Multitudinarias movilizaciones en París, Bruselas y otras ciudades de Europa ponen en duda, nuevamente, la viabilidad del acuerdo de libre comercio entre la UE y el Mercosur.
Hace solo unos días, en una cumbre de cancilleres del Mercosur, Mauro Vieira (canciller de Brasil) y Diana Mondino (canciller de Argentina) anunciaban sus altas expectativas en alcanzar, por fin, un acuerdo con la Unión Europea luego de más de dos décadas de negociaciones, con distintas idas y vueltas. Sin embargo, el diagnóstico positivo desde Sudamérica no estaba en consonancia con lo que se estaba gestando en algunos lugares de Europa.
Al interior de Francia, la segunda economía más pujante de la Unión Europea, los productores agrícolas de todo el país se declararon en huelga y comenzaron un “tractorazo” para manifestarse, bloqueando rutas contra el acuerdo que parecía, esta vez, realmente acercarse entre la Unión Europea y el Mercosur. Así empezaba este conflicto que parece poner al gobierno de Macron y a la Unión Europea en general contra la pared, frente a un eventual acuerdo económico con el bloque sudamericano.
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Las protestas, iniciadas en Francia, parten de una premisa muy clara: proteccionismo para el agro del país. Los productores de Francia tienen en claro, desde el primer momento, que es imposible que la agricultura europea pueda competir de igual a igual con la agricultura sudamericana, esta última, mucho más desarrollada por la articulación en su complejo agroindustrial.
Además, la agricultura europea sigue una serie de lineamientos ecologistas obligatorios por las regulaciones de la Unión Europea que implican un mayor cuidado del medio ambiente, por ejemplo mediante la prohibición del glifosato, pero también con un rendimiento mucho más condicionado. En ese sentido, los agricultores europeos sienten que, de abrirse las importaciones a productos del agro sudamericano – principalmente del agro brasilero y argentino – no tendrían ninguna chance de competir de igual a igual.
Todo eso sin mencionar además que, estos productores, denuncian que el agro sudamericano utiliza fertilizantes, como el glifosato, prohibido por la Unión Europea. Ven un escenario de “incongruencias” entre la práctica interna de la Unión Europea para con sus agricultores, y la práctica externa de importaciones para con los agricultores sudamericanos, además de un sinfín de obstáculos burocráticos para la exportación de sus productos.
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Mientras los agricultores franceses fueron los primeros en dar la nota, muy rápidamente comenzaron movilizaciones en Alemania, Países Bajos, Bélgica y otros países. De todas esas protestas, la más importante ocurrió este jueves (01/02) en Bruselas, cuando se produjo un “tractorazo” en medio de la sesión del Consejo Europeo. En pocas palabras, mientras se reunían los principales líderes de la Unión Europea, a las afueras del recinto, miles de productores protestaban contra las políticas de flexibilización que propone la UE en dos frentes: para importar granos desde Ucrania y para firmar el acuerdo de libre comercio con el Mercosur.
Pero retomando a Francia, donde todo comenzó, las protestas pusieron realmente en jaque al gobierno de Emmanuel Macron que, hace pocos días, había anunciado un relanzamiento de su gobierno al colocar al joven primer ministro, Gabriel Attal. De hecho, la primera prueba de fuego para el primer ministro fue este conflicto. Attal viajó al corazón de las protestas rurales, se reunió con los productores en su zona de confort y los escuchó. Los productores contaron, horas más tarde a la partida del primer ministro, que quedaron conformes con las promesas de Attal.
El primer ministro les había garantizado que no solo habría una reducción de las trabas burocráticas para exportar, sino que el propio presidente Macron se comprometió a bloquear cualquier intento de acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea que no contemple políticas proteccionistas para el agro francés. En ese punto, se tensa el acuerdo entre el Mercosur y la UE, naturalmente, porque la principal ganancia del acuerdo para el Mercosur radica en ese sector.
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No necesariamente, pero lo condiciona y congela, al menos desde el lado europeo, por el momento. Macron necesita reconstruir su imagen dentro de Francia y su giro proteccionista responde a fines políticos ante el avance de otras fuerzas políticas proteccionistas, por derecha y por izquierda.
Desde el Mercosur seguirán los intentos porque la voluntad de los cinco miembros del bloque (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia) es avanzar efectivamente con el acuerdo, pero si empiezan a surgir cláusulas que condicionan no sólo el tratado de libre comercio, sino a la capacidad exportadora de los países sudamericanos y vuelca el acuerdo a favor de las exportaciones europeas, el mismo puede desecharse también desde el lado sudamericano, como ha pasado en otros momentos.
En definitiva, el acuerdo se encuentra con el mismo obstáculo que siempre tuvo: es difícil -por no decir casi imposible- conseguir un acuerdo equitativo entre las partes. Si el Mercosur debe renunciar a que sus productos agrícolas entren libremente a la UE, renunciaría a la razón de ser del acuerdo; pero si la Unión Europea renuncia a los reclamos de sus agricultores, se enfrentaría a un caos político con enormes protestas sociales que pueden socavar, aún más, su ya vulnerable estado actual.
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