En medio de una campaña electoral marcada por acusaciones y temores sin precedentes, la posibilidad de que Estados Unidos derive en un régimen totalitario se convierte en una inquietante realidad. La retórica autoritaria de Donald Trump y la creciente polarización social amenazan con socavar los cimientos democráticos de la nación más antigua del mundo libre.
En las últimas semanas de campaña en los Estados Unidos se vienen realizando afirmaciones que parecían lejanas a la realidad del país. Desafíos que ni siquiera se pensaba podían estar en el horizonte. Hablar de la necesidad de defender la democracia y el riesgo de un gobierno totalitario parecen temas extraños en una nación que siempre se autoproclamó la mayor democracia del mundo.
Sin embargo, la candidata demócrata Kamala Harris alertó sobre el totalitarismo de su contrincante y varios exfuncionarios de primer nivel de la administración Trump afirmaron que el ex presidente es un fascista. Incluso un general públicamente afirmó que el candidato republicano habló positivamente de Hitler, y se lamentó porque los militares no le eran leales a él sino a la Constitución del país.
El pedido de Trump en un acto público pidiendo ser un dictador por un día no parece ser un comentario al pasar. Tampoco las amenazas contra todos los que no piensan y actúan como él quiere. Para abarcar aún más la amenaza, comenzó a hablar del “enemigo interno” y de utilizar al ejército -si llega nuevamente a convertirse en presidente- para combatirlo.
El hombre que el 6 de enero de 2021 le pidió a una muchedumbre que lo escuchaba que marchase contra el Capitolio, ahora públicamente y sin tapujos habla cada vez más de un gobierno que controlará todo y encarcelará a sus enemigos.
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¿Cómo llegamos a este punto? Sin duda, la radicalización de la sociedad, la falta de respuestas del sistema democrático a la población y las falsas esperanzas en instituciones que no parecen ser tan sólidas como siempre se afirmó hacen que lo que parecía imposible pueda estar cada vez más cerca.
Es el propio Trump quien recoge las denuncias que ya están en su contra y las advertencias de parte de la clase política y las lanza contra quienes nunca instaron a atacar el Congreso, contra quienes nunca buscaron detener los recuentos de votos en las elecciones pasadas, ni tampoco presionaron desde el poder a funcionarios locales electorales de estados clave en la última elección para que no respetasen el voto popular.
La campaña republicana también advierte que esta podría llegar a ser la última elección. Claro, afirma que el peligro proviene de sus contrincantes, ya que son ellos los que podrían llevar al país hacia ese destino. Quizás sea por este extraño giro que desde hace unos años golpea a la democracia estadounidense que cada vez más republicanos afirman que no votarán por Trump. Muy posiblemente esto no incida en el voto ya que, como toda sociedad radicalizada, muchos ya tienen una posición tomada. Es verdad también que, ante un país dividido, el número de incidentes, aunque limitado, podría generar un cambio en algunos estados clave. Pero paradójicamente no parece ser en las encuestas el tema del peligro sobre la democracia del país una prioridad entre los votantes, algo que también es para analizar.
La democracia ya no parece ser un valor a nivel global. Incluso si en el pasado servía de excusa para llevar la guerra para “democratizar” a esos pueblos que primero se los bombardeaba y luego se los invadía, esa retórica ya no tiene el mismo poder. El mundo parece dirigirse a sistemas cada vez más totalitarios y ese es justamente uno de los desafíos del liderazgo mundial actual.
Mientras esperamos que el pueblo estadounidense -a través de un sistema indirecto, basado en el colegio electoral- decida quién será el próximo mandatario, en algunos centros de conteo de votos en los estados considerados que pueden decidir la elección, como Wisconsin y Missouri, las amenazas contra las autoridades electorales llegaron a niveles alarmantes. Incluso en algunos edificios tuvieron que poner vidrios antibalas o colocar perímetros para evitar ataques como los que sucedieron en la última votación.
A eso hay que sumarle la guerra jurídica que ya está en marcha para enturbiar el escenario electoral. Donald Trump, durante su primera presidencia, sistemáticamente minó la confianza en el sistema electoral y ganó esa pulseada. En la actualidad, el problema no es que él no hubiera reconocido el resultado de la victoria de Biden, sino que millones de sus seguidores creen efectivamente que hubo fraude y fue así como los demócratas se hicieron con la presidencia.
No es una elección más, es la más importante en la historia reciente de la democracia estadounidense y este temor no tiene que ver con visiones partidistas sino con los ataques que la democracia norteamericana viene padeciendo desde hace años y, lo que es más grave, con la falta de defensas institucionales.
Por supuesto que el resultado de la elección será clave para el futuro de ese país y el mundo, por lo que implica Estados Unidos a nivel mundial como potencia, pero más importante será si el sistema democrático finalmente es reemplazado.
Si esto sucede, el ejemplo, sin duda, se multiplicará a nivel mundial.
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