La guerra en Ucrania entra en una etapa crítica con la escalada de ataques y la amenaza del uso de armas nucleares. La llegada de Donald Trump podría redefinir el conflicto, aumentando la imprevisibilidad y el peligro en un mundo ya al borde del abismo.
Golpe contra golpe, en los últimos días la guerra en Ucrania parece una lucha entre dos boxeadores en la etapa final de la pelea, donde cada uno busca dar el último golpe a su adversario. El impacto del golpe no solo tiene la carga de la fuerza en sí, sino también busca generar otro efecto en el contrincante: algo que finalmente termine por desmoralizarlo y agotarlo, haciendo que pierda la pelea.
En un contexto de guerra en el que se ponen en juego las armas atómicas -como sucede en Ucrania- el efecto de contragolpe constante genera a su vez una escalada que nos coloca en una posición en la que la posibilidad del error es cada vez más limitada. Al mismo tiempo, el costo de esos errores puede ser de una magnitud desconocida.
La decisión de Estados Unidos de apoyar la utilización por parte de Ucrania de misiles de largo alcance contra territorio ruso abrió una línea de "juego de guerra" que estaba entre las posibilidades. Esto es, que Moscú buscara amenazar con su arsenal nuclear a Ucrania, como lo había dejado en claro el Kremlin con la modificación de su doctrina de defensa atómica.
Esta doctrina estableció pocas semanas atrás que, si Ucrania atacaba con los misiles de largo alcance provistos por sus aliados occidentales, las fuerzas armadas rusas podían acceder al uso de las armas nucleares.
Ucrania no solo atacó una, sino en dos oportunidades, primero con misiles de fabricación estadounidense y luego con británicos. Fue en ese momento que Vladimir Putin decidió atacar Ucrania por primera vez con un misil balístico de mediano alcance, un arma con la capacidad de portar bombas atómicas.
El mensaje fue doble, contundente y directo. Por un lado, Rusia mostró un nuevo misil balístico de mediano alcance y envió un mensaje a Occidente. Al mismo tiempo, durante 10 minutos, Putin explicó en un mensaje a su país y al mundo que la guerra en Ucrania había dejado de ser un conflicto regional para convertirse en uno global, y que estaban ahora habilitados para atacar a las naciones que fabricaron y entregaron las armas con las que Ucrania está atacando en el interior de su territorio. Más claro, imposible.
El mundo vive -vivimos- uno de los momentos más dramáticos desde la crisis de los misiles en Cuba de 1962, cuando la entonces Unión Soviética y Estados Unidos estuvieron al borde de un enfrentamiento atómico.
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Las fuerzas rusas están avanzando a paso firme en el frente ucraniano y buscan recapturar el territorio que Ucrania ocupa en Rusia. Ante esa realidad, el presidente Zelenski no tiene otra opción que atacar con todas las fuerzas que posee la retaguardia en Rusia, desde donde sale todo el apoyo de la maquinaria imparable de Moscú. La decisión de Biden de minimizar el poder de respuesta de Putin ante la utilización de los misiles de largo alcance en territorio ruso busca darle a Zelenski las mayores armas posibles para frenar a los rusos y mejorar su posición ante la eventual llegada de Trump, quien podría obligar a Ucrania a ceder terreno y buscar una "paz justa" o, más bien, una rápida derrota.
Esto es visto con mucha preocupación por naciones europeas, ya que no creen que Putin se quede mucho tiempo sin buscar más ventajas militares si esa paz le da territorio que ya conquistó.
La llegada de Donald Trump está redefiniendo el mapa de la guerra en Ucrania y más allá. Antes de que asuma su cargo, en el tablero de guerra Putin busca avanzar lo más rápido posible y los aliados y Ucrania intentan frenar ese avance.
La guerra entró en otra etapa donde lo impredecible juega cada vez más fuerte y, por ende, el conflicto se torna mucho más peligroso.
El gobierno ucraniano apuesta a la desestabilización, ya que cuanto más complejo el escenario, más difícil será para sus aliados actuales, en el presente y posiblemente en el futuro, salir de este pantano.
Ante esta realidad del conflicto, terminar la guerra en 24 horas, como prometió el presidente electo de los Estados Unidos, parecería una tarea cada vez más compleja. Rusia sabe que con la llegada del nuevo presidente podría lograr más en las negociaciones que en la guerra, pero el tiempo hasta que eso pueda ocurrir, en la actualidad del golpe a golpe, puede ser una eternidad.
En momentos en que la guerra entra en la neblina de lo desconocido, cada movimiento puede desatar el escenario más temido. Son tiempos donde los errores de cálculo y la mala interpretación de los movimientos del oponente pueden dar lugar a decisiones que ya no tengan margen de maniobra.
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