “desindustrialización” sobre ciertos sectores estratégicos del país.
En simultáneo, Alemania se “desdibujó” de la agenda internacional. Ya no es la Alemania robusta y central de los tiempos de Merkel. Precisamente su relegado rol, casi secundario ante el avance de Estados Unidos con su agenda sobre el continente, es lo que permitió que Macron intentara, desde Francia, ocupar ese lugar que supo tener Alemania durante los años de Ángela Merkel.
El pase de factura para el oficialismo alemán, compuesto por socialdemócratas y verdes, se vio en estas elecciones aunque, a su favor, las fuerzas de la ‘derecha’ se dividieron. La histórica CDU no creció mucho, pero si resultó interesante el crecimiento de la AFD – conocida como la extrema derecha alemana –. De momento, parece existir un consenso político en Alemania para evitar “formar gobierno” con la AFD, por sus posicionamientos más extremos en varios temas.
Sin embargo, lo que debe leerse de estas elecciones es también que, tanto el Frente Nacional en Francia, como la AFD en Alemania, son fuerzas con una agenda “antiglobalización”, con políticas más proteccionistas y de desarrollo industrial nacional, así como con una agenda –a priori– “antibelicista”. Esto último llama poderosamente la atención, debido al prontuario histórico de las derechas europeas, sin embargo, cuando uno analiza los discursos de estas fuerzas son las que más promueven la idea de poner “paños fríos” al conflicto entre Rusia y Ucrania, y evitar así una escalada directa entre la OTAN y Rusia, a sabiendas que Europa puede ser el principal terreno afectado.
A modo de conclusión, aunque las categorías “derechas” e “izquierdas” siguen siendo muy utilizadas, a veces no son tan rígidas y estáticas como antes. En el complejo escenario del siglo XXI, el ascenso de los nacionalismos (muchos por derecha, pero otros por izquierda) choca con las fuerzas que promueven los beneficios de la globalización (que incluye a espacios como los socialdemócratas o los liberales europeos), lo que hace que las categorías de “derecha” e “izquierda” entren en tensión sobre otra discusión mayor de la actualidad: “soberanismo” o “nacionalismo” (que priorizan a sus Estados-nación) contra “globalismo” (que priorizan una agenda de cooperación global, que incluye a múltiples actores, pero que minimiza la centralidad de los Estados).
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