Alemania atraviesa una crisis sin precedentes en su historia reciente que la lleva a reconfigurar su esquema productivo y a repensar su posición global.
Hace unos días, Olaf Scholz, el canciller alemán, anunció que Alemania debe abandonar su tradición de producción manufacturera tradicional y volcarse a la industria armamentística porque la coyuntura actual de Ucrania llevó a que los países deban rearmarse.
El discurso de Scholz -que tomó por sorpresa a muchos en Europa- esconde en verdad la grave crisis económica que enfrenta Alemania y que, por efecto, arrastra a la Unión Europea. La semana pasada, el gobierno alemán festejó un dato oficial pero con algunas objeciones: Alemania se convirtió en la tercera economía mundial, desplazando a Japón.
Ese dato, objetivamente real, se explica no tanto por un crecimiento y mérito de Alemania, sino más bien por un fuerte retroceso de la economía japonesa. El país del sol naciente experimenta una desaceleración notable de su crecimiento desde hace varios años y su industria se ha visto superada, en proyecciones, por otros emergentes como India o Vietnam, sin mencionar a China. De hecho, el mismo día que Alemania superó a Japón, el país asiático entró en recesión oficialmente.
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Pese a los anuncios del gobierno alemán, los números de su economía no paran de retroceder. La semana pasada, distintos medios hicieron eco de la crisis terminal de las grandes multinacionales alemanas en su propio país. La ruptura comercial con Rusia elevó notablemente los costos de producción porque la “energía barata” proveniente de Rusia se terminó a raíz de dos eventos: las sanciones de la Unión Europea a Rusia y la voladura del gasoducto Nord Stream que aseguraba el suministro de gas desde Rusia hacia Alemania, de manera directa.
A raíz de esos nuevos costos, cada vez más empresas alemanas toman la decisión de irse del país. Algunas, no se van muy lejos, se dirigen a Polonia, donde sienten que tienen mayores beneficios y posibilidades para su negocio. Otras, las más importantes, deciden trasladar el grueso de sus operaciones a China o Estados Unidos, mercados pujantes y donde los costos son menores (en Estados Unidos por autosuficiencia, en China por la energía barata proveniente de Rusia).
En cualquier caso, el problema alemán se vio agravado por las propias decisiones de su gobierno, de la frágil coalición formada por socialdemócratas, ecologistas y liberales. En relación a eso, los ecologistas (enmarcados en el Partido Verde) promovieron una política para que el país termine de cerrar sus plantas de energía nuclear, por ‘contaminantes’, algo que se confirmó el año pasado.
La decisión de cerrar las centrales nucleares dejó a Alemania sin una de sus únicas fuentes autónomas y alternativas de energía. Sin energía nuclear propia, ni gas ruso, Alemania debió retomar a un viejo conocido: el carbón, altamente contaminante y en desuso en la mayoría del mundo. Por eso, la CDU (la Unión Cristiano Demócrata, que tuvo a Angela Merkel como líder por años) critica al gobierno de Scholz permanentemente y lo acusa de tener “falta de visión estratégica”. Por su parte, la ultraderecha alemana, encarnada en la AfD, señala que el gobierno de Scholz “entregó la soberanía nacional alemana a los Estados Unidos”.
Incluso Putin criticó al movimiento ecologista europeo por aprovecharse de los temores de la población al cambio climático y cuestionó el compromiso de Alemania de eliminar progresivamente el carbón. Reuters.
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Como si fuera poco, Alemania viene experimentando una serie de huelgas en distintos rubros que condicionan aún más su situación: huelgas en sectores claves como los ferrocarriles, los camiones o los servicios aéreos, ponen en jaque los ingresos del motor económico de Europa y muestran índices preocupantes para este año: Alemania será la economía de menor crecimiento en la UE, dentro de las más gravitantes del bloque. La desaceleración de su crecimiento sería un dato menor si pasamos por alto que Alemania, desde que se inició la guerra de Ucrania, viene reportando pérdidas y un casi nulo crecimiento.
Si la locomotora falla, el temor es que empiece a fallar todo el furgón. El debilitamiento de Alemania ya está dejando consecuencias financieras para Europa: el Euro enfrenta la crisis de quedar relegada como tercera moneda de uso global, superada por el yuan, y con un destino incierto y oscilante frente al dólar norteamericano. Las acciones europeas están teniendo mayor volatilidad de lo normal, también por los conflictos agrícolas al interior de la Unión Europea.
Por otro lado, la frágil situación de Alemania actualmente desenmascara que el proyecto de una Unión Europea soberana y autónoma se desvanece. Sin Alemania, su motor con autonomía, la UE se pliega a los lineamientos geopolíticos de Estados Unidos y militares de la OTAN, perdiendo cualquier vestigio de autonomía real que sí mantuvo durante dos décadas, hasta el 2022.
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Aún más preocupa esta situación dentro de Alemania, luego de escuchar la declaración de Donald Trump, la semana pasada, de que dejará que Europa “se haga cargo de sus problemas”. Quizá por eso, Alemania teme por su situación y encuentra en el “rearme” la vía rápida para intentar reactivar sus industrias, aunque eso genere temores porque es la estrategia que siguió Alemania en vísperas de ambas guerras mundiales, independientemente de que sea un tanto forzado trazar paralelismos entre dicho pasado y este presente en particular.
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