Las sentidas palabras de María Eva Duarte de Perón en la Plaza de Mayo repleta de la gente que la amaba aquel 1º de mayo de 1952 no se borrarán jamás.
Evita y Perón tras el emotivo discurso. Foto: Archivo General de la Nación (AGN).
La jornada del 1º de mayo de 1952 quedó grabada, de manera indeleble e imborrable, en la memoria colectiva de la Argentina toda. No es que solo se celebraba el "Día del Trabajador" en el país y en el mundo, sino que esafue la oportunidad en la que María Eva Duarte de Perón, más conocida por el pueblo como Evita, daba su último discurso ante una verdadera multitud que la amaba.
Faltaba poco y nada para que la "Abanderada de los humildes" dejara este mundo y pasara a la inmortalidad, y aquel día Eva no habló mucho, tal como tenía acostumbrados a sus queridos "descamisados". Fue un discurso breve pero intenso, con su impronta, con su sello inigualable y con la misma pasión y voluntad con la que encaraba todas y cada una de las cosas. Faltó la fuerza, pero claro, Evita estaba allí parada con los últimos jirones de vida que le quedaban.
El cáncer, esa cruel enfermedad que no frena ante nada -tampoco ante ella- doblegaba la frágil figura de Eva Perón ese histórico e inolvidable 1° de mayo de 1952. Pero pese al desmejoramiento físico, Eva mantenía ese mismo fuego sagrado interior de siempre y no dudó ni un instante en prometer y asegurar a propios y a extraños que saldría una y mil veces a la calle para actuar firme y decidía en defensa de su esposo, el mismísimo presidente de la Nación, el General Juan Domingo Perón; si es que a alguien se le ocurría la maldita idea de pretender derrocarlo. Su intención era, como de costumbre, fogosa y espectacular, "para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista".
El discurso de Evita desde el balcón de la Casa Rosada fue en cierto modo su despedida, su largo adiós; ese adiós que ninguno de los allí presentes quería escuchar. Con su voz ronca, grave, quebrada y con inocultables muestras de dolor, Evita se mostraba en público por una última vez.
Eva Perón se despide de su Pueblo. Foto: Archivo General de la Nación (AGN).
Leé también: A 71 años del renunciamiento histórico de Evita
Te puede interesar:
Nueva York publicó un manual para que los inmigrantes conozcan sus derechos laborales
A las 7:55 de la mañana, Evita había llegado al Congreso, donde Perón inauguraba el 86° Período Legislativo, y (como no podía ser de otro modo) fue recibida por una bulliciosa ovación que la dejó sinceramente conmovida; mientras el mandatario contenía las lágrimas y la miraba entre melancólico y angustiado.
Por la tarde de esa inolvidable jornada para los peronistas y millones de argentinos, se celebraba la Fiesta del Trabajo, una tradición hoy olvidada, y que sin embargo, por aquellos tiempos, era parte ineludible de la liturgia peronista. La Plaza de Mayo estaba repleta de gente que quería verla y escucharla; todos llegaban desde los cuatro puntos cardinales del país, muchos desde zonas muy lejanas. Valía la pena estar allí, sin saberlo, por última vez con Eva. Tras el discurso del secretario general de la CGT, José Espejo, Eva Perón tomó el micrófono a las 17:45, luciendo su chaqueta gris y una blusa roja.
Evita comenzó su póstumo discurso: "Mis queridos descamisados". Su discurso, como siempre, lo centró en la necesidad de defender al gobierno y al presidente "contra los traidores de adentro y de afuera que en la oscuridad de la noche quieren dejar el veneno de sus víboras en el alma y en el cuerpo de Perón". A Evita le gustaba hablar claro, sin metáforas pomposas, dijo que esos "traidores" no iban a conseguir su propósito "como no ha conseguido jamás la envidia de los sapos acallar el canto de los ruiseñores, ni las víboras detener el vuelo de los cóndores".
No faltaron tampoco las claras advertencias a los golpistas en particular y también a los sectores políticos opositores: "Yo le pido a Dios que no permita a esos insensatos levantar la mano contra Perón porque ¡guay de ese día! Ese día (...) yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista".
Ese "Dia del Trabajador" Evita no solo desafiaba a los contreras, sino también -y sobre todo- a la dura enfermedad que la consumía a la tan temprana edad de 33 años. Fue un día de otoño y frío; y ella se encargó de ponerle calor: "Nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bosta oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora; porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras y entregan al pueblo de su patria con la misma tranquilidad con que han vendido el país y sus conciencias".
"Yo, después de un largo tiempo que no tomo contacto con el pueblo como hoy, quiero decir estas cosas a mis descamisados, a los humildes que llevo tan dentro de mi corazón; que en mis horas felices, en las horas de dolor y en las horas inciertas siempre levanté la vista a ellos, porque ellos son puros y por ser puros ven con los ojos del alma (...)", proclamaba la "Abanderada de los humildes".
Leé también: Un agente de inteligencia y el viaje para organizar el traslado del cadáver de Evita a Europa
Te puede interesar:
Kicillof participó de la movilización por el Día Internacional del Trabajador y la Trabajadora
"Yo quiero hablar hoy, a pesar de que el general me pide que sea breve, porque quiero (...) que sepan los traidores que ya no vendremos aquí a decirle ''Presente'' a Perón como el 28 de septiembre, sino que iremos a hacernos la justicia por nuestras propias manos".
El discurso de Evita se extendió durante valiosos catorce minutos, y a las seis de la tarde en punto de la tarde se la vio dar la vuelta para entrar a los salones de la Casa de Gobierno. El 4 de junio, fue vista en público por última vez para acompañar a su amado Perón en el comienzo de su segunda presidencia.
