Hay vientos de guerra. Rusia y Ucrania elevan la temperatura en Europa del este y la OTAN se apresta para actuar contra la poderosa nación presidida por Vladimir Putin. En la nota, los antecedentes históricos del complejo escenario geopolítico para entender los orígenes y motivaciones del conflicto.
Vladimir Putin, conflicto entre Rusia y Ucrania. Fotos: NA/Reuters/Diario26.
El mundo entero vive horas de creciente incertidumbre y dirige su mirada a Europa del este. El conflicto en ciernes entre Rusia y Ucrania se presenta como la antesala de una escalada armamentística de los bandos en pugna que podría derivar en el estallido de una nueva guerra mundial. Se trata de un sigiloso juego de humo y espejos en el que los enemigos saben que están ante dos escenarios posibles. El que cede ante la presión del otro pierde, mientras que ambos bloques (de los propios interesados y sus respectivos aliados) tienen en claro que sí no frenan, el choque llegaría inevitable. Mientras los principales portales y cadenas de noticias lanzan titulares con letras de molde, muchos asisten al dantesco y peligroso espectáculo tal como si fuera un videojuego que no los afectará (tal vez por lejano).
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Más allá de cuestiones directamente relacionadas con valiosos e indispensables recursos naturales (como el gas, por ejemplo), la concreta posibilidad de que Ucrania (presidida por Volodymyr Zelensky) se pliegue a la OTAN ha sido la gota que rebalsó el vaso del que bebe Vladimir Putin, el presidente de la Federación Rusa, y tal vez el hombre más poderoso del mundo en este agitado presente que nos toca vivir.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte, conocida por sus siglas de OTAN (o NATO, en inglés) es una alianza militar internacional que se rige por el Tratado del Atlántico Norte -o tTratado de Washington- que se firmó el 4 de abril de 1949 y significa la concreción de un sistema colectivo de defensa de cualquier país que la integre si es que se ve amenazado o invadido por una nación externa al mismo.
Jens Stoltenberg, a la cabeza de la OTAN. Foto: Reuters.
Encabezada por Jens Stoltenberg -un economista y político noruego-, con sede en Bruselas Bélgica y conformado por 30 estados miembros, la lista de países que integran a la OTAN es extensa, siendo estas naciones que le dan vida: Estados Unidos, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Grecia, Turquía, Alemania, España, Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Croacia, Albania, Montenegro, y Macedonia del Norte.
Sí bien hay varios países aspirantes a entrar a la coalición internacional, como Georgia, Bosnia y Herzegovina, el que mayor atención capta por estas horas es -sin dudas- Ucrania que activó el proceso de adhesión en enero de 2008. Recién en 2018 la OTAN ha reconocido a Ucrania como nación que pretende entrar a sus filas, pero ahora (pese a las demoras habituales) y dadas las alarmantes circunstancias, su ingreso podría acelerarse. De darse ese escenario, Rusia se enfrenta a una situación claramente complicada.
Vale recordar que luego de 70 años de "sovietización" de Ucrania, ésta se reconoció como república independiente el 24 de agosto de 1991, en un hecho histórico y un mal trago que la ex Unión Soviética -hoy Rusia- aún no ha logrado digerir. Ahora el motivo latente del conflicto radica en la desconfianza de Rusia por el avance de las tropas de la OTAN hacia el este de Europa, concretamente sobre territorio ucraniano y cerca de su frontera. Las exigencias -no escuchadas de Putin- comenzaron con sus deseos (y más que eso) de que la OTAN detenga sus maniobras militares en Letonia, Lituania y Estonia principalmente.
Con ese marco, vale también dar una mirada a los aliados de Rusia en este juego de guerra. No es mucha la ayuda con la que cuenta Putin de su lado; de hecho solo Serbia -que apoya a Rusia desde que aún era parte de la vieja Yugoslavia-, Tajikistan y Armenia se unen a la alianza de Rusia con Bielorrusia, su otro socio inocultable. En este contexto, lo de Putin sabe más a "sangre en el ojo" y apetito expansionista teñido de orgullo que a otra cosa. Es, ni más ni menos, que una demostración de "músculo geopolítico" para intimidar y amedrentar; solo que esta vez ha llegado muy lejos y parece difícil (cuando no imposible) la vuelta atrás. Es que de hacerlo, tanto Rusia como la OTAN (sobre todo los Estados Unidos) sentirán el amargo sabor de una derrota que no se pueden permitir.
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Más remoto, no tan reciente. Otra cosa que Rusia no puede sacar de sus más oscuros pensamientos: un hecho de otros tiempos, que no puede menos que quitarle el sueño. En la Segunda Guerra Mundial Ucrania se plegó inicialmente al bando de la Alemania nazi, luego de que el führer Adolf Hitler decidiera la invasión total a su territorio. Las divisiones "Distrikt Galizien" y "ReiksKommisariat Ukranie" se extendieron por el sudeste de la Segunda República de Polonia y la República Socialista Soviética de Ucrania, y los motivos para que Ucrania apoyara a Hitler contra los soviéticos se basaban en las pretensiones ucranianas por el surgimiento del nacionalismo y fundamentalmente por sus ansias de libertad e independencia, cosas que lograron recién tras la caída del muro de Berlín en 1989. Por otro lado, los arrestos masivos y las deportaciones de uranianos a manos de la Unión Soviética fueron también buenas excusas esgrimidas para que buscaran apoyar a los nazis. Pero con el tiempo la asociación ucraniana con el Tercer Reich fue mutando, hasta convertirse en bandos antagónicos.
Colaboracionismo ucraniano con los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Foto: Kyiv Post.
De hecho, Alemania comenzó a operar contra los ucranianos del mismo modo en que lo había hecho antes la Unión Soviética de Josef Stalin. El maltrato del invasor alemán, el caso de también miles de deportaciones, y la falta de autonomía de Ucrania sobre sus más importantes cuestiones, hizo que cruzara los límites y abandonara su "matrimonio por conveniencia" con el nazismo. Cuándo sobre el final de la Segunda Guerra Mundial las tropas soviéticas entraron a Ucrania, la práctica mayoría de la población celebró el hecho con un marcado entusiasmo. Claro que los tiempos han cambiado y -de producirse la invasión- las fuerzas rusas no solo que no serían bienvenidas, sino que -lejos de terminar un conflicto bélico- darían inicio a una posible Tercera Guerra Mundial.
En medio, con aparente estatus de neutralidad -que no lo es tal-, aparece China. El gigante asiático juega con cartas marcadas una partida en la que -si mueve de manera rápida e inteligente para sus propios intereses- puede resultar ganadora. Pese a no tener particulares intereses directos en la zona de conflicto, la nación china bajo el régimen de Xi Jinping alentará tanto como le sea posible el estallido de un conflicto armado entre Rusia y los Estados Unidos (o la OTAN). Mucho saben de esto los chinos. Sí bien están lejos de la torta, no será imposible que saquen al menos una tajada si es que los estadounidenses -es decir su principal enemigo en pos de la supremacía mundial- "se distrae" embarcándose en otra guerra. Así las cosas, no es menor el rol de China en el tablero de tácticas y estrategias. De un solo golpe podría avanzar varios casilleros. No es que no tiene nada que perder, sino todo lo contrario: tiene mucho por ganar.
Volodymyr Zelensky, Xi Jinping, Vladimir Putin. Fotos: Reuters.
Nunca antes el mundo estuvo tan en vilo. Ni en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco durante la tensión de la Guerra Fría.
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