Sofía se define como “trabajadora sexual”. Nicole tiene 24 y su mamá es prostituta. Las dos son activistas y creen que la prostitución es un trabajo. Pelean por reconocimiento.
Por Canal26
Sábado 15 de Febrero de 2020 - 11:55
Feminismo y prostitución.
Sofía Tramazaygues era una estudiante universitaria venida del interior que vivía en La Plata y buscaba trabajo para mantenerse. Pero las pocas oportunidades la dejaron casi sin esperanzas, “salvo la del trabajo sexual”.
Y se preguntó entonces: “¿Por qué no?”, sobre todo cuando otra chica le dijo cómo era. Ahora tiene 26 y dice con orgullo y sin problemas: “Soy puta”.
Nicole Castillo tenía 7 años la primera vez que pensó que su mamá era prostituta. Creció conflictuada por eso, inventando cosas y excusas en donde se le presentara la oportunidad: “¿De qué trabaja tu mamá?”. Ahora tiene 24 y dice orgullosa: “Soy hija de puta”.
Nicole y Sofía no son amigas pero se cruzaron en reuniones de AMMAR-Putas feministas, el sindicato que reúne a más de 6.500 trabajadoras sexuales de la Argentina. Se juntaron para darle un rostro visible a un debate histórico del feminismo que, a partir del afiche de Jimena Barón, conmovió a la sociedad toda. También para marcar su postura: “Queremos que el trabajo sexual deje de ser algo clandestino y estigmatizado y que haya derechos para las putas”.
Hasta que se mudó a La Plata y conoció a una trabajadora sexual, a Sofía no se le había ocurrido que esa era una posibilidad para ella. Tenía 22 años, había llegado a La Plata desde Rauch, provincia de Buenos Aires, para ir a la universidad y estaba estudiando Literatura.
Necesitaba trabajar, como muchas de sus compañeras y compañeros de la facultad hijos de trabajadores. “Claro, así como en Rauch no se me ocurría que yo podía ser lesbiana, porque el único camino era el de la heterosexualidad, tampoco se me ocurría que podía trabajar de puta en vez de trabajar de camarera o en un negocio o en una remisería como trabajan mis viejos”, dijo.
Y sigue: “Claro. ¿Por qué no?”. Después empezó a averiguar un poco más, se puso a leer notas de Georgina Orellano, la secretaria general del sindicato AMMAR-Putas feministas, y otras trabajadoras sexuales como María Riot. “Empecé a ver que eso era una posibilidad. Que yo podía ejercer ese trabajo. Y que si no se me había ocurrido antes era porque está rodeado de ese oscurantismo, de esta nube de clandestinidad que te hace pensar que nunca vos podrías ser eso”.
Georgina Orellano y Jimena Barón.
Entonces, Sofía vivía con amigas y no tuvo problema en hablar del tema y debatirlo. Midió los pro y las contras. Lo pensó mucho, pero activó la situación y avanzó. “Había algo del sentido común que me decía: ‘es lo mismo que encontrarte con un pibe en Tinder’. O incluso es hasta más seguro, porque cuando vos trabajás, tenés mucho más explícitos los términos en los que vas a tener el encuentro que en una salida con cualquier pibe”.
La primera vez que fue a encontrarse con un cliente no dijo que era la primera vez. “Eso me hizo sentir más segura. Y ahí arranqué. Por supuesto que cuando ya tenés más experiencia, como en cualquier trabajo, la tenés más clara en un montón de cosas y en las condiciones o los términos”.
A sus padres se los contó mucho después. Fue difícil al principio, dice que pudieron entenderlo a medida que tuvieron más información: “Al principio mi mamá se preguntaba qué había hecho mal, pero comenzó a leer notas, a enterarse, y hoy es la primera que viene a Buenos Aires a marchar conmigo y a levantar la bandera”. Al padre le costó un poco más: “Pero hoy también puede ver la cuestión machista que atraviesa la sociedad y dice que no hubiera sido lo mismo si era un hijo varón, que incluso él podría hablarlo, pero que con ella no puede”.
Nicole y Sofía, por sus derechos.
Hoy, cuatro años después de haber empezado a trabajar, dice que sigue eligiéndolo y que se ve haciéndolo por un largo tiempo. También trabaja como actriz en una obra de teatro que se llama Yira Yira, con otras dos trabajadoras sexuales, una de ellas trans. Dice que sabe que es “una privilegiada por ser blanca y cis –cuando la identidad de género se corresponde con la genitalidad biológica-, pero no es mayor que el privilegio para ir a buscar trabajo a una pizzería o a una oficina”.
También tiene claras las “contras” de su trabajo: la precarización, que la hay más que en otros rubros porque al no considerarse un trabajo todo sucede en la clandestinidad, y el estigma que hace que tenga que ocultarlo: “Preguntas tan simples como ‘¿a qué te dedicás?’, que te las pueden hacer en cualquier lado, se convierten en un tema enorme. Y si bien yo milito esto y lo digo, a veces no tengo ganas de estar todo el tiempo militando la causa, porque sabés que, si lo decís, la conversación, el ambiente, toda la situación va a virar 180 grados”, cuenta. Aunque enseguida dice que eso, en todo caso, es lo de menos: “Después, la inseguridad que da no tener ningún amparo estatal. Y creo que esto es peor cuando sos puta y militante. Porque capaz si sos puta y no se lo decís a nadie, hay una cantidad de agresiones que no te pasan”.
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