La violencia más extrema ha vuelto a hacer base en la ciudad fronteriza, epicentro mortal de los ataques a periodistas. El asesinato de dos reporteros en menos de una semana ha reabierto heridas profundas en un gremio aturdido entre la rabia y el miedo. IMÁGENES SENSIBLES.
Por Canal26
Domingo 30 de Enero de 2022 - 14:15
IMÁGENES SENSIBLES. Violencia contra periodistas en Tijuana, México. Foto: gentileza El País / Gladys Serrano.
Alguna vez se tuvo la lejana ilusión de que todo fuera ya parte del pasado. Ese pasado que nadie quería volver a atravesar. Pero la realidad, la dura coyuntura, indica que en efecto, esto no es así. La zona de Tijuana, en México vuelve a ser una vez más el lugar elegido por los violentos para arremeter contra los periodistas, que siguen siendo asesinados.
Así quedó fielmente reflejado en un artículo exclusivo para el diario El País, a cargo de la periodista Elena Reina, que aquí -con su amabilidad y gentileza- reproducimos en su totalidad.
La furgoneta destartalada del canal de noticias trepa los cerros de Tijuana: calles sin asfaltar y sin salida, casas en obra gris amontonadas, llamadas por algo invasiones. El motor advierte fatiga, no sería el primero en desistir en mitad de una de esas cuestas a las que no sube ningún forastero, solo ellos. El fotógrafo de nota roja cambia de marcha y pisa con fuerza el acelerador. En su celular había recibido el aviso: “12-17 por 10-50 [muerto por arma corta]”. El mismo maldito mensaje cifrado que recibió hace poco más de una semana y que todavía le revuelve el estómago. Jesús Aguilar observa a lo lejos el cadáver de un hombre con el torso descubierto, retorcido, con un balazo en la cabeza y se acuerda de su compañero: “Margarito ya estaría aquí, hubiera llegado mucho antes que yo. Que todos”.
Mira a un lado y a otro cuando habla. El cubrebocas se ha convertido en su particular chaleco antibalas. Trabaja para un puñado de medios a los que les vende las fotos de lo que pasa en la calle, no llega a 300 dólares al mes. Y no se fía ni de los soldados que custodian la escena del crimen en una de las colonias más inseguras de una de las ciudades más peligrosas del mundo.
Hace solo una semana, su compañero y amigo el fotoperiodista Margarito Martínez fue asesinado de un tiro a las puertas de su casa. Se había dedicado desde hacía más de 20 años a lo mismo que él. Habían corrido por las mismas avenidas tras el aviso de la Cruz Roja y de algún confidente de la policía. Surcaban los barrancos a cualquier hora para retratar el terror que exporta al mundo esta ciudad fronteriza. Unos minutos antes de morir, Margarito lo llamó para avisarle de un suceso. Cuando Aguilar le volvió a marcar, respondió su esposa destrozada.
La muerte de Margarito la lleva clavada en la sien. No ha descansado en ocho días y al cerrar los ojos se imagina que vienen por él. Que es el siguiente.
—Sí lo pienso, fíjate… A veces sueño cosas que no tienen ningún sentido. Sueño que vienen los del cartel con sus armas largas y se meten en mi casa. Yo me escondo debajo de la cama, ¿qué pendejada, no?
IMÁGENES SENSIBLES. Altar en la casa del periodista Margarito Martínez Esquivel. Foto: gentileza El País / Gladys Serrano.
Ningún terapeuta recomendaría seguir haciéndole fotos a un muerto después de que hace solo una semana el cadáver en el asfalto fuera el de un compañero. Pero esto es Tijuana, donde la población soporta desde hace más de una década altas dosis de estrés postraumático. Y hay que comer. Con una media de cinco ejecuciones diarias, de haber sido el epicentro de la guerra de cárteles, a solo unos pasos del oasis del progreso en el mundo, California (Estados Unidos), y tan lejos geográficamente y culturalmente del centro del país. Las postales que enviaba al mundo Tijuana durante mucho tiempo incluían cadáveres colgados de puentes y cabezas en la calle. Y Margarito, así como Aguilar y otro centenar de periodistas, se han encargado todo ese tiempo de mostrar la cara dura, pero real, que incomodaba por igual a políticos y a criminales.
El golpe definitivo les llegó a todos el pasado domingo. Otra compañera asesinada de la misma forma cuando estaban asimilando lo de Margarito: un balazo que atravesó la ventanilla del coche y alcanzó el cráneo. La periodista Lourdes Maldonado fue acribillada también a las puertas de su casa. Dos periodistas asesinados en menos de una semana en una misma ciudad de casi dos millones de habitantes. El país volteó hacia el norte y Tijuana resucitó estos días los fantasmas de la guerra en los noventa, convertida de nuevo en un símbolo del terror contra la prensa en México.
Pese a haber sido durante muchos años la ciudad más violenta del país y haber sufrido atentados contra la prensa durante la guerra del narco (2006-2012), los periodistas de Tijuana reconocen que podían trabajar con una “mediana tranquilidad”. Para un reportero en esta ciudad eso significa soportar amenazas de muerte del narco, balazos en las redacciones, presión de las autoridades y una pelea constante por sacar adelante el trabajo que hace años los reconoce como un ejemplo periodístico para el mundo. Nadie, desde hacía 18 años, se había atrevido a apretar el gatillo.
En uno de los templos del periodismo en Tijuana, que ha inspirado series de Netflix y ha alentado a cientos de periodistas a ejercer el oficio en el país más letal del mundo para hacerlo, una máquina de escribir con un papel mecanografiado a medias, recuerda la historia. Doble plana: El mapa del narco, por Jesús Blancornelas. El veterano periodista con nombre de novelas de caballerías —juntó sus dos apellidos: Blanco Ornelas— fue el fundador del semanario Zeta, que decidió imprimir la publicación en San Diego (California) para evitar la imposición del Gobierno, amo y señor del papel en los ochenta y, por tanto, de los medios. Blancornelas vivió en sus carnes la violencia contra la libertad de expresión. En 1988 asesinan a su colega y mano derecha en el medio, Héctor El Gato Félix Miranda, y después lo intentan asesinar a él en 1997. Sobrevivió a cuatro balazos, pero falleció su escolta, Luis Valero.
IMÁGENES SENSIBLES. Despedida de la periodista Lourdes Maldonado en Tijuana. Foto: gentileza El País / Gladys Serrano.
El Zeta, que desde los noventa hasta 2004 —cuando asesinaron a otro de sus editores, Francisco Ortiz Franco— ha soportado ataques continuos, resiste llamando a las cosas por su nombre. Un acto temerario en muchas otras partes del país, donde se evita la firma o directamente cubrir la violencia del narco. El último ejemplar se atreve a rezar en su portada unas siglas innombrables: “Arma [que mató a Margarito] es del Cartel Jalisco Nueva Generación”.
“Hacía mucho tiempo que no veíamos algo así en Tijuana. Y aunque me gustaría decir que las cosas han cambiado, el asesinato de dos compañeros nos refleja que no han cambiado nada. La corrupción y la impunidad siguen siendo lo mismo casi 20 años después”, declara preocupada la directora de Zeta, Adela Navarro. “Ya no sabes de quién te tienes que cuidar. Antes recibíamos amenazas del narcotráfico o presiones del Gobierno y ahora no sabes ni de quién. Por el hecho de ser un periodista, somos vulnerables. Cualquier persona cree que puede salirse con la suya matando a alguien. Porque realmente es así: no hay castigo, no se procesa a los asesinos, ni de los mexicanos en general, ni de los periodistas. El clima se ha enrarecido”, apunta desde las oficinas del semanario donde forjó su carrera en un ambiente hostil hace más de 30 años.
Los periodistas de Tijuana, unidos estos días a fuerza de pólvora, trabajan más horas de las que tiene el día para seguir informando sobre su ciudad y, a la vez, hacer el trabajo que debería acelerar la Fiscalía. Conscientes de que los crímenes contra los compañeros del Zeta siguen impunes —así como más del 90% de los 51 periodistas asesinados en México desde que tomó posesión Andrés Manuel López Obrador— y de que los casos de Margarito y Lourdes corren el mismo riesgo, entre todos buscan pruebas, indicios, confidentes dentro del hampa, que les ayuden a resolver los dos asesinatos con el objetivo principal de hacerles justicia. Pero también, de comprender en qué fallaron, si es que lo hicieron, qué señales ignoraron todos, cómo impedir que acaben ellos también con una bala en la cabeza. ¿Acaso es posible prevenirlo?
“Después de lo de Margarito y lo de Lourdes, nos cuestionamos qué tan seguro es hacer lo que siempre hemos venido haciendo y que hasta ahora no nos detuvimos a pensarlo”, explica una de las fundadoras del medio local Punto Norte, Inés García. Ella ya había decidido tomar medidas que algunos consideraban excesivas antes del asesinato de sus compañeros: sentarse siempre de frente a la puerta de un restaurante, nunca estacionar su coche frente a su casa si sospechaba que la seguían, cambiar de rutas al volver del trabajo y jamás decirle a nadie, excepto a los cercanos, que era periodista. “Siempre hemos sabido que en México es muy peligroso dedicarte a esto, y siempre hemos sabido que Tijuana es una ciudad sumamente violenta —no hay persona en Tijuana a la que no le hayan matado a alguien—, pero a pesar de eso, nunca nos hemos sentido tan en riesgo como ahorita”, cuenta.
Otros compañeros defienden su trabajo ante su familia o amigos que no entienden por qué no cambian de empleo: “Es un asunto de convicción: como pedirle a un bombero que no vaya a apagar un fuego; a un panadero que no haga pan. Y en esta ciudad violenta, alguien tendrá que contar lo que está pasando”, agrega el director de Glocal Media, Kristian Camarena. El periodista resalta el punto que más miedo le provoca estos días: ni Lourdes ni Margarito estaban investigando un tema que pudiera comprometer al narco —Margarito hacía fotos de crímenes sin interpretar ni mencionar a los verdugos; y Lourdes mantenía un pleito legal por un asunto laboral contra un exgobernador y empresario, Jaime Bonilla—. “Esto manda un mensaje terrible: te pueden matar por cualquier cosa”, apunta.
IMÁGENES SENSIBLES. Casa de Lourdes Maldonado. Foto: gentileza El País / Gladys Serrano.
Trabajar en una profesión que le puede costar la vida a uno, plantea algunas dudas de cómo se ha mitificado la imagen del periodista temerario. “¿Quién no quiere ser el héroe? Es un arquetipo muy seductor. Pero aunque nos encanta lo que hacemos y muchas veces no medimos bien el riesgo, ahora siento que tiene que haber más responsabilidad. Estamos en un momento muy crítico”, señala García. “En estos tiempos, se entiende que una nota que afecte a alguien viene de un grupo opositor, es la misma retórica de los cárteles. Y eso obliga a cambiar el arquetipo. Acabamos de vivir dos asesinatos y nadie se ha echado para atrás, pero tampoco buscamos ser el héroe que piensa que las balas no lo matan”, sentencia.
Solo unas horas después, y a dos días de las protestas en una decena de ciudades por los ataques contra periodistas, el presidente López Obrador abonaba de una manera insensible la misma retórica del crimen organizado que denuncia García: “Son muy pocos los periodistas que están cumpliendo con el noble oficio de informar. La mayoría está buscando la manera de ver cómo caemos”.
A las puertas de la casa de Margarito, en la delegación Sánchez Taboada, el barrio donde matan a más gente en la ciudad, una furgoneta de la Fiscalía custodia la calle cerrada. Al fondo, dos adolescentes charlan dentro de un coche que cubre el charco de sangre reseca y vidrios rotos. Una de ellas es la hija de Margarito, de 15 años. La primera en oír el balazo que mató a su padre, que se acababa de marchar de casa en busca de una noticia, quien lo vio todavía con los ojos abiertos, segundos antes de “quedarse como dormido”.
Después vinieron los gritos, los llantos y la angustia. Este miércoles la familia reza un novenario. El patio de la casa de su tía, pegada a la suya, se ha convertido en un altar con flores y recuerdos del fotógrafo: su chaleco con el logotipo de Zeta, unos pantalones, una gorra y su cámara. La fotógrafa Aimee Melo saluda con cariño a su hija, a su suegra y a su cuñada antes de marcharse a trabajar. El asesinato de su compañero la ha obligado a tomar el relevo.
Otro aviso al celular: un homicidio en ese mismo barrio perpetrado contra un menor de edad. Melo se sube al carro y trepa, como Aguilar, por los cerros. Volantazo a izquierda y derecha buscando una calle transitable, la mayoría están sembradas de socavones, otras sencillamente han desaparecido por un deslave. Marcha atrás. Frena en seco: un camión de bomberos ha cerrado la enésima ruta posible hasta su destino. Tiene que llegar antes que los peritos o no hay foto posible. Sube apretando el acelerador hasta la colonia Latinos, en la Sánchez Taboada. El menor asesinado de un balazo en el pecho es el primer muerto del día y solo acaba de anochecer, son las 18.30 horas.
Los forenses cargan una bolsa pequeña con el cuerpo del joven, asesinado en una cancha de fútbol. Un grupo de vecinos sentados en los escalones de sus casas observa impasible la escena, la cotidianidad de las muertes en su calle es tal que ni siquiera preguntan, no quieren saber. Pero ahí está Melo, de 27 años, la única mujer de cinco fotoperiodistas en la ciudad, convencida de que su trabajo es importante. “Se podrán negar muchas cosas, pero contra la foto no se puede hacer nada”. Igual que con los crímenes de sus compañeros: “No se mata a la verdad matando periodistas”. La realidad sigue ahí, entrando a la morgue, aunque algunos prefieran que se mire hacia otro lado.
Fuente: https://elpais.com/mexico/2022-01-30/no-se-mata-a-la-verdad-los-periodistas-resisten-en-tijuana.html
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