Histórico discurso de Evita a los trabajadores. Video: Youtube/La Baldrich TV.
Aquí, el texto del discurso completo de Evita:
"Mis queridos descamisados: Otra vez estamos aquí reunidos los trabajadores y las mujeres del pueblo; otra vez estamos los descamisados en esta plaza histórica del 17 de octubre de 1945 para dar la respuesta al líder del pueblo, que esta mañana, al concluir su mensaje dijo: «Quienes quieran oír, que oigan, quienes quieran seguir, que sigan». Aquí está la respuesta mi general. Es el pueblo trabajador, es el pueblo humilde de la patria, que aquí y en todo el país está de pie y lo seguirá a Perón, el líder del pueblo, el líder de la humanidad, porque ha levantado la bandera de redención y de justicia de las masas trabajadoras; lo seguirá contra la opresión de los traidores de adentro y de afuera, que en la oscuridad de la noche quieren dejar el veneno de sus víboras en el alma y en el cuerpo de Perón, que es el alma y el cuerpo de la patria. Pero no lo conseguirán como no han conseguido jamás la envidia de los sapos acallar el canto de los ruiseñores, ni las víboras detener el vuelo de los cóndores. No lo conseguirán, porque aquí estamos los hombres y las mujeres del pueblo, mi general, para custodiar vuestros sueños y para vigilar vuestra vida, porque es la vida de la patria, porque es la vida de las futuras generaciones, que no nos perdonarían jamás que no hubiéramos cuidado a un hombre de los quilates del general Perón, que acunó los sueños de todos los argentinos, en especial del pueblo trabajador.
Yo le pido a Dios que no permita a esos insectos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día, mi general, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista. Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora, porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras; entregan al pueblo de su patria con la misma tranquilidad con que han vendido el país y sus conciencias; porque nosotros vamos a cuidar de Perón más que si fuera nuestra vida, porque nosotros cuidamos una causa que es la causa de la patria, es la causa del pueblo, es la causa de los ideales que hemos tenido en nuestros corazones durante tantos años. Hoy, gracias a Perón, estamos de pie virilmente. Los hombres se sienten más hombres, las mujeres nos sentimos más dignas, porque dentro de la debilidad de algunos y de la fortaleza de otros está el espíritu y el corazón de los argentinos para servir de escudo en defensa de la vida de Perón.
Yo, después de un largo tiempo que no tomo contacto con el pueblo como hoy, quiero decir estas cosas a mis descamisados, a los humildes que llevo tan dentro de mi corazón que en las horas felices, en las horas de dolor y en las horas inciertas siempre levanté la vista a ellos, porque ellos son puros y por ser puros ven con los ojos del alma y saben apreciar las cosas extraordinarias como el general Perón. Yo quiero hablar hoy, a pesar de que el general me pide que sea breve, porque quiero que mi pueblo sepa que estamos dispuestos a morir por Perón y que sepan los traidores que ya no vendremos aquí a decirle «presente» a Perón, como el 28 de septiembre, sino que iremos a hacer justicia por nuestras propias manos.
Hay mucho dolor que mitigar; hay que restañar muchas heridas, porque todavía hay muchos enfermos y muchos que sufren. Lo necesitamos, mi general, como el aire, como el sol, como la vida misma. Lo necesitamos por nuestros hijos y por el país en estos momentos inciertos de la humanidad en que los hombres se debaten entre dos imperialismos; el de derecha y el de izquierda, que nos llevan hacia la muerte y la destrucción. Y nosotros, un puñado de argentinos, luchamos junto con Perón por una humanidad feliz dentro de la justicia, dentro de la dignificación de ese pueblo, porque en eso reside la grandeza de Perón. No hay grandeza de la Patria a base del dolor del pueblo, sino a base de la felicidad del pueblo trabajador.
Compañeras, compañeros: Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana. Estoy con ustedes para ser un arco iris de amor entre el pueblo y Perón; estoy con ustedes para ser ese puente de amor y de felicidad que siempre he tratado de ser entre ustedes y el líder de los trabajadores.
Estoy otra vez con ustedes, como amiga y como hermana y he de trabajar noche y día por hacer felices a los descamisados, porque sé que cumplo así con la Patria y con Perón. He de estar noche y día trabajando por mitigar dolores y restañar heridas, porque sé que cumplo con esta legión de argentinos que está labrando una página brillante en la historia de la Patria. Y así como este 1º de mayo glorioso, mi general, quisiéramos venir muchos y muchos años y, dentro de muchos siglos, que vengan las futuras generaciones para decirle en el bronce de su vida o en la vida de su bronce, que estamos presentes, mi general, con usted.
Antes de terminar, compañeros, quiero darles un mensaje: que estén alertas. El enemigo acecha. No perdona jamás que un argentino, que un hombre de bien, el general Perón, esté trabajando por el bienestar de su pueblo y por la grandeza de la Patria. Los vendepatrias de dentro, que se venden por cuatro monedas, están también en acecho para dar el golpe en cualquier momento. Pero nosotros somos el pueblo y yo sé que estando el pueblo alerta somos invencibles porque somos la patria misma".
Evita murió el 26 de julio de 1952, pero del corazón de la gente no se ha ido -ni se irá- jamás.
Instagran: @marcelo.garcia.escritor
Twitter: @mdGarciaOficial
1
Preludio de la Tercera Guerra Mundial
2
Rusia y Ucrania: entender la guerra desde la historia
3
Una mujer, un baile y el misterio de una bala en el pulmón de Carlos Gardel
4
Francisco es el Papa Negro, según la profecía de Nostradamus
5
El aventurero alemán Günther Plüschow y la Argentina a inicios del siglo XX: "¡Pobre Europa!"