A día de hoy, varios países ya han reabierto sus escuelas con estrategias y resultados muy dispares. Dos patrones comunes emergen de estas experiencias en el mundo
Por Canal26
Miércoles 26 de Agosto de 2020 - 11:52
Aulas vacías en todo el mundo.
A mediados de marzo, la pandemia del coronavirus obligó a cerrar las escuelas en España y buena parte del mundo. El curso en nuestro país terminó con improvisadas lecciones telemáticas y un preocupante bodegón de padres estresados, maestros frustrados y alumnos aburridos. En estos cinco meses, nos ha dado tiempo a reabrir los bares, las tiendas y las playas. Incluso a restrenar y volver a cerrar las discotecas. Pero, a pocas semanas de que arranque de nuevo el año lectivo, la situación es incierta. No somos la excepción. El dilema educativo es global.
Actualmente, un 60% de la población estudiantil mundial tienen el acceso a la escuela restringido, según cálculos de la Unesco. El organismo multilateral dependiente de Naciones Unidas ha listado hasta 13 consecuencias adversas de los cierres escolares sobre la población, desde el impacto económico y social al psicológico. De Estados Unidos a Alemania, gobiernos de todas las latitudes y signos ideológicos buscan resolver un puzle del que dependen en buena medida la economía presente y el desarrollo futuro de sus países. No hay "normalidad" posible sin colegios. La decisión no es sencilla. ¿Se pueden convertir las aulas en focos del covid-19? ¿Afecta la enfermedad a los niños con más severidad de lo que se pensaba? ¿Se puede reactivar realmente la economía sin reabrir los colegios?.
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A día de hoy, varios países ya han reabierto sus escuelas —o lo han intentado— con estrategias y resultados muy dispares. Varios patrones comunes emergen de estas heterogéneas experiencias. El primero, que la seguridad en la reapertura de los colegios está más vinculada al éxito en el control epidemiológico de la comunidad que en las acciones de prevención que puedan implantar los centros. El segundo, que los protocolos de seguridad y planes alternativos son imprescindibles para el éxito de la reapertura. Y por último, que precipitarse puede tener nefastas consecuencias.
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Anatomía de un éxito.
Repasemos primero la anatomía de una historia de éxito. Así lo explica la vicepresidenta del Sindicato Nacional de Profesores de Dinamarca (DLF, por sus siglas en danés), Dorte Lange, a El Confidencial: “Dinamarca reabrió guarderías y escuelas hasta 5º grado [10 años] ) a mediados de abril. Esto fue posible porque las infecciones, la tasa de contagio y las personas, hospitalizadas habían bajado dramáticamente. La epidemia fue controlada gracias a un confinamiento rápido de la sociedad a mediados de marzo. El proceso de reapertura de los colegios fue un trabajo consultado y conjunto. Tenemos una larga tradición de cooperación entre sindicatos y autoridades. Eso significó que las preocupaciones e ideas de los profesores fueron tomadas en consideración cuando las autoridades trazaron sus planes”.
Efectivamente, el 15 de abril, con medio mundo confinado, los colegios daneses abrían las aulas a Primaria y, progresivamente, a todos los niveles en las siguientes semanas. En ese momento, el país nórdico, de seis millones de habitantes, sumaba menos de 200 casos diarios —y cayendo—, una tasa inferior a 70 casos por 100.000 habitantes y un total de casos activos de unos 3.500. También para esas fechas, la administración tenían un plan.
“Nuestra ministra de Educación (Pernille Rosenkrantz-Theil) le dijo al Gobierno que las medidas de seguridad eran ‘no negociables’ y que todo debía estar preparado antes de reabrir”, asegura Lange.
No eran pocas: se redujeron los cursos a grupos pequeños (10-12 alumnos) —que solo tenían contacto con su mismo grupo durante toda la jornada, tanto en clase como en el recreo—. Se disminuyeron las horas lectivas y se establecieron pautas de higiene, como el lavado de manos cada hora y media o la desinfección diaria del material. Trasladaron todas las clases posibles al aire libre y a espacios más ventilados. Las mascarillas no fueron obligatorias.
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Además, se pautaron entradas escalonadas, se habilitaron varios accesos, prohibieron a los padres entrar en los centros, se dividieron los patios. Hoteles, bibliotecas, museos y parques públicos se pusieron a disposición de las escuelas. Incluso habilitaron igualmente clases en línea para aquellos alumnos que prefirieran no asistir y así reducir aún más el riesgo de contagio. Muchas de estas medidas fueron confiadas a las propias escuelas, a las que dieron lineamientos que podían adaptar a sus capacidades e infraestructuras.
“Los profesores estuvieron de acuerdo con la reapertura. Y cuando los profesores se sienten seguros, los padres se sienten seguros. Algunos padres estaban en contra de reabrir al principio, pero vieron que el plan funcionó bien. El éxito ha sido notable, mejor de lo que esperábamos. Ha habido algún rebrote y más casos después de las vacaciones de verano”, agrega la educadora danesa.
Entre esos rebrotes, está el de Aarhus. La tasa de contagio en la segunda mayor ciudad del país se disparó por encima de los 100 casos por 100.000 habitantes entre finales de junio y comienzos de agosto. Las autoridades volvieron a imponer medidas de cuarentena a trabajadores y comercios, pero se dejaron las guarderías y escuelas de Primaria y Secundaria operativas.
“La lección es no reabrir antes de que el virus está controlado. Cuando las cifras van a la baja, la reapertura puede comenzar. Entonces, se debe escuchar a las personas que tienen que hacer el trabajo y ayudarlas a hacerlo. La cooperación es clave”, sentencia Lange.
Prestemos atención ahora a la autopsia de un fracaso. Israel se confinó antes de que hubiera contagios locales de covid-19. Se clausuró el aeropuerto y se cerraron las fronteras. Los trabajadores fueron mandados a sus casas. Dos millones de estudiantes, también. Durante semanas, el país de nueve millones de habitantes parecía un modelo a seguir en la lucha contra la pandemia.
“Los colegios se cerraron el 13 de marzo, un poco antes de la fiesta de Pésaj [la Pascua judía]. Fue muy difícil enseñar remotamente, vía Zoom y WhatsApp, con un montón de niños que no tienen ni ordenador ni teléfono. Pero todos teníamos mucho miedo a contagiarnos y nos sometimos a la nueva realidad”, asegura una maestra de Primaria que habló con El Confidencial bajo condición de anonimato, porque los profesores tienen prohibido hablar con la prensa del tema.
Fue un éxito. En pocas semanas, se pasó de 750 casos diarios a poco más de 20. Tras el susto inicial, se dio por superada la primera ola y se reabrieron los colegios por oleadas entre el 3 y el 17 de mayo. Para entonces, ya se habían reactivado centros comerciales, mercados y gimnasios. Poco después, lo harían restaurantes, bares, hoteles y centros religiosos. Muchas escuelas siguieron el ‘modelo burbuja’, que contempla clases con menos niños, medidas de distanciamiento físico e higiene. Pero dos semanas más tarde, algunas de estas limitaciones se relajaron, tanto en las escuelas como en la sociedad. Algunos centros incluso retiraron la imposición del uso de mascarilla debido a la ola de calor, activaron el aire acondicionado y cerraron las ventanas. Terrible error de cálculo.
Como era de esperar, subieron los contagios. Fue un error abrir los colegios tan rápido
Un mes después, el Gobierno de Benjamin Netanyahu volvía a cerrar los centros de enseñanza después de que más de 2.000 alumnos y maestros dieran positivo. Más de 28.000 alumnos fueron puestos en cuarentena. En apenas 30 días de actividad, las infecciones se dispararon hasta récords de 2.000 diarias. “Como era de esperar, subieron los contagios. Fue un error abrir los colegios tan rápido”, concluye la maestra.
Pese a la situación, el ministro de Educación, Yoav Galant, ha anunciado que van adelante con el plan de reabrir de nuevo el 1 de septiembre, esta vez con una estrategia basada en los datos de contagio locales. Según sus edades, los alumnos alternarán diferentes combinaciones de clases presenciales con estudios a distancia. Pero no está claro si esta vez funcionará. La exdirectora de Salud Pública del Ministerio de Sanidad, Sigal Sadetzki, quien dimitió por su desacuerdo en la gestión gubernamental de la pandemia, advirtió de los daños colaterales que pueden causar estas decisiones precipitadas: “Gran parte de la segunda ola proviene de la apertura del sistema educativo, que no se adaptó al corona ni a las aglomeraciones masivas”, escribió en su cuenta de Facebook.
La OMS recomienda que las escuelas reabran solo si menos de un 5% de los test de coronavirus resultan positivos en un periodo de dos semanas. Aquí hay dos matices importantes: el número de test (y su fiabilidad) que hace cada país y la distribución geográfica del virus en cada Estado —sobre todo, en aquellos con competencias educativas descentralizadas—.
En España, los gobiernos nacionales y autonómicos insisten en que se volverá a las aulas en septiembre pese a que las cifras de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos siguen subiendo sostenidamente. Tan solo en los últimos 14 días se ha registrado casi el 20% de los infectados durante toda la pandemia (unos 81.423 positivos). Algunos profesores muestran inquietud sobre los planes para reabrir los centros y la ansiedad se ha apoderado de muchas familias. Un escenario que se repite en casi todos los países y que favorece una mayor presión política. Sin reapertura de escuelas, no hay reactivación económica.
Ningún líder ha resumido mejor lo que está en juego que el 'premier' británico, Boris Johson. “Mantener las escuelas cerradas un minuto más de lo necesario sería moralmente inaceptable y económicamente insostenible”, aseguró el líder 'tory' este mes, recalcando que está dispuesto a abrir incluso en las zonas del norte de Inglaterra donde se han tenido que reimponer restricciones ante los nuevos rebrotes. Con los positivos diarios por encima del millar, el escenario para los padres es poco tranquilizador, pero la mayoría -según las encuestas- aceptan la necesidad de la medida.
"Todos aceptamos que la tasa de tranmisión subirá (cuando se reabran las escuelas). Eso en sí mismo no es una razón para no abir, sino para hacerlo con los ojos abiertos, con rastreo de contactos y planes de contingencia", reconoció Mary Bousted, secretaria general del Sindicato Nacional de Educación británico, al Financial Times tras dar su respaldo al plan de reapertura de Downing Street.
Un estudio de la Agencia de Sanidad Pública de Reino Unido —que depende directamente del Ministerio de Sanidad— advirtió de que los alumnos de Secundaria tienen riesgo de contagio, mientras que los cursos de Primaria presentarían menor riesgo. La opinión científica sobre la relación entre niños y el covid no es unánime. Pero la mayoría de los estudios, como el publicado el mes pasado por The Journal of the Medical Association (JAMA), apuntan a que los niños -sobre todo los mayores- pueden ser portadores del virus pese a desarrollar síntomas leves o moderados.
El curso ya ha comenzado en algunos lugares de Francia, Alemania, Bélgica, Escocia, Países Bajos, Suiza o Finlandia, con más países sumándose mientras Europa se adentra en el otoño. Las medidas son similares (entradas escalonadas y por edades, evitar aglomeraciones, mucha higiene, grupos pequeños y estancos, distancias de seguridad, ventilación) y todos esperan poder atajar los rebrotes que surjan en centros concretos. Reabrir los colegios es prioridad absoluta y el debate se centra en el uso de las mascarillas o los planes B ante un confinamiento generalizado. Mientras, las infecciones van en aumento en la mayoría de estos países.
Ashish Jha, director del Instituto de Salud Global de Harvard, planteaba al medio 'Vox' la siguiente metáfora para ilustrar la situación. Las acciones individuales (distancia social, mascarillas, higiene) son como poner sacos de arena en tu vivienda durante una inundación. “Pero si el agua en tu comunidad alcanza ciertos niveles, no hay medidas que valgan para mantener la casa segura”, explica Jha. “Así que lo primero que hay que hacer es asegurarnos de que el río no sube demasiado. Y lo segundo, proteger la casa".
Fuente: El Confidencial por E. Andrés Pretel, Maya Siminovich y Celia Maza.
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