Dormíamos tranquilamente, en paz, cuando mi hija entró volando en mi habitación: "¡Mamá, tengo miedo!". Había oído las primeras explosiones y se despertó. Miró en sus redes sociales y vio que la había comenzado, así que se puso a gritar: "¡La guerra!".
Por Canal26
Viernes 11 de Marzo de 2022 - 18:10
Edificios dañados tras un bombardeo en Járkov.
Con más de 350 civiles muertos y más de 700 heridos según cifras oficiales (si bien la cifra real, reconoce la ONU, es considerablemente más alta), la invasión de Ucrania a manos de Rusia deja un sinfín de historias personales de ciudadanos que hasta hace muy poco no sabían lo que era una guerra ni creían que jamás pudieran experimentarla en sus propias carnes.
Dormíamos tranquilamente, en paz, cuando mi hija entró volando en mi habitación: "¡Mamá, tengo miedo!". Había oído las primeras explosiones y se despertó. Miró en sus redes sociales y vio que la había comenzado, así que se puso a gritar: "¡La guerra!".
Entré en una especie de shock. ¿Qué tocaba hacer? ¿Vestirse? ¿Correr a algún sitio? ¿A dónde? ¿Cómo? ¿Cómo vivir con esto? No entendía. Y entonces oí las explosiones.
Primer día
Lo primero que hicimos fue hacer las maletas, con las manos temblorosas y sin saber muy bien qué necesitabamos y para qué. Nos quedamos en casa, temblando, mientras las explosiones continuaban. Después decidimos ir corriendo a comprar, porque tenemos dos gatos y necesitan su comida.
Las colas en las tiendas eran enormes, y cuando llegamos ya faltaban muchas cosas en las estanterías: conservas, guisos y otros alimentos con los que abastecerse durante un tiempo.
En una situación así, no sabes muy bien qué coger. Cogimos dos paquetes de leche, un paquete de arroz... Todo lo que pudimos cargar: mandarinas, agua.
La noche siguiente fue un infierno. Los rusos disparaban con todas las armas que se te puedan ocurrir.
Vivir en el pasillo
Fue realmente aterrador. No sabes si vienen hacia tí o son los tuyos intentando contratacar, defenderse, proteger la ciudad. Oímos fuertes disparos de algunas armas pesadas. Entendí que no eran subfusiles, que era algo más pesado. Eran Grads, lanzacohetes.
Para entonces ya habíamos pasado al pasillo. Arrastramos un sillón plegable y de alguna manera nos las arreglamos para sentarnos en él. Al día siguiente, por supuesto, nos dimos cuenta de que nuestra silla estaba en el lugar equivocado, pues el pasillo daba a la ventana. ¡No estábamos protegidos en absoluto! Luego nos trasladamos con la silla a otro pequeño pasillo donde no podíamos ni desplegarla. Nos llevamos allí la comida y agua potable por si el edificio se derrumbaba.
Los restos de una bomba de racimo tras un bombardeo en una calle de Járkov.
Cohetes
Al día siguiente resultó que los 'Grads' no eran lo peor. A continuación llegaron los cohetes. Cuando un objeto grande vuela hacia ti, no entiendes lo que es. Vuela por encima de tu cabeza, tal vez a 100, 200 o 500 metros de distancia, pero el sonido es tal que te da la impresión de que está encima de tu cabeza. Mi hija y yo estábamos literalmente acurrucadas en una especie de puño, cogidas de la mano como podíamos, por alguna razón con los ojos cerrados.
Y de pronto te das cuenta de que gracias a Dios te has salvado por esta vez, aunque entiendes que aún así ha explotado en otro lugar. Hay muchas zonas residenciales en el lugar...
Sin calefacción y sin luz
Al día siguiente no teníamos calefacción en el piso, y todas las luces estaban apagadas.
Desde el principio todo el mundo estaba pendiente de las noticias, escribiéndose unos a otros, compartiendo información. Los hombres que sabían algo de armas explicaban las cosas. Es decir, todo el mundo estaba pendiente de los mensajes. Y luego cortaron la electricidad y la calefacción. Te das cuenta de que en un día la temperatura en el piso desciende rápidamente, y fuera rondaban los cero grados.
Me sentía muy mal. Recordé algunas oraciones, sin ser ceyente. Dirigí mis plegarias al cielo, ni siquiera sé por qué.
Al día siguiente nos dimos cuenta de que no teníamos yodo, ni sedantes, ni medicamentos. Salimos corriendo a la farmacia y al supermercado para comprar lo esencial, conscientes de que no duraríamos mucho sin luz. Estuvimos una hora y media en la farmacia y luego hicimos una cola de otras dos horas. Y entonces llegaron los proyectiles.
En el sótano
Los proyectiles volaban sin alarma previa. No escuchamos las alarmas en absoluto. Sólo más adelante encontramos un canal que decía: "¡Jarkovitas, todos al refugio!". Pero era un canal de Telegram. Lo abrieras o no, lo leyeras o no, te preocuparas o no, yo personalmente no entendía nada.
No había ningún refugio. La estación de metro más cercana estaba a 15 minutos a pie. Pero esta en concreto se construyó por el método de excavación abierta, es decir, que es un subterráneo poco profundo. Así que no es que entres y te des cuenta de que vas a estar sentado allí durante un tiempo. Correr hasta allí para después darte cuenta de que no era un lugar tan seguro era algo que daba mucho miedo.
Así que bajamos al sótano de nuestra casa. La casa tiene seis entradas. La entrada al sótano es minúscula por ambos lados, sólo pude entrar agachándome. Era una habitación húmeda y oscura, sin luz, nada en absoluto. Si había una explosión y bloquea la entrada, nadie nos encontraría allí, sería nuestra tumba.
Así que no nos quedamos ahí. Nuestro piso está en la planta baja y enfrente hay un edificio de nueve plantas. De alguna manera estábamos protegidos.
Pan y vodka
Después de eso no volvimos a salir a las tiendas. Los disparos no cesaron en todo el día. Estuvimos un día sin calentarnos y luego el agua empezó a calentarse un poco. La luz se restableció al cabo de un día, pero las calefacciones y los aparatos potentes no pudieron encenderse.
Entendí que a mi hija y a mí nos quedaba como mucho una semana de comida. Cogimos agua del grifo por si acaso, y realmente no pudimos conseguir más agua en ningún sitio, nunca más.
Por la mañana me llamó un vecino: "Nina, ¿necesitas pan? Hay en la esquina del edificio, pero hay una cola muy larga, y solo dan dos panes a cada uno. ¡Corre! He cogido tu turno". Empecé a prepararme y de nuevo comenzaron las explosiones, muy fuertes. No sabía realmente si estaban en el barrio o lo suficientemente lejos como para poder ir a por el pan. Así que no fui.
De repente me acordé de que tenía una botella de vodka de hace tiempo. La saqué, la puse a mi lado y pensé que si me herían de alguna manera o me sucedía algo usaría el vodka para tratar las heridas.
La escuela de Kharkiv tras bombardeo.
Una oportunidad
El martes, mi compañera llamó a su hija y esta le dijo que se iba al día siguiente, que un familiar le iba a llevar a la estación. Me dijo que fuera con ellas, que habría espacio en el coche.
Por la noche recogimos todos los alimentos no perecederos, y a los dos gatos los metí en un solo transportín de trapo. Así ibamos: con dos gatos, dos mochilas al hombro y una maleta. No podía llevar más.
Por la mañana nos recogieron. Salimos a la calle y el escenario era indescriptible. No había coches, no había nada. La gente que caminaba por la calle lo hacía muy rápido, sin hacer ruido, en silencio. Tuvimos la suerte de que nadie bombardeara en ese momento.
En la calle, ese silencio, con el graznido de los cuervos, es siniestro. Fuimos corriendo hasta el coche y de camino vimos que seguía habiendo cola para coger pan. Creo que nos miraban con envidia, pero nos metimos en el coche mi hija, mi compañera y yo. Aquello daba mucho miedo, porque entiendes que ahí contabas al menos con algo de refugio. ¿Pero qué tienes por delante? ¿Qué hay?
Evacuación
Llegamos a la estación de Járkov con la esperanza de partir hacia el oeste. Pero aquello se alargó otras 24 horas.
Nunca hemos visto tanta gente. Había un número irreal de estudiantes extranjeros que se abrían paso como podían. Probablemente los habían traído en autobuses. Había también muchísimas mujeres con niños, y sus maridos se despedían de ellas.
Los trenes estaban literalmente asaltados. La gente entraba en pánico, empujando a sus hijos, pasándoles por encima. Mis hijos tienen 16 años, y nos dijeron: "lo siento, no sois niños". Nos apartaron de los vagones y básicamente no pudimos entrar.
Estábamos realmente agotados. Vimos una multitud corriendo en alguna parte. ¿Hacia dónde? Alguien gritó: "Al tren de Lviv", mientras que otro decía "no lo sé". Así que todo el mundo se pone a correr hacia ese tren para ir a alguna parte, y nosotros también. Con nuestras mochilas, la maleta, los dos gatos. Se nos caen los brazos, se nos caen los hombros, pero corremos.
Al final del día, sin haber conseguido subir a ningún tren, nos dimos cuenta de que eso era todo. En ese momento empezaron a producirse fuertes disparos y comenzamos a correr hacia el metro con un miedo salvaje.
Noche en el metro
Allí pasamos la noche. Esta sí era una estación bastante profunda. Había también agua de una especie de manguera, y pudimos beber. Teníamos una terrible sequedad en la boca y no comíamos nada, porque era imposible, los nervios no lo permitían. Según empezabas a comer algo vomitabas.
La mayoría de la gente tenía algún tipo de manta, pero nosotros pasamos la noche en el suelo sin ninguna manta. No importó. Curiosamente esa fue la primera noche en la que no temblamos de miedo, estábamos más o menos tranquilos, sintiendo que esa noche no se nos iba a caer el techo encima.
Dormimos durante una hora, y a las cuatro fuimos a la estación de tren: iba a salir un tren Járkov-Lviv. Estuvimos esperando hasta las seis, y el tren no llegó. Volvimos al metro y dormimos una o dos horas más.
Al día siguiente, gracias a Dios, la policía se presentó en la comisaría y al menos hubo algo de orden. Nos alertaron de ir rápido al túnel, y según estábamos entrando se oyeron de nuevo explosiones.
El segundo día tuvimos más suerte. El jefe de la estación nos dijo que no esperáramos allí, porque ese tren no iba a salir durante un buen tiempo. Nos dijo que saldría pronto uno desde el andén 4.
Cuando por fin llegó el tren la felicidad fue inenarrable. El vagón se detuvo justo delante de nosotros. Con una mano trataba de frenar a la multitud que se arremolinaba, mientras con la otra empujaba a mis hijas al interior del tren. No sé cómo lo conseguí, alguna fuerza superior me ayudó.
Tren de evacuación
Por fin íbamos de camino a Leópolis. En el interior del vagón hacía 50 grados. Más tarde calculé que allí habría unas 500 personas, en ese vagón de segunda clase.
Muchas mujeres estaban sentadas en el suelo, con los niños en brazos. Los niños durmieron así toda la noche. Los que estaban en los compartimentos podían acostarse y dormir de alguna manera, así que metí a mis hijas ahí, entre la ropa y las cosas de otras personas.
Hacía mucho calor, no corría el aire, y todas las ventanas estaban llenas de espuma y era imposible abrirlas. Mi hija se sintió mal y le dije que se echara agua por encima, porque no había donde bajar.
No había tampoco luz, todo estaba a oscuras. Se pidió a todo el mundo que apagara sus teléfonos y desactivara la navegación, que apagara todo. Viajábamos en total oscuridad, no podías mirar tu teléfono.
Pero a pesar de haber tanta gente, perros y gatos, todos nos mantuvimos unidos. No hubo grandes peleas, todo el mundo fue comprensivo con los demás. Todos estábamos asustados, así que todos íbamos preparados para viajar en cualquier condición.
Así que así viajamos hasta Lviv, durante 24 horas, con algunas paradas. Estuvimos dos horas parados en un campo en algún lugar antes de Lviv, pues según nos explicaron la estación de tren no daba abasto.
Adiós, Ucrania
La idea era ir a Leópolis para después viajar a Uzhgorod, en la fontera, y luego a Eslovaquia, donde viven unos parientes. Pero nos dimos cuenta de que nunca llegaríamos. De Járkov a Lviv habíamos viajado gratis, pero ahora había que comprar billetes. Las colas en las taquillas eran kilométricas, y los letreros de información dejaban claro que no había asientos para Uzhgorod.
Fuera estaba nevando, hacía mucho frío. Empecé a buscar alternativas, y vi algunos avisos: "Quien necesite ayuda que se apunte aquí, que se apunte acá". Finalmente encontré un minibús, pero ya estaba lleno, y el otro minubús contaba con una cola enorme. Nadie sabía cuándo habría otro autobús o cómo llegar a Uzhgorod. Nadie lo sabía.
En la estación había algunos taxistas, así que pregunté por el precio y me dijeron que 60 euros por persona. Les expliqué llorando que no tenía mucho dinero y que aceptaran lo que tenía, y finalmente subimos al taxi, rumbo Uzhgorod.
Llegamos a salvo a la ciudad fronteriza, donde la taquilla de la estación de autobuses estaba prácticamente vacía, sin ninguna cola. Pero al parecer no había más billetes para ese día, así que tocaba volver a esperar, volver a pensar dónde dormir.
Después nos hablaron de algunos voluntarios que nos podían dar de comer: sopa, sándwiches, té. Estaban cerca de la estación de autobuses, y ellos podrían llevarnos hasta la frontera. Cuando nos dejaron allí cruzamos la frontera a pie, y al fin se acabaron los riesgos.
En el momento de grabar esta entrevista, Inna ya había llegado a salvo a la frontera eslovaca. Mientras tanto, el Servicio de Guardia de Fronteras de Ucrania informa regularmente de largas colas en los puestos de control hacia Polonia, Eslovaquia y Hungría, y testigos presenciales afirman que a veces tienen que esperar entre ocho y diez horas para que les revisen los documentos. La odisea de Inna ha concluido de momento, pero las de muchos otros continúan.
Fuente: Con información de Euronews
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