La cumbre de la OTAN en Washington proyectó un nuevo escenario de tensión global, destacando el apoyo a Ucrania y delineando los bandos en el conflicto. Mientras tanto las acciones y errores del presidente Biden generaron incertidumbre sobre el liderazgo de Estados Unidos en un momento crítico. La presencia de China y sus movimientos estratégicos refuerzan la complejidad de una posible expansión del conflicto más allá de Europa.
Durante toda la semana, la ciudad de Washington fue escenario de una de las cumbres de la Alianza Atlántica (OTAN) más importantes de las últimas décadas. El mundo vive el momento de mayor tensión desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962, cuando dos superpotencias nucleares, Estados Unidos y la Unión Soviética, estuvieron cerca de un enfrentamiento militar.
En más de una oportunidad en los últimos meses los presidentes de estas dos naciones, Estados Unidos y ahora Rusia, reconocieron esta situación y advirtieron sobre la posibilidad de lo catastrófico de un eventual conflicto atómico.
La OTAN se creó para frenar el avance de Moscú y, esta semana, como si se tratara de un juego de mesa de estrategia militar, se formó un muro invisible con Rusia, China, Irán y Corea del Norte como los nuevos enemigos.
Esta cumbre no sólo proyectó la ayuda de la OTAN hacia Ucrania, sino que delimitó otra vez el planeta entre los “buenos” y los “malos”. A los miles de millones de dólares destinados a Ucrania -por ejemplo en baterías antiaéreas Patriot para proteger los cielos de Ucrania y los aviones F-16 de fabricación estadounidense que comenzarán a llegar para que los pilotos ucranianos utilicen en combate- se sumaron movimientos estratégicos que generaron una nueva escalada con el gobierno de Putin.
A través de su canciller presente en la cumbre, Alemania agradeció los misiles de largo alcance que serán trasladados a ese país en modo “defensivo”. Además de aumentar su gasto militar en un 2% del PBI, alrededor de 20 de las 32 naciones de la OTAN están asegurando sus sistemas de “defensa” y “ataque”. Estos anuncios generaron una dura respuesta del Kremlin y una advertencia sobre los movimientos que Moscú afirmó haber realizado con su arsenal.
Jens Stoltenberg, secretario general de la alianza transatlántica expresó algo que vengo compartiendo con ustedes desde que comenzó la guerra en Europa. En conferencia de prensa, advirtió que, desde el comienzo del conflicto, China viene tomando nota de lo que sucede en el frente de batalla, mirando en detalle las reacciones de todos los países involucrados. Stoltenberg advirtió que lo que hoy sucede en Europa mañana puede pasar en Asia.
Con otras palabras, les compartía mi mirada tiempo atrás, diciéndoles que China, desde el primer momento de la invasión rusa, observó con detenimiento los eventuales costos que podía pagar Rusia por esa guerra. Un conflicto que claramente sirve de espejo para la crisis entre China y Taiwán.
Muchas fichas se movieron antes y durante la cumbre de la OTAN y seguramente seguirán moviéndose después de la reunión de las 32 naciones de la alianza en Washington. Algunos de los mensajes de los enemigos de la OTAN fueron, por un lado, los ataques con misiles hipersónicos contra la población civil en Kiev, destruyendo hospitales pediátricos, entre otros objetivos, y por otro lado, los ejercicios militares entre soldados chinos y bielorrusos en Bielorrusia, cerca de la frontera con Polonia. Los entrenamientos que militares chinos están realizando hasta el 19 de julio en Bielorrusia son todo un mensaje y echan por tierra todas las conferencias que Pekín realizó asegurando que no estaba involucrada en la guerra.
Para la OTAN, China está llevando adelante un rol crucial en el conflicto por su apoyo a Rusia en la guerra en Ucrania.
Parece el siglo pasado cuando en Europa se pensaba en asociaciones sin fronteras más allá de las ideologías y los intereses estratégicos, donde todos eran “socios” y hasta “amigos”. Hoy todas las cartas están en la mesa, los bandos bien definidos, el terreno de la batalla en posible expansión y más de 40 naciones, entre las más poderosas de la Tierra, alistándose para un conflicto más allá de Ucrania.
Pero, si bien en este encuentro se dieron todos estos importantísimos movimientos militares y geopolíticos, las miradas estaban en un hombre: Joe Biden. El debate en torno a su aptitud para continuar o no siendo el candidato de los demócratas para las elecciones presidenciales del primer martes de noviembre eclipsó lo que se discutía en la gigantesca mesa a la que se sentaron todos los jefes de gobierno de la OTAN junto a sus asesores y ministros de defensa.
Biden tenía la oportunidad de aprovechar este encuentro para despejar de una vez las especulaciones en torno a sus capacidades físicas y mentales. Sin embargo, en el momento más importante de la cumbre, frente a todos los presidentes y el mundo, en uno de los temas más delicados, cometió un error. Al presentar al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, se confundió y lo llamó “presidente Putin”. El momento generó una rápida reacción del ex comediante ucraniano, quien dijo que él era mejor que el ruso. Cuando Biden advirtió su error, dijo que eso le pasaba porque está pensando todo el tiempo en cómo derrotar a Putin. Pero ese no fue su único lapsus. Durante la conferencia de prensa posterior, en una extraña asociación, dijo que eligió bien a su actual vicepresidenta Kamala Harris por haber sido la vicepresidenta de Trump.
Quizás lo más peligroso ya no sea que Biden no cuente con toda la energía que se necesita para una reelección, sino lo que se proyecta más allá de la campaña electoral.
La cumbre de la OTAN en su aniversario número 75 se convirtió en un gigantesco pizarrón. Si Donald Trump llega a la presidencia, será el borrador. Todo lo que se prometió y firmó con la mano de Biden puede borrarse con el codo de Trump, y eso, en medio de un conflicto global, hace que la situación para sus aliados sea aún más impredecible ante Rusia. Para Putin, mientras tanto, no es más que una enorme oportunidad.
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