Dinero e inflación en Argentina.
Mi primer aprendizaje práctico sobre la inflación lo tuve en la escuela primaria, en ese entonces usábamos una lapicera que debíamos introducir en un tintero, cargar la pluma con tinta para escribir, como la carga era a ojo nuestros cuadernos eran un muestrario de manchas. Cerca de la escuela había una librería que exhibía como novedad una lapicera que se llamaba fuente, con un tanque de goma que permitía cargar una sola vez por día y no tener que renegar con el tintero.
Recuerdo el aviso en la vidriera ,”oferta recién llegada”, valor 4 pesos. Me propuse comprarla haciendo ahorros, vendía botellas y huesos, durante un tiempo que ahora se me antoja interminable, hasta que junte mis cuatro pesos y corrí a la librería, “quiero la lapicera fuente” le dije lleno de emoción al vendedor, cuando vuelve con el producto de la estantería, me dijo “llego una nueva lista de precios ahora cuesta 6 pesos”.
Conteniendo las lágrimas, muy frustrado y comiendo mi orgullo recurrí a mi padre por los dos pesos que me faltaban para poder comprar mi lapicera. Junto con la plata me dio un abrazo y me dijo “guardando pesos nunca le vas a ganar a la inflación”.
Los argentinos hace muchas décadas que convivimos con procesos inflacionarios que, salvo períodos muy acotados, persistieron a través de varias generaciones. La convivencia aporta conocimiento sobre cómo se soporta mejor y algunos también aprenden cómo ganar más.
La característica principal de todo proceso inflacionario es la pérdida sostenida del valor de la moneda, como en el caso de la lapicera, hace falta una mayor cantidad de moneda para adquirir un mismo bien.
Los precios de una economía se mueven todo el tiempo, suben o bajan, pero en inflación la suba es generalizada y constante. La inflación puede ser evitada, de hecho la mayor cantidad de países no tiene o tiene tasas muy bajas.
Nuestro país es una de las excepciones, la generación de inflación está en las decisiones de los gobiernos, grandes déficit fiscal financiado con emisión monetaria. Hay toda una contabilidad creativa para disfrazar esta simple verdad. Desde la época de los egipcios, pasando por los romanos se probaron métodos correctivos de los efectos de la inflación mediante controles de precios, paradójicamente aún existen muchos nostálgicos que quisieran instalar un policía a lado de cada góndola, acumulando fracasos, porque solo atacan los efectos pero no las causas.
Cuando se desató un proceso inflacionario el sentido común dice qué hay que huir del dinero, que pierde su valor, los consumidores anticipan las compras, los comerciantes venden a supuestos costos de reposición, los ahorristas compran moneda extranjera y las empresas juegan con existencias de productos y endeudamiento, de manera de ganarle a la inflación.
Cuando la economía no crece, si uno gana es porque otro pierde, la inflación es un proceso de distribución inverso, castiga en mayor proporción a los más pobres, y dentro de estos a niños y ancianos, es el peor de los impuestos.
Los gobiernos además de las herramientas fiscales (controlar el déficit) y monetarias ( controlar la emisión) tienen que asegurar que haya competencia y limitar la existencia de monopolios.
Para cortar un proceso inflacionario, la experiencia indica que debe existir un plan de estabilización, que corte la inercia, un plan que debe contar con mucho respaldo político y con autoridades de gobierno que sean creíbles y que puedan sostener las políticas aunque deban decir muchas veces que no. De paso vale recordar para los que están preocupados por el próximo desafío electoral, que con estabilidad también se ganan elecciones. La pandemia es un terrible condicionante para cualquier política, pero también la oportunidad para fijar prioridades en el gasto del Estado.
La política marquetinera de moda, en la cual los gobernantes deben dar sólo buenas noticias o echarle la culpa de los problemas al que estuvo antes o al que está enfrente, no es sostenible en el tiempo, por valederas que sean las excusas o los desastres recibidos , el aval popular para gobernar trae el mandato de hacerse cargo, al que estuvo antes el pueblo ya lo castigó con el voto.
La maldita inflación, que es como la fiebre en un cuerpo enfermo, es la gran fábrica de pobreza, corregir esa realidad es el gran desafío